Carente de tantas cosas como es, la isla asceta desborda más allá de ella lo que tiene. Hay médicos suyos en cientos de rincones del mundo, maestros, ingenieros, técnicos, profesionales. Cuba rebosa y se entrega. Se quita el magro bocado de la boca y lo da al hambriento, al enfermo, al marginado.
Nuevamente, los matones del barrio se ponen vociferantes y el coro de los pequeñitos les hace eco. Cuba, en una esquina, es lapidada y escupida por gordos infatuados olorosos a perfumes caros que ven el mundo sobre el hombro. Transgresora de las reglas de las apariencias, la isla responde al hostigamiento mostrándose como es, asceta, resistente, solidaria y sonriente.
Rodeada como está, cercada, váyase a La Habana y véase la efervescencia cultural que ahí se vive, la cantidad de gente de todas partes discutiendo, proponiendo, intercambiando. Un pequeño mundo creativo, un “planeta Cuba” que no duerme.
Húrguese en la historia reciente de la isla, y saltarán a la palestra nombres esenciales de poetas, escritores, pintores, dramaturgos de todo el continente a los que ella recibió de muchas formas, como madre, amiga o confidente. Ahí quedaron sus huellas, sus ideas, sus alegrías, sus secretos.
Hasta Cuba han ido a restañar heridas los que se entregan hasta el límite del riesgo de la vida.
Derramó bálsamos salvíferos sobre los miembros tumefactos, dio respiro a los pulmones atascados, alivió dolores.
Los que la anatemizan y arrinconan no pueden ofrecer sino migajas del banquete, hacen alharaca y pretenden que se olvide su naturaleza rapiñera. Su ayuda humanitaria llega en barcos de guerra; aprovechan el menor resquicio para poner un pie en la puerta, llegan hasta la cocina y se quedan, erigiendo sus banderas como picas en Flandes.
Carente de tantas cosas como es, la isla asceta desborda más allá de ella lo que tiene. Hay médicos suyos en cientos de rincones del mundo, maestros, ingenieros, técnicos, profesionales. Cuba rebosa y se entrega. Se quita el magro bocado de la boca y lo da al hambriento, al enfermo, al marginado.
Cuba la loca, Cuba la tonta, Cuba la que ofrece la mano en un mundo en el que todos cuidan la pequeña y mezquina esquina en el que están transitoriamente. Los gordos infatuados y su coro de ángeles le dan consejos, la amonestan, y desearían poder abofetearla, corregirla, escarmentarla, meterla en el redil en el que apacientan huesudas vacas flacas, sus hermanas.
En las calles de La Habana hay edificios con balcones derruidos, escaleras oscuras y corredores descascarados. La gente se aglomera y recoge el pan de la mañana. La ropa desteñida y mil veces usada se pega a los cuerpos sudorosos. Nadie tira granadas en medio del gentío, como en el corazón de San Salvador a solo dos horas de viaje de esas calles; ni le arrancan los aretes a las señoras dejándoles sangrantes los lóbulos de las orejas, como en cualquier calle de otra ciudad latinoamericana; ni se oye el ulular de las sirenas en las noches de la ciudad que duerme o baila pero no se desangra.
En los hemiciclos sofisticados de las grandes ciudades de París, Nueva York o Bruselas, suben los elegantes oradores a estrados desde donde resuena su voz aumentada por los altavoces, los diarios, las revistas, las televisoras. Se casan ellos con la modelo de moda, se rozan con los reyes, vacacionan en yates que surcan el Mediterráneo, se broncean, salen en las revistas del corazón y no saben en donde está Haití hasta que algún malhadado terremoto la borra del mapa.
En Cuba muchas veces no hay micrófono, y el público suda en habitaciones en las que se dejan abiertas las ventanas para que refresque. Los que hablan y los que escuchan están modestamente vestidos. No hay aspavientos vedetistas, ínfulas de sabelotodos, amonestadores, orientadores de los destinos del mundo. Saben, usualmente, más que los demás, pero la cola del pavo real no la conocen.
Es, como ha sido en los últimos 50 años, referente imprescindible. Pateada, escupida, vilipendiada sigue enhiesta en el corazón del Caribe.
Cuba es piedra de toque.