Radiantes días balanceados por el agua marina, concentrados como el interior de una piedra amarilla cuyo esplendor de miel no derribó el desorden: preservó su pureza de rectángulo.
Crepita, sí, la hora como fuego o abejas y es verde la tarea de sumergirse en hojas, hasta que hacia la altura es el follaje un mundo centelleante que se apaga y susurra.
Sed del fuego, abrasadora multitud del estío que construye un Edén con unas cuantas hojas, porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos
sino frescura o fuego, agua o pan para todos, y nada debería dividir a los hombres sino el sol o la noche, la luna o las espigas.
PABLO NERUDA
|