Por Cecilia Orozco / El Espectador
El escritor y periodista, autorizado observador de los procesos de violencia y paz en Colombia, acaba de publicar parte de
sus experiencias de viaje por los territorios profundos de la guerra en el libro “A lomo de mula”.
Alfredo Molano Bravo asegura que los paramilitares, aupados por el extremismo opositor, se reagrupan y rearman en varias zonas.
Y con osadía, explica la existencia de las Farc desde un punto de vista que dará mucho para la controversia.
Su libro “A lomo de mula”, en el que hace un recorrido histórico y también intimista de cómo nació, se desarrolló, se “regó”
por el territorio e intentó llegar a acuerdos con varios gobiernos, la guerrilla de las Farc, ¿se publica con ocasión de la
fecha señalada como límite en el proceso de paz de La Habana, el próximo 23 de marzo?
No por mi parte. Sin desconocer que, aunque el acuerdo no se firme el 23 de marzo, la fecha está muy cerca. Les he seguido
la huella a las Farc desde hace mucho tiempo, buscando sus orígenes, sus caminos, sus relaciones con la población civil desde
cuando escribí Selva adentro, en 1982. Comprender su sentido histórico para contribuir a un acercamiento con el país de
acá ha sido casi una obsesión. Desde mis primeros sondeos no vi el monstruo que decían que eran.
¿Qué vio, entonces? La mitad del país votante, si nos atenemos a las más recientes elecciones presidenciales,
odia a la guerrilla porque ve en ella, precisamente, un “monstruo”…
Vi un movimiento armado campesino con unos ideales políticos, perseguido, arrinconado y con el objetivo de cambiar el sistema político.
Y… ¿las bombas, los ataques mortales, los secuestros económicos, políticos, etc.?
Esa es la guerra. El enemigo de las Farc fue también formándolas, y la guerrilla no podía vivir de negocios lícitos.
Tuvo que echarles mano a la fuerza, a la ilegalidad, a la violencia tal como las usaron contra ella.
¿Usted es consciente de que su posición es una de las más “lanzadas” que, abiertamente,
haya expresado alguien en el país polarizado de hoy?
Soy plenamente consciente. Busco explicar la existencia de la insurgencia, no justificar sus acciones.
Veo que recorre la historia de las Farc, pero comenta los sucesos del presente sólo de manera tangencial.
¿Por qué? ¿No habría sido lógico que escribiera sobre la mesa de paz, siendo usted uno de los periodistas mejor enterados de lo que ocurre en ella?
Siempre he creído que la historia bota luz “tangencial” sobre lo que sucede hoy, y por eso la mesa es sólo un capítulo de la vida de las Farc
y del país. Cada día se verá más claro que las guerrillas son parte esencial de nuestra historia. Pero bájese de esa mula: no
tengo información privilegiada. Le tengo una vena cogida al proceso de negociación porque lo he mirado desde hace tiempos.
(Risa) Precisamente, el título de su libro alude al modo de transporte que se usaba cuando alguien iba a adentrarse en terrenos
dominados por las Farc. ¿Cree que, dados los avances en el proceso de paz, el reportero Alfredo Molano es
uno de los últimos periodistas en viajar “a lomo de mula”?
Monto a caballo desde que tenía cuatro años. Desde ahí se mira más que desde los aviones. Ojalá que los campamentos de la guerrilla
se conviertan pronto en sedes del partido que están buscando crear las Farc. Lo que tengo claro es que no me bajaré de la mula,
aunque sea el último periodista que lo haga para saber qué pasa en el país.
Con su perdón, en esta época de comunicaciones digitales y drones, viajar en mula parece anacrónico. ¿La guerra de guerrillas
que vivió Colombia durante más de 50 años entró también en un período de anacronismo y éste empujó la negociación?
Creo que la guerra que hemos sufrido nos cambió a todos. Fuimos dejando atrás la idea de que las guerrillas eran cuadrillas de bandidos
que había que matar, hasta entender poco a poco que son un movimiento que optó, obligado, por levantarse en armas y que, por la misma
razón política, puede dejarlas. Va a dejarlas. Los militares, ese poder suelto también lo ha entendido y quizá también deje de usarlas como las ha usado desde la Guerra Fría.
