Se llamaba Kurt Meier, tenía 67 años, suizo de origen, 2º tablero del equipo de Seychelles, donde residía. Jugaba la última ronda de la Olimpiada de Tromso (Noruega) contra el ruandés Alain Niyibizi cuando se desplomó sobre el tablero. Los médicos de guardia intentaron reanimarlo durante más de media hora, pero fue inútil, y sacaron su cadáver tapado con unas sábanas mientras continuaban muchas partidas, así como la lucha por las medallas. La española Ana Matnadze ganó la de plata individual.
Fue un momento de pavor generalizado porque los gritos de varias personas —en el silencio sepulcral que preside la Olimpiada— llamando a un médico fueron confundidos por algunos con una alerta de bomba. Nadie ha olvidado que la Interpol anunció una amenaza terrorista contra Noruega una semana antes de que comenzara la Olimpiada. Ello explica que cientos de jugadores, y especialmente el equipo femenino de Israel, cercano al lugar de los gritos, empezaran a correr despavoridos, buscando una salida.
El caos duró muy poco, porque los árbitros aclararon la situación enseguida por megafonía. El principal, Panagiotis Nikolópulos, tomó la difícil decisión de que las partidas pendientes siguieran en juego mientras se formaba un cordón de médicos, enfermeros y guardias de seguridad alrededor del enfermo, mientras tres doctores se turnaban en intentar reanimarlo, tapados por sábanas en forma de biombo para proteger la intimidad de Meier. Nikolópulos probablemente acertó, porque desalojar abruptamente a más de 1.000 personas en una situación de tensión extrema y con varias medallas aún en juego tal vez hubiera sido más ético, pero habría generado otra clase de problemas graves.
La angustia del masaje cardiaco duró una media hora, mientras el hijo de Meier, primer tablero de Seychelles, sus demás compañeros, los rivales ruandeses y otros ajedrecistas de los cinco continentes lloraban, ponían caras de enorme tristeza y miraban al círculo desde una distancia prudencial. El hondureño Héctor Mejía, árbitro de ese encuentro, intentaba, a duras penas, describir lo ocurrido: “Tal como estaban las piezas en el tablero en ese momento, creo que Meier creía que iba a ganar cuando su rival encontró una combinación que le garantizaba el empate. Justo ahí empezó a desplomarse poco a poco en su silla, y finalmente su cabeza cayó sobre el tablero”. Cuando los médicos se rindieron y taparon el cadáver con sábanas para llevárselo muchos capitanes de equipo hicieron lo posible para que sus jugadores aún en lucha, jugándose mucho en algunos casos, no se enteraran del desenlace.
Por los pasillos había más lágrimas, pero por motivos muy distintos. Los chinos Yué Wang y Hua Ni, habitualmente fríos como témpanos, se abrazaban mientras lloraban porque su país había logrado el oro por primera vez en la Olimpiada absoluta; China es la primera potencia femenina desde los años noventa, aunque el oro en la competición de mujeres ha sido esta vez para Rusia. Sin embargo, los rusos han fracasado al terminar cuartos, tras Hungría y la asombrosa India; España, 10ª (sobre 177 selecciones) tras vencer en la última ronda a Vietnam; los componentes de la selección han sido Paco Vallejo, David Antón, Iván Salgado, Miguel Illescas y Renier Vázquez, con Jordi Magem de capitán.
Las españolas Amalia Aranaz y Sabrina Vega sollozaban tras perder ante Armenia cuando una victoria hubiera sido el mejor resultado de la historia y tal vez la medalla de bronce, tras convertirse en el equipo más sorprendente. Han terminado undécimas, sobre 137 equipos. Pero con la enorme alegría compensatoria de la medalla de plata individual en el tercer tablero para su compañera Ana Matnadze; completaron el equipo Olga Alexándrova y Yudania Hernández, con David Martínez como capitán.
La húngara Judit Polgar, que el jueves anunció su retirada de la competición tras ser la Gran Dama del ajedrez durante 26 años consecutivos, intentaba mantener la serenidad cuando este cronista le dio dos noticias bien diferentes: Meier había muerto; la última imagen de ella como jugadora (suplente de Hungría en la Olimpiada absoluta) iba a ser con la medalla de plata en su pecho y saludando desde el podio por la noche, durante la ceremonia de clausura. “Siento muchísimo la desgracia de Meier, pero me encuentro muy feliz; no podría retirarme de mejor manera”, explicó.
Siempre hay alguien que encuentra el lado más positivo de todo. En este caso fue el árbitro iraní Mehrdad Pahlevanzadeh: “Meier ha muerto como me gustaría morir a mí, en la sala de una Olimpiada de Ajedrez”. Muy probablemente, esas palabras serían aplaudidas por la inmensa mayoría de las más de 3.000 personas de 181 países (los que componen la Federación Internacional) que han compartido la pasión del ajedrez a orillas del Ártico. La siguiente —la primera sin Judit Polgar como jugadora— será en Bakú (Azerbaiyán) en 2016.