Un mito post-soviético transversal
El pasado 21 de diciembre, una delegación del Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) llevaba a cabo la ya tradicional peregrinación al Kremlin para depositar decenas de claveles rojos en la tumba de Stalin en el aniversario de su nacimiento ─en la fecha que fijó el propio Stalin, a pesar de que una investigación posterior en el registro de Gori indicó como fecha de nacimiento real el 18 de diciembre de 1878─. El término "peregrinación" no es aquí ninguna concesión estilística del periodista: junto a la tumba, dos militantes del PCFR sostenían una imagen religiosa que representaba a Stalin y sus generales, ante el cual los militantes se arrodillaban para besar, siguiendo la costumbre de la iglesia ortodoxa. Ante el mausoleo de Lenin ─donde el féretro de Stalin estuvo expuesto junto al de Lenin hasta 1961─, el secretario general del partido, Guennadi Ziugánov, prometió una "primavera estalinista" como precampaña de las elecciones a la Duma que se celebrarán el próximo 18 de septiembre.
Stalin falleció el 5 de marzo de 1953 en Kuntsevo, en el hoy distrito de Fili en Moscú, y no en el Kremlin, como muchos aún creen a raíz de la versión oficial que entonces se transmitió
En el panteón del PCFR Stalin ocupa un lugar preferente y, significativamente, más destacado que el de cualquier otro dirigente soviético, incluido Lenin. Los comunistas de Ziugánov buscan desde hace años desvincularse de figuras que recuerden el turbulento período revolucionario en favor de aquellas que representan los períodos de aparente estabilidad (Stalin, Brezhnev), pero sobre todo los momentos de máximo apogeo de la Unión Soviética, y el Stalin vencedor de la Segunda Guerra Mundial, cuando el socialismo soviético alcanzó su mayor expansión geográfica, encaja en ese papel.
La figura de Stalin en la Rusia contemporánea no es, empero, monopolio del PCFR. Un sector de los nacionalistas rusos intenta desde hace años desarrollar un modelo teórico que permita a sus militantes conciliarse con el pasado inmediato de su país. Aunque la figura más conocida en Occidente es Aleksandr Dugin ─quien ha reivindicado a Stalin como "el primer eurasianista"─, a la cabeza de estos esfuerzos se encuentra en realidad Aleksandr Projánov, escritor, editor del diario Zavtra y uno de los ideólogos de Tercera Posición más destacados en Rusia. La principal tesis de Projánov es que Stalin abandonó el comunismo soviético tras la agresión de la Alemania nazi en 1941 para convertirse en el defensor de los intereses nacionales de Rusia.
En el panteón del
PCFR Stalin ocupa un
lugar preferente y, significativamente, más destacado que el de cualquier otro dirigente soviético, incluido Lenin
Heredero de las tesis de los "bolcheviques blancos" del grupo Smena Vekh, según Projánov la URSS no habría sido más que otra forma de una constante histórica en la que Rusia está destinada a ser un imperio: primero, como Kievan Rus (882-1240); después como Principado de Moscú (1283-1547); luego, como Imperio bajo la dinastía de los Romanov (1721-1917); más tarde como Unión Soviética (1917-1991); y, finalmente, como "quinto imperio". Las tesis de Projánov y sus asociados calaron en el nacionalismo ruso y desde 2013 pueden verse, junto a la llamada bandera monáquica (negra-amarilla-blanca), retratos de Stalin en la 'Marcha rusa' que los grupos nacionalistas convocan todos los 4 de noviembre.
Que tanto el PCFR como los nacionalistas compartan en buena medida el mismo análisis sobre Stalin obedece a motivos históricos. Ziugánov y Projánov se relacionaron durante casi toda la década de los noventa, primero en el intento de crear una plataforma de oposición a Borís Yeltsin que fuese más allá del PCFR, y más tarde en los intentos de Projánov de penetrar, con éxito, en el que es hasta día de hoy primer partido de la oposición parlamentaria. Sin ir más lejos, el icono de Stalin exhibido el 21 de diciembre pertenece al Club Izvorsk, un think tank fundado por Projánov en 2012.
La imagen religiosa que representa a Stalin y sus generales.
La singular obra de arte políticorreligiosa que representa a Stalin y sus generales se presentó el año pasado en una ceremonia en la región de Belgorod con motivo del aniversario de una batalla de la Segunda Guerra Mundial. Projánov defendió la iniciativa a la BBC asegurando que la obra no presenta a Stalin y su séquito como santos ─ningún halo adorna sus cabezas─, sino que busca simbolizar el poder del Estado ruso avalado por el poder religioso, representado por una hierática Virgen María que contempla la escena desde el cielo. A pesar del rechazo de las autoridades religiosas, un sacerdote ortodoxo accedió a consagrarlo en junio. La ceremonia se celebró en la base aérea de Engels y más tarde el hieromonje Vissarión ─casualmente el mismo nombre que el del padre de Stalin─, responsable de la misma, fue amonestado por sus superiores.