Bueno, soy menos optimista. Disiento de usted cuando afirma que “fuimos dejando atrás la idea de que las guerrillas eran cuadrillas de bandidos…”.
Deles ese argumento a Álvaro Uribe, a sus seguidores, a los militares activos o retirados y a otros muchos que andan
por ahí, a ver qué le contestan… ¿Se imagina lo que dirían?
Sí, me imagino y me lo dicen: que soy un colaborador de las Farc, que soy su defensor ideológico, que hago parte del cuerpo civil de la guerrilla.
La realidad es que cuando hago esa afirmación me refiero, fundamentalmente, al mundo académico, al mundo que estudia la historia de la violencia.
Lo que aseguro se vio en los estudios que hicimos catorce intelectuales, a raíz del acuerdo, sobre el esclarecimiento histórico del conflicto armado
que la mesa de negociaciones de La Habana nos pidió escribir.
Encontré en su libro una expresión peyorativa de mitad del siglo pasado que reapareció en el lenguaje del presente. Cuenta usted que
para el general Rojas Pinilla, Eduardo Santos (tío abuelo de Juan Manuel Santos) y Alberto Lleras eran “guerrilleros intelectuales”.
Al presidente le han endilgado calificativos similares. ¿Hay una línea ideológica continua entre el guerrerismo de entonces y el de hoy?
La extrema derecha ha sido la misma desde el señor Caro, a fines del siglo antepasado, hasta Álvaro Uribe. Fue Caro quien empujó al liberalismo
a la guerra civil de los Mil Días, como es Uribe el que quiere condenarnos a seguir en guerra. Para el hoy senador, Juan Manuel Santos
es un guerrillero de corbata, aunque a veces tenga el buen gusto de no ponérsela.
Hablando con sensatez, ¿tiene alguna duda de que liberales del capitalismo y “aristócratas” como Eduardo Santos, Alberto Lleras
y Juan Manuel Santos se comparen con un guerrillero de las Farc?
Es absolutamente imposible que alguien confunda las botas de caucho de un guerrillero con los zapatos Florsheim de los Santos…
¡Estos usan esos zapatos como yo usar tenis!
El libro trata la participación de Estados Unidos en la guerra contra la guerrilla desde los años 50 y 60. ¿La intervención
norteamericana aquí fue activa o se limitó a asesorar a los gobiernos?
Estados Unidos involucró a Colombia en la Guerra Fría. Laureano mandó tropas colombianas a Corea bajo el mando de oficiales estadounidenses.
Pero la influencia norteamericana comienza antes del 9 de abril, con el pacto de asistencia mutua de los ejércitos latinoamericanos en lucha
contra la llamada penetración soviética. En Villarrica se usaron, por primera vez en el mundo, las bombas de napalm, o de gasolina sólida;
los estrategas de la guerra contra las “repúblicas independientes” fueron estadounidenses. No es gratuito que Obama vaya a La Habana en
el mismo tiempo en que un acuerdo de paz se firme entre colombianos. Serán los actos con que se cierre la Guerra Fría. El mismo
Ejército de Colombia está buscando dejar atrás la doctrina llamada de Seguridad Nacional.
Cuando menciona las bombas de napalm, ¿se refiere a los mismos artefactos que mataron tanta gente en la guerra de Vietnam
y que fueron rechazados hasta por los pacifistas estadounidenses de los años 60?
Sí, exactamente a las mismas. Más aún, el ejército estadounidense dio la fórmula de esas bombas, los franceses pusieron los materiales
y el ejército colombiano las fabricó.
Otro cuento muy atractivo que trae usted es el siguiente: en uno de los intentos de negociación con la guerrilla, “Manuel Marulanda”
se acogió al plan de paz de Lleras Camargo. “Marulanda” fue nombrado inspector de la carretera entre Planadas
y Aleluya (Tolima y Huila). ¿Cuánto duró ese experimento?
