Te vi entre parpadeos, un instante, como relámpago en la noche; luego la misma oscuridad desconcertante, el mundo tal como lo capta el ciego, sin mar y sin colores, discordante vaivén de ruidos en confuso juego. Si no te hubiera visto, no sabría como es la luz y el esplendor del día.
A veces, sólo a veces,
quisiera verte en soledad oscura, retorciendo tus miembros en el lecho, y el deseo mordiéndote la nuca
adosado a tu espalda, mientras sus brazos múltiples te anudan. En el silencio negro de la noche, cuando ausencia y libido se acentúan, galopando leones por tus muslos, quiero que se aparezca mi figura sobre la pleamar de tus recuerdos, y te admitas, con un poco de culpa: 'Cuánto lo amé, cuánto me amó, y no obstante,
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dejé de amarlo'. Sobre las burbujas de tus senos redondos, satinados, un tropel de caricias se aventuran, de manos invisibles, tan lejanas, haciéndose preguntas que no supiste responder entonces, que hoy todavía flotan en la bruma. Quiero que ese momento, casi mío, dure sólo un instante. Si la lluvia repica en los cristales con mis dedos, o te alerta el relámpago, o la luna se filtra en tus visillos, dame ese breve soplo, miniatura de lo que antes tuvimos, cuando ambos, arriesgados o a la escucha, ni restringíamos palabras densas, ni refrenábamos lasciva furia; la vida era una gama de colores, de la sensualidad a la ternura.
Dame ese instante; vas a tener tantos, que nadie notará pausa tan súbita, un verso en el poema, un compás musical en la overtura, una alondra de paso, una gota de lluvia. Y esboza una sonrisa, aunque tal vez no me lo digas nunca.
Los Angeles, 18 de marzo de 2008 |
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