"La jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa ha subrayado repetidamente que la canonización del perseguidor de la Iglesia y organizador de su represión sangrienta es imposible"
"La jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa ha subrayado repetidamente que la canonización del perseguidor de la Iglesia y organizador de su represión sangrienta es imposible y que la misma idea resulta absurda. Los intentos por rehabilitar el estalinismo emprendidos por los miembros del Club Izvorsk están basados en una grosera distorsión de los sentimientos religiosos y patrióticos”, comunicó la archidiócesis. No era, con todo, la primera vez que un clérigo trataba de encajar a Stalin en el revival de la iglesia ortodoxa: en 2008 el sacedorte de Strelna perdió su cargo por haber mandado pintar a Stalin frente a Matriona Nikonova, una mujer contemporánea suya canonizada por la iglesia.
Por último, también desde las instituciones se disputa el legado del líder bolchevique. Entre los últimos ejemplos se encuentran la instalación, el 22 de febrero, de un busto de Stalin en el Museo de Historia Militar de Pskov a iniciativa de la Sociedad de Historia Militar de Rusia y la inauguración, la pasada primavera, de un museo en la casa en Jaróshevo, en el óblast de Tver, en la que el dirigente soviético pernoctó en 1943. A comienzos de la década pasada incluso se difundió en los medios de comunicación el término “mánager efectivo” para describir a Stalin. ¿Cómo es posible esta transversalidad, de la que prácticamente sólo quedan excluidos los liberales pro-occidentales?
Stalin como pantalla de proyección
La historiadora rusa Irina Scherbakova intentó responder a esta pregunta en una entrevista con el diario alemán Tageszeitung en 2012. “El culto a la personalidad de Stalin ha de considerarse históricamente”, explicó Scherbakova. “Ya en época de Brézhnev apareció la imagen de Stalin como contrapunto vital a un politburó senil. Algo parecido ocurrió en los noventa durante la era Yeltsin, cuando el Estado era débil y la ola de privatizaciones fue para muchos una catástrofe. A mediados de los noventa Stalin se convirtió en una pantalla de proyección para los deseos de la población de un líder fuerte, algo que puede considerarse como un impulso nostálgico”.
A todo ello, continuaba la historiadora rusa, conviene sumar “la insatisfacción con el presente”. “Para muchos rusos ─decía Scherbakova─ los gobernantes actuales hacen como si fueran fuertes y patrióticos, pero en realidad son corruptos, tienen su dinero en el extranjero y envían a sus hijos a las mejores escuelas británicas. Stalin es en esta fantasía la imagen completamente opuesta a esta élite, un dirigente popular modesto, sencillo, auténtico”.
"A mediados de los 90, Stalin se convirtió en una pantalla de proyección para los deseos de la población de un líder fuerte, algo que puede considerarse como un impulso nostálgico”
Aunque Scherbakova se mostró entonces confiada en que esta imagen se desvanecería gradualmente en las nuevas generaciones, la impresión general es que la mayoría de rusos han terminado por aceptar el juicio de Isaac Deutscher, quien dijo famosamente que “Stalin había encontrado Rusia utilizando arados de madera y la dejó equipada con reactores nucleares”. A grandes trazos puede decirse que, para la mayoría de rusos, Stalin se inscribe en una genealogía histórica de autócratas que modernizaron Rusia ─la paradoja, evidentemente, es que lo hicieron sirviéndose de un poder y métodos nada “modernos”─ para convertirla en una potencia regional y militar. En ese rol Stalin se habría visto precedido por los zares Pedro I e Iván el Terrible.
Tras su muerte, los restos de Stalin fueron trasladados a la plaza Trúbnaya, a la que una multitud se acercó para verlo por última vez. El poeta Yevgueni Yevtushenko nos ha dejado la que quizá sea la descripción más estremecedora de aquel episodio. “Cada vez nuevas corrientes se derramaban en la riada humana y aumentaban su presión, hasta que se formó un enorme remolino... De repente una joven fue presionada contra un poste (de la luz)... Un súbito movimiento de la multitud me presionó estrechamente contra ella. Nada podía oír, pero noté con todo mi cuerpo cómo sus débiles huesos comenzaban a quebrarse contra el poste... La visión de sus increíbles y protuberantes ojos azules superó mis fuerzas. La multitud me siguió empujando, y cuando volví a mirar, nada se podía ver ya de la muchacha...”. Yevtushenko recuerda que aquel día más de quinientas personas fueron pisoteadas hasta la muerte o aplastadas contra señales de tráfico y camionetas. “Como los antiguos reyes escitas ─escribía el poeta─,