Escucha novia al infernal trovero...
mi alma de artista hablarte necesita.
No me desprecies... Ven novia... ¡Te espero!
¡Acude presta a la implorante cita!
Yo te conté mis penas dolorosas
una noche de duelo y de agonía.
¡Cuántas cosas te dije!... ¡Cuántas cosas
que debes recordarlas todavía!
Era la noche aquella del misterio
enigmático y negro monumentos,
en la fría antesala, el cementerio,
entre las cruces murmuraba el viento.
No sé lo que ese viento murmuraba
entre las cruces lúgubres... Sombrías...
más he pensado a solas que contaban...
a los sepulcros, las congojas mías.
De tu alcázar triunfal toqué las puertas
con mí doliente lira de poeta,
y de una tumba... Por la estrecha grieta...
asomaste tus cóncavas desiertas.
Luego abriste la tumba silenciosa
y a las sombras de la bóveda vacía.
¡Cuántas cosas te dije!... ¡Cuántas cosas
que debes recordarlas todavía!
Alzaste al infinito tus miradas
y después de un instante... Compasiva...
tus albicantes manos descarnadas
apoyaste en mis hombros... Pensativa.
Y con ansia sublime y verdadera,
sabiendo que el amor es indiscreto,
estrechando en mis brazos tu esqueleto
dejé un beso en tu blanca calavera.
Las cruces se inclinaron tardas... Lentas.
Los muertos de su sueño despertaron,
y a nuestro derredor se incorporaron
como una caravana de osamentas.
Las tumbas agrietadas se movieron
mis amores estaban descubiertos,
y entre danzas macabritas, los muertos
mis idilios nocturnos aplaudieron.
Y ante la majestad de aquel proceso
de cóncavas desiertas, mí adorada
acercase a mí rostro enamorada
para pagar la deuda de mí beso.
Los muertos que danzaban lentamente
detuvieron su paso descarnado,
al librar de aquel ósculo sagrado
que la muerta dejó sobre mi frente.
Reinó el silencio en torno de la ancha esfera
surgió una estrella mística temblante,
a manera de un cirio vacilante
donde un rayo de luz se consumiera.
Sentí en el alma del dolor la herida
y ante la estrella de fulgor de plata
empecé mí doliente serenata...
la negra serenata de mí vida.
Mí laúd de poeta está cansado...
nauta que busca el ignorado puerto.
En mí amargura estoy petrificado
como una muda esfinge del desierto.
Guardo como trofeo en mis jornadas,
en mis rudos caminos escabrosos,
unas cuántas coronas empolvadas
y un volumen de versos dolorosos.
De la alegría y del amor proscrito,
defino así mí vida de cadenas:
Prometeo en las cumbres de granito
roído por los buitres de las penas.
Nací con mala estrella, el pensamiento
fustiga mí cerebro a cada instante,
la luminosa fiebre del talento
es mí infierno que olvidara el Dante.
El bruto ríe cuando el genio llora.
Es delirio pensar ser delincuente...
el bien que en la pulpa cerebral aliente
un chispazo de luz calcinadora.
Que el mármol blanco de su tumba
el eterno desposado de la vida
que salude con Siba o con Acuña
la fuga misteriosa del suicida.
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