Rebeldes como la vida misma
Tres mujeres devenidas leyendas
Por EMILIO L. HERRERA VILLA
Fotos: Archivo de BOHEMIA
23 de julio de 2014
Estás páginas no admiten frases grandilocuentes ni trepidantes alabanzas para ensalzar tres historias, tres vidas que fueron tan lejos que enorgullecen a un pueblo entero.
Melba, Haydee y Celia prescinden de apellidos; basta nombrarlas para conocer el adagio que encierra el camino del deber. Sin proponérselo, fueron rostros femeninos de la lucha armada. Jamás adoptaron hoscas actitudes de la vida guerrillera. Todo lo contrario, se hicieron respetar mientras se sacudían la suciedad impregnada en la ropa de campaña o cuando sus delicadas manos de mujer, desgastadas por el cansancio de las jornadas, rastrillaban, una y otra vez, las armas de la libertad.
Según la propia Melba, sus padres fueron la fuente principal de
sus convicciones patrióticasNo obstante, lo más seductor de estas heroínas radica en su conducta moral. Pese al dolor, el miedo, los sufrimientos que anidan en el alma por la muerte de un ser querido, nunca, ni siquiera después del triunfo de la Revolución, necesitaron hacerse notar; siempre ayudaron al país casi en el anonimato, al menos sin pose alguna. Muchas veces las contribuciones más grandes se ocultan tras el silencio más profundo.
El pueblo vietnamita despertó en Melba profundos sentimientos
de amor y fraternidad
Pronunciar el nombre de Melba despierta una mezcla singular de lealtad y legítima sonrisa. La ternura anidó en su vida y allí se quedó eternamente. Siempre fue así, lo mismo en el Moncada que cuando desde aquella pléyade de valientes cubanas subió al encumbrado Tercer Frente Oriental, bajo las órdenes del Comandante Juan Almeida Bosque.
Quienes la conocieron hablaron de su alma enorme, esa que desbordó a Cuba y estuvo allí para los más necesitados. Sobre sus suaves hombros de guerrillera cargó la enseña de la solidaridad socialista y arribó a tierra anamita, donde se luchaba a sangre y fuego contra el agresor imperialista. “La influencia vietnamita profundizó mis sentimientos de amor hacia todos los pueblos del mundo”, decía Melba mientras defendía una de las causas dignas de su época.
Melba y Haydee fueron decisivas para la impresión
y posterior distribución de La Historia me
absolverá, documento que demuestra los
males de la Cuba de aquel entonces
“Yo lo que soy es revolucionaria. Y lo voy a ser toda la vida, porque es la mejor profesión del mundo”. Y así lo hizo. Cumplió prisión y jamás reclamó ningún privilegio. Distribuyó de forma clandestina por todo el país La Historia me absolverá, y nunca buscó atalaya alguna para engrandecerse ante un pueblo. Con sencillez y humildad se impuso a las más brutales adversidades, sin que se mancillara su espíritu. Melba estuvo a la altura de su tiempo y se mantuvo allí, estoica ante la patria, en el momento preciso, en el instante perfecto.
Haydee evitaba las entrevistas, principalmente por todo lo sufrido en el Moncada. Las hordas de la dictadura la habían privado de la compañía del hermano, las caricias del novio, pero no de las ansias inmensas de libertad. No obstante, demostró ser una mujer de gran temple al comentar tiempo después: “Iba presa, esposada, maniatada, y me sentía más fuerte y más libre que aquellos que con la toga de justicia me iban a juzgar”.
Haydee entregó sus mejores esfuerzos a la
Revolución: “Para mí ser comunista no es militar
en un partido; para mí ser comunista es tener
una actitud ante la vida”, diría la heroína
Yeyé, como se le llamaba cariñosamente, era un nuevo icono de la mujer cubana, la feminidad del sacrificio, el suspiro oculto y decisivo en la reagrupación de las fuerzas revolucionarias.
Insondable fue su bregar, un denuedo histórico tan clandestino como la lucha armada que se gestaba. Haydee se encontraba en una trinchera solitaria a expensas de ser delatada y caer prisionera. Era un soldado más en el campo de batalla, con temores y frustraciones, pero que seguía adelante, a veces bordeando la muerte, pero siempre hacia delante.
Con la Revolución en el poder, Haydee se convirtió en un símbolo para la intelectualidad del continente. Su labor propició la creación de la Casa de las Américas y potenció el movimiento de la Nueva Trova Cubana. Yeyé era una amalgama de cosas, todas interesantes, todas reales, todas únicas.
A pesar de su compromiso con la obra de la Revolución,
Haydee siempre estuvo pendiente de la formación
de sus hijosNo es fácil evocar a Celia, más si se teme obviar tan solo una de sus cualidades. El mito de la mujer combatiente, aquella del inestimable apoyo a los expedicionarios del Granma y desde la Sierra afrontó todos los peligros junto a Fidel, se impone al de la mujer a secas; sin embargo, la historia nos legó una Celia tal como era: puro amor, pura fidelidad.
Aunque también evadía las entrevistas y en los actos públicos solía retraerse, el pueblo la aclamaba como un hijo que vislumbra a lo lejos a su madre. Mediante un trato dulce, “la flor más autóctona de la Revolución”, atendía a cuantos la necesitasen.
Heredera del pensamiento martiano, Celia se
ganó el cariño de todo un pueblo por su
sencillez, humildad y ternuraDespués de Enero, desde su puesto de Secretaria del Consejo de Estado brindó auxilio a todos, ya fuesen campesinos, obreros e intelectuales. Fue tal su gestión que cuando una persona se encontraba atrapada en un laberinto de problemas acudía a Celia para que le ayudase. Y allí estaba ella, siempre, sin falta, con una sonrisa tan grande como su corazón.
Tres historias, tres mujeres, tres eslabones que forjaron su carácter en la más acendrada de las luchas. Su estela se amparó en sucesos reales, se plasmó en una vida sacrificada que de la forma más abrupta posible se desprendió de todo lo que a primera vista parecía importante: la familia, el amor, el sosiego. Más no se amedrentaron, sedujeron algo más grande que abrazó a una nación entera.
Durante los años de la lucha guerrillera, Celia se convirtió
en la mano derecha del Comandante en Jefe
Qué difícil resulta escribir sobre Melba, Haydee y Celia. ¿Cómo darle voz a tanta grandeza sin caer en palabras vacías que, lejos de ponderar, amenazan con hacer palidecer el legado que construimos de nuestros héroes? ¿Cómo referirse a ellas sin recordar Media Luna, sin las furtivas reuniones en el apartamento de 25 y O, sin estremecerse por el Moncada, sin condenar el presidio, sin recibir al Granma, sin caminar el llano, sin subir la sierra, sin la incorporación de las Marianas, y sobre todo sin la figura de Fidel?
Celia, Haydee y Melba trascienden el presente; su existencia rebasa este pequeño homenaje. Agasajos sobran; ellas fueron rebeldes como la vida misma, por eso abrazaron casi el anonimato. Nada más hay que enaltecer, poco se necesita cuando se lleva todo el peso de la patria en la conciencia.