La Ronca de Oro duró demasiado. Había que ponerle punto final en la escena de la muerte de Germán Hincapié en brazos de Helenita con un bolero atroz a flor de labios. Algo así no se perdona. La cursilería tiene un límite aún dentro de las reglas del folletín.
Helenita Vargas existió (Cali, 1934–2011) y parte de los personajes de la telenovela colombiana transmitida por Cubavisión al final de la tarde también existieron. En tal sentido y hasta cierto punto, La Ronca de Oro debe leerse como una biografía novelada de quien fue una de las más populares intérpretes de rancheras del país sudamericano, en el más puro estilo desafiante y desgarrador que pueda imaginarse. Y machista como la canción de apertura y leitmotiv del desarrollo dramático, Usted es un mal hombre, escrita en su día por Graciela Arango de Tobón para la cantante, en la que después de hacer polvo al ser querido no queda otro remedio que rendirse a sus pies.
Del perfil biográfico una cualidad resulta aleccionadora: la firmeza de una vocación que superó obstáculos incontables para penetrar en la industria del espectáculo desde el escalón más bajo hasta la cresta de la ola. Por cierto, el epíteto La Ronca de Oro fue obra del periodista cubano José Pardo Llada en la radio de Cali.
Pero en otro sentido, La Ronca de Oro es un folletín: muchacha engañada y repudiada que lucha por salir adelante; marido malvado hasta el retorcimiento, madre atávicamente conservadora, hermano tarambana e incorregible, otra madre que busca reencontrarse con el hijo fruto del pecado que entregó, nuevo marido buenazo hasta la empuñadura y las cenizas, amigas fieles, una sexualmente voraz y otra romántica; hijita traumatizada de mamá.
Hubo un momento, sobre todo al principio, en que pareció que los dos directores y los siete guionistas se decantaban por coquetear con un lenguaje paródico, como quien toma distancia de una manera amable y consentidora. La fórmula misma de graficar el paso del tiempo y la ubicación espacial mediante carátulas de discos apuntaba a ello. Pero ni modo: como diría la canción, todo se derrumbó entre situaciones tremendistas, desplantes histéricos y lloriqueos excesivos. Y un personaje inefable que se tomaron en serio cuando nunca debió serlo: la oponente Clarisa de las Américas.
El folletín, por sí mismo, no es condenable. Al estar indisolublemente ligado a la génesis y evolución de las producciones seriadas de la radio y la televisión en nuestra región, merece respeto y atención. Valdría indagar por qué, incluso cuando se abaratan sus convenciones, como en La Ronca de Oro, sigue seduciendo a vastas audiencias y desata los rasgos más intensos de nuestra educación sentimental.
Lo que sí no se abarató en este novelón colombiano fue la música. El musicólogo Pepe Reyes Fortún me dijo que probó más de una vez escuchar —no ver— La Ronca de Oro y se le presentó la banda sonora de una época. Asistimos a una legítima reivindicación de la música victrolera, desde las rancheras de José Alfredo Jiménez hasta el Benny de la etapa mexicana, las canciones de Agustín Lara, los boleros de Orlando Vallejo, los sones de la Sonora Matancera.
A raíz de las transmisiones iniciales de esta producción suscribí un criterio que sostengo, a propósito de un planteamiento que hace más de un verano hizo llegar a la TV Cubana el amigo Ciro Benemelis, tenaz promotor cultural y fundador de Cubadisco. Compartíamos la idea de que la producción audiovisual cubana, y de manera específica la concebida para la programación dramática de nuestra televisión, tendría que pensar perspectivamente en la manera de reflejar, desde la ficción, la vida y la obra de los íconos de nuestra música popular. En el cine Jorge Luis Sánchez nos acercó al Benny y de la pantalla doméstica todavía recordamos el esfuerzo de Al compás del son, de Rolando Chiong, por recrear la época de oro de los septetos y la trova tradicional. Son apenas rasguños en la piedra.
Imagínese cuánta riqueza argumental y musical habría en si nos decidiéramos a contar pasajes de la vida de Sindo Garay, Rita Montaner, Miguel Matamoros, Chano Pozo, la familia Romeu o Julio Cueva, sin recurrir a los tópicos de una producción menor como La Ronca de Oro. Piense en eso.