El Ahora es inseparable de quien eres en el nivel más profundo. Importa que
tengas éxito o fracases a los ojos del mundo. Importa si tienes o no tienes salud,
si has recibido o no una buena educación. Importa si eres rico o pobre;
ciertamente, establece una carencia en tu vida. Sí, todas estas cosas tienen
importancia, una importancia relativa, pero no importancia absoluta.
Hay algo más importante que cualquiera de estas cosas: encontrar tu ser esencial
más allá de esa entidad efímera, del efímero yo personal.
No encontrarás la paz reordenando las circunstancias de tu vida, sino dándote
cuenta de quién eres al nivel más profundo. Cuando no eres consciente de la
esencia interna, siempre acabas sintiéndote desgraciado. Es así de simple.
Cuando no sabes quién eres, te fabricas mentalmente un yo que sustituye tu
hermoso ser divino, y te apegas a ese yo temeroso y necesitado. No tienes una
vida; eres una vida. La Vida Una, la conciencia que interpenetra todo el universo
y toma forma temporalmente para experimentarse como piedra o como hoja de
hierba, como un animal, una persona, una estrella o una galaxia.
Necesitas tiempo para la mayoría de las cosas de la vida: para adquirir nuevas
aptitudes, para construir una casa, para especializarte en una disciplina. Sin
embargo, el tiempo es inútil para la cosa más esencial de la vida, para la única
cosa que importa: la autorrealización, que significa saber quién eres más allá del
yo superficial; más allá de tu nombre, de tu forma.
No puedes encontrarte a ti mismo en el pasado o en el futuro. El único lugar donde
puedes encontrarte es en el Ahora.
Los buscadores espirituales buscan la autorrealización o la iluminación en el futuro.
Pero no necesitas tiempo para ser quien eres.
Cuando miras un árbol, eres consciente del árbol. Cuando tienes un pensamiento
o sentimiento, eres consciente de ese pensamiento o sentimiento. Cuando tienes
una experiencia placentera o dolorosa eres consciente de esa experiencia.
Pensamiento y lenguaje crean una aparente dualidad y una persona separada donde
no la hay. Lo cierto es: tú no eres alguien que es consciente del árbol, del pensamiento,
del sentimiento o de la experiencia. Tú eres la conciencia en la que -y por la que- esas
cosas aparecen. Tú eres el «yo». Tú eres el Conocimiento. Tú eres la conciencia por la
que todo es conocido. Y eso no puede conocerse a sí mismo; eso es si mismo.
Conociéndote como la conciencia en la que ocurre la existencia fenoménica, te liberas
de la dependencia de los fenómeno. En otras palabras: lo que ocurre o deja de ocurrir
ya no es tan importante. Las situaciones pierden su gravedad, su seriedad. Un ánimo
juguetón entra en tu vida. Reconoces que este mundo es una danza cósmica, la danza
de la forma, ni más ni menos.
Cuando sabes verdaderamente quién eres, vives en una vibrante y permanente
sensación de paz. Puedes llamarla alegría, porque la alegría es eso: una paz vibrante
de vida. Es la alegría de conocerte a ti mismo como la esencia de vida antes de tomar
forma. Eso es la alegría de Ser, de ser quien realmente eres.
Así como el agua puede ser sólida, líquida o gaseosa, la conciencia puede estar
«congelada» y tomar la forma de la materia física; puede ser «líquida», tomando la
forma de la mente y del pensamiento, o puede ser informe, como la conciencia pura.
La conciencia pura es la Vida antes de manifestarse, y esa Vida mira al mundo de la
forma a través de «tus» ojos, porque esa conciencia es quien tú eres. Cuando te
conoces como Eso, te reconoces todas las cosas. Es un estado de completa claridad
de percepción. Ya no eres más una entidad con un gravoso pasado, convertida en
una pantalla de conceptos que interpreta cada experiencia. Lo máximo que podemos
expresar con el lenguaje es que existe un campo de quietud consciente en el que
ocurre la percepción.
A través de «ti», la conciencia informe se hace consciente de sí misma.
El Ser ya está en ti en toda su plenitud, Ahora.
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