Duró entre mediados del 58 y principios de 1960, cuando fue asesinado Charronegro, Jacobo Prías Alape, el más importante jefe
guerrillero del sur de Tolima, por hombres de un antiguo compañero, el general Mariachi, armado por el Ejército para combatir a los
“comunes”, los comunistas. El mismo día del asesinato de Charronegro, Marulanda y el comandante Guaracas volvieron a las armas.
Marulanda (el funcionario) era un constructor de caminos: el que comunicaba La Uribe con San Juan de Sumapaz.
¿Existen registros fotográficos o escritos del servidor público “Manuel Marulanda”?
No conozco ninguna fotografía de Marulanda de aquella época, pero deben existir los archivos del Programa Nacional de
Rehabilitación, creado por Lleras Camargo y dirigido por José Gómez Pinzón.
¿Por qué fracasaron los gobiernos en sus intentos de paz, y la guerrilla, aunque replegada y confinada a ciertos
territorios, creció y se fortaleció?
Porque el problema de la tierra nunca se ha resuelto, a pesar de los intentos liberales: Ley 200 del 36, Ley de Reforma Agraria del 62,
creación de Reservas Campesinas en el 94. Y porque la persecución contra los rebeldes nunca cesó. Los gobiernos han buscado una
derrota certificada y no un acuerdo. Los querían derrotados en lo militar y en lo político, es decir, enterrados. Sólo ahora, y sobre todo
con el principio del nuevo estatuto de justicia transicional, se trata a los insurrectos de igual a igual. Una condición lógica para
que las Farc entren a la vida política y a rivalizar en condiciones similares con los partidos tradicionales por el poder político.
Hay un momento de quiebre en la evolución de las Farc, según usted cuenta: cuando pasan del combate casi cuerpo a
cuerpo a ocultarse para convertirse en guerrilla que ataca y desaparece. ¿Cuándo y por qué ocurrió esa transformación?
Creo que ese quiebre comienza con el asesinato de Charronegro, en 1960, y se profundiza con la toma de Marquetalia, en 1964.
Ahí la pelea adquiere un carácter más social. No se trataba ya de una defensa de la vida, sino de una conquista del poder.
¿En qué etapa de la historia las Farc pasaron de ser unos grupos de campesinos con reclamos comprensibles a ser una
multinacional cruel y con negocios de droga, bienes raíces y banca internacional, como se ha asegurado? O
¿usted considera que esta descripción no es real?
No, ni de lejos. Esa ha sido una imagen construida por especialistas en lo que desde la Alemania nazi se llama propaganda política,
guerra psicológica. Y hoy, esa imagen que se diseñó para quitarles apoyo a las guerrillas, la está pagando cara Santos: el plebiscito
no es fácil de ganar, así se llegue a un acuerdo con las Farc como la forma de ratificar lo acordado en La Habana. Oiga usted
a Fernando Londoño y notará cómo se cría esa fábula.
Hablando de “conejo” al proceso de paz por parte de las Farc, con su aparición armada en La Guajira, aparición torpe en
mi opinión, por desafiante, ¿cree que uno o varios gobiernos les hicieron “conejo” a ellas en las negociaciones, es decir,
que también hubo engaños oficiales que echaron a perder la paz?
Estoy de acuerdo con María Jimena: lo que le molesta a la derecha es que las Farc hagan política de plaza pública. Hay antecedentes
como, por ejemplo, la masacre de la UP o, de manera más franca, el conejo que los militares, ya rearmados con el Plan Colombia,
le pusieron en el gobierno de Pastrana al intento del Caguán.
Usted tituló su columna del domingo pasado en El Espectador “La derecha viene con todo”. Asegura que Uribe “llama a la
gente a pelear”. Y dice que las comunidades rurales están asustadas porque les han hecho creer que los guerrilleros
les quitarán todo. ¿Ha sido testigo de esta situación?
