No es suficiente dar, ni dar con alegría; ni tampoco es bastante dar con renunciamiento; menos, dar con dolor, un poco cada día, esperando de otros el reconocimiento.
Y no basta —siquiera— el dar por ser virtuoso, aunque el alma egoísta, aleccionada, calle; hay que dar, simplemente, como el mirto oloroso que esparce, sin saberlo, su fragancia en el valle.
Más aún: es forzoso merecer ser donante, que a través de esas manos diga Dios lo que piensa y sonría dichoso detrás de la mirada. El poeta oriental nos pone por delante la sola realidad de la íntima conciencia, testigos, como somos, sin ser dueños de nada.
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