Emma Whitehead, de nueve años, abrió el camino. Tras dos recaídas de la leucemia que padecía, sus médicos no vieron más salida que experimentar con una revolucionaria y arriesgada técnica que consiste en educar mediante terapia genética a las células inmunitarias para que ataquen a las células malignas. Era el último cartucho que les quedaba para combatir el cáncer resistente que sufría. Sucedió en 2012. Dos años más tarde, no hay rastro del cáncer en su cuerpo. Y la estrategia que, de momento, le ha salvado la vida (hay que esperar cinco años para considerar a un enfermo oficialmente curado) sigue quemando etapas de forma satisfactoria en el trayecto que puede convertir el tratamiento en una solución para otros niños, y adultos, en su situación.
Los últimos resultados sobre la terapia que curó a Emma se han presentado este viernes en el encuentro que celebra la Sociedad Americana de Hematología en San Francisco. El mismo enfoque se ha empleado con otros 39 niños en su misma situación: leucemia linfoblástica aguda de precursores B resistente a los abordajes convencionales (quimioterapia o, en algunos casos, trasplante de médula). De los 39 enfermos tratados por un grupo de médicos de la Universidad de Pensilvania dirigidos por el oncólogo infantil Stephan Grupp, 36 (el 92%) mostraron una respuesta completa al mes del tratamiento y, de ellos, 25 (69%) permanecieron a salvo de recaídas durante los seis meses siguientes.
“Son resultados muy buenos, no perdamos de vista que son niños que no tienen ninguna oltra alternativa terapéutica y la enfermedad que tienen es mortal”, destaca Manuel Ramírez, especialista en oncología pediátrica del Hospital Niño Jesús de Madrid.
El hecho de que el resultado más espectacular (un 92% de respuesta inmediata) se mida al mes del tratamiento puede parecer un plazo demasiado corto como para extraer conclusiones. Pero no lo es tanto. “Sabemos que la respuesta inicial rápida al tratamiento con quimioterapia es un indicador que puede significar una buena respuesta del paciente a largo plazo ” explica Ramírez, por lo que es una referencia que se emplea frecuentemente como un factor orientativo del pronóstico. En todo caso, el trabajo describe que no todas estas respuestas positivas son permanentes: hubo diez recaídas, de estos pacientes, cinco murieron.
En vista de lo prometedora que se presenta la terapia, aún experimental, Grupp ya ha anunciado su intención de desarrollar un ensayo clínico más ambicioso para seguir evaluando la seguridad y la eficacia del tratamiento. El fármaco que se emplea es un glóbulo blanco (o leucocito) modificado genéticamente (bautizado como CTL019, del que Novartis tiene los derechos). En julio, la agencia estadounidense del medicamento (FDA) ya concedió al CTL019 la consideración de terapia de gran avance (breakthrough therapy), lo que agiliza su posible aprobación.
La leucemia linfoblástica aguda tipo B es el cáncer más frecuente entre la población infantil, con entre el 20 y el 25% de los casos. De ellos, el 80% se curan y el 20% son resistentes a los tratamientos actuales. A este último grupo se destina la terapia experimental que consiste en reprogramar la respuesta inmunitaria, un enfoque que está consiguiendo importantes avances en oncología. En este caso, con la particularidad de que se combina también con la terapia genética.
El problema de estos pacientes es que tienen alterada la capacidad de generar linfocitos B (un tipo de glóbulos blancos, células del sistema inmune) sanos. En su desarrollo, los precursores de estas células en lugar de madurar adecuadamente se convierten mayoritariamente en células tumorales.
Esta estrategia novedosa enseña al sistema inmunitario a atacar a estas células inmaduras (los linfoblastos B) alteradas. En concreto, educa a las células T, otro tipo de glóbulo blanco, a combatirlas. El primer paso del proceso consiste en extraer las células T del cuerpo, para lo que se usa un equipo que filtra la sangre. Tras el cribado, se recurre a técnicas de ingeniería genética para manipular las células T seleccionadas e introducir nuevas instrucciones en su ADN (a través de un virus desactivado) para que reconozcan y ataquen una proteína (DC19) que se encuentra en la superficie de los linfoblastos B.
De esta forma, al ser reintroducidos en el torrente sanguíneo, las nuevas células T proliferan y eliminan a las células enfermas. “Nuestros resultados indican que estas células cazadoras diseñadas por ingeniería genética crecen en los pacientes y ofrecen unas tasas de respuesta muy elevadas que persisten en los pacientes”, comenta Grupp.
La técnica está recorriendo aún sus primeros pasos. No todos los pacientes responden por igual. Además, presenta distintos efectos adversos. Las células T reforzadas también atacan a los linfocitos B sanos (que comparten la misma proteína contra la que actúan las células T), que son necesarios para el correcto funcionamiento de las defensas. Por ello, los pacientes necesitan que se les administre periódicamente inmunoglobulina para combatir la pérdida de los linfocitos B sanos. Además, la destrucción de células tumorales provoca otra reacción adversa (el llamado síndrome de liberación de citocinas) que debe de controlarse con medicación. Pero pese a todo ello, como insiste Manuel Ramírez, no existe otra opción para los pacientes con leucemias resistentes.