En Tumaradó, Chocó, los paramilitares patrullan uniformados y armados. En Ataco, Tolima, se mueven hacia Planadas. En Meta
y Casanare hacen retenes. Yo le creo a la gente que me cuenta, con detalles, la reorganización paramilitar en algunas zonas donde
fueron fuertes. Escuchan a Uribe. Más aún, bajo la consigna de que los acuerdos de La Habana son impunidad disfrazada, lo que se
transmite es que las Farc harán política armadas de fusiles. Con lo de Conejo, el Gobierno se asustó por las sindicaciones de Uribe y,
sin proponérselo, le hizo el juego al cuentazo de la paz armada.
En otra parte de su columna, justamente afirma que ha habido “una campaña soterrada, sucia y calculada para que los paramilitares
vuelvan a uniformarse y a sacar de sus escondrijos las armas…”. ¿En qué basa estas denuncias?
En Chocó, en el Magdalena Medio, en el sur de Tolima, en los Llanos, la gente ha sido envenenada con consignas de guerra, con la idea de
que Santos es Kerensky y les va a entregar todo el poder a las guerrillas. La historia se da una vez como tragedia y otra como comedia,
escribió Marx. Se trata de una campaña que pone a temblar a la gente, que termina por creer como verdades mentiras mil veces repetidas.
Hay crispación en algunas regiones donde hay zonas guerrilleras y zonas paramilitares enfrentadas de vieja data.
Peligroso acercarles un fósforo a esos polvorines.
¿Estaremos al borde de un grave sabotaje al proceso de paz por parte de los extremistas, incluso con atentados?
¿Habrá ya un plan de aquellos que Otto Morales Benítez describió tan gráficamente como “los enemigos agazapados de la paz”?
Sí, y lo triste es que esos enemigos agazapados, hoy día, no solamente crecen en los surcos de la derecha sino que
también están siendo consentidos por sectores de la izquierda.
La época de la “cacería de brujas” del macartismo
En una de sus narraciones, cuenta usted que Colombia aprobó en los años 50 la “ley anticomunista” copiada de la del macartismo,
en Estados Unidos, que, entre muchas otros atropellos, impidió la entrada a ese país del premio nobel Pablo Neruda. ¿Cómo es la historia?
El “golpe de opinión” de Rojas Pinilla, en junio del 53 fue acordado por un sector mayoritario del Partido Conservador con el liberalismo para superar
la violencia partidista. Rojas fue un árbitro cuya función cesaba el 7 de agosto del 54. Pero el jefe supremo quiso ser elegido y para ello buscó
apoyo de Estados Unidos y de nuestra élite. Y decretó ilegal el comunismo. El decreto fue copiado de la enmienda del senador McCarthy en 1952,
que persiguió a muerte el comunismo en Estados Unidos y en toda su área de influencia. Y no solo a los comunistas,
sino a todo pensamiento crítico. Pero nuestra élite del poder fue víctima de su propio invento y terminó bajando a cachuchazos a Rojas.
¿Estados Unidos se atrevió a negarle el ingreso a Neruda a su territorio?
Sí. No le permitió asistir a un congreso de intelectuales al que había sido invitado por el Pen Club, de Nueva York.
“Campos de concentración” en Colombia
Usted asegura en su libro que un coronel, jefe civil y militar en Tolima en los años de Rojas Pinilla, inició una operación de
“drástica limpieza” mal llamada “social” y que construyó, para ese efecto, un campo de concentración en Cunday. Se conocen
los excesos a los que se llegó, pero ¿existieron campos de exterminio como los alemanes?
Para mí, la memoria de la gente es un documento suficientemente sólido para la historia. Algunos viejos guerrilleros del sur de Tolima estuvieron
en Cunday, sobre todo después de la llamada “guerra de Villarrica”, en 1955. Allí se estableció el comando operativo para retomar el Sumapaz
y 6 mil hombres fueron concentrados para hacer trabajos forzados. Jacques April también recogió testimonios en el oriente de Tolima. Ignoro
si fuera de Cunday hubo otros “centros” de subversivos. Sé, sí, que allí se aplicó la ley de fuga. Sin duda, no hubo cámaras de gas.
El Espectador, Bogotá.