Hace ya muchos años, aunque todavía todos recuerdan esta historia, una madre
intentaba todos los días que su hija aprendiera a hilar, pero ésta no quería.
Los gritos de la madre y la rebeldía de la hija se escuchaban a diario, hasta que un día,
e dolía y en parte de la rabia que sentía por tener que aprender algo que no quería.
Dicen que quiso la casualidad que pasara por allí la reina, que paró su carroza para saber
de dónde venían el griterío. La madre se sentía avergonzada y mintió a la Reina para que
no supieran todos lo haragana que era su hija, diciéndole que el motivo de su llanto era que
quería hilar todo el día, pero ella era tan pobre que no podía comprarle el lino necesario
para su afición. La reina sintió pena de la joven y le dijo que no se preocupara,
que la llevaba con ella a palacio y allí podría hilar todo lo que quisiera.
La madre sonreía llena de orgullo, pero la hija agachó la cabeza y aguantaba las lágrimas.
En silencio acompañó a la Reina y, en cuanto llegaron a palacio, la Reina la llevó a uno de los aposentos.
Una montaña de lino cubría la habitación entera.
- Mira cuánto lino, hija mía. Si hilas todo lo que hay en esta habitación y demuestras ser tan
hacendosa como dicen, te daré a mi hijo por esposo, porque no hay mejor esposa
para un príncipe que una mujer laboriosa y obediente.
La niña calló ante la Reina, pero cuando ésta cerró la puerta empezó un llanto amargo que
nadie pudo consolar. Tres días estuvo llorando. Todos los días la Reina se asomaba a ver el trabajo,
y ésta le contestaba que no podía trabajar todavía, que echaba de menos a su madre. Al finalizar
el tercer día se asomó a la ventana, tres ancianas muy peculiares pasaban por debajo de su ventana.
Una tenía el labio colgando, la otra el pulgar gordo y deforme, la tercera andaba dando traspiés
porque uno de sus pies era ancho y plano.
- ¿Por qué lloras, niña, no sabes que las lágrimas estropean el rostro?
Y les contó su desgracia. Las ancianas se miraron y se ofrecieron a ayudar a la joven.
Ellas le prometieron hilar todo el lino por ella, pero a cambio debía invitarlas a su boda.
La joven prometió cumplir la promesa. Y en unos minutos ya estaban hilando las tres ancianas.
Las madejas empezaban a tomar forma una tras otra, todas perfectamente extendidas y esponjosas.
Cuando terminaron la doncella llamó a la Reina, que miró maravillada el trabajo de la niña.
En pocos días organizaron la boda, y si contenta estaba la Reina más contento estaba el joven
príncipe al ver a una joven tan hacendosa.
- Me casaré contigo, pero tienes que dejarme invitar a unas primas mías que me criaron
de pequeña a las que le debo esta cualidad que tengo.
Y así se hizo. Dicen que la joven iba preciosa con su traje blanco, su larga cola y un velo
bordado cubriendo su cara. Y también aparecieron las tres ancianas, vestidas con sus mejores galas.
- Venid, primas mías, que os voy a presentar a mi marido.
El príncipe las miraba sorprendido de lo feas que eran. Les saludó educadamente y les preguntó:
- ¿Por qué os cuelga tanto el labio?
- Es de tanto lamer la hebra. Como tu joven esposa, también a mí me gusta mucho hilar.
- ¿Y por qué tenéis un pie tan ancho?
- De tanto girar el torno, a mí también me gusta mucho hilar.
- ¿Y por qué tenéis el pulgar tan achatado?
- Yo me encargo de torcer el hilo. Hilar es la pasión de nuestra familia.
El joven príncipe miró a su esposa. Vio lo hermosa que era y se la imaginó con el labio torcido,
el pulgar achatado y el pie plano, y entonces dijo:
- Amada mía, nunca más volverás a tocar una rueca.
Y dicen que fueron felices toda su vida.
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