Rosas Blancas Por Josué Alfonso
Pensé mandarte rosas rojas pero por más que busqué no había no las encontraban o no me las quisieron vender (tengo mala fama en mi pueblo).
Entonces me acordé de aquella ancianita que vive por la cascada camino rumbo a la ciudad. Recordé que un día pasando por ahí de carrera me fijé que en su casa tenía un jardín de rosas.
Acudí a buscarla y la encontré.
Su jardín lucía con rosas de todos colores: rojas, rosas, blancas, amarillas y de muchos colores más que ya no me acuerdo. Mas antes de pedirle por tus rosas rojas viéndome ella en los ojos con voz que resonaba a viento y tiempo me preguntó: "¿y tú muchacho la amas?"
No sé qué pasó entonces.
Se me vino a la mente tu rostro y tu sonrisa. Sentí en el pecho tu ausencia.
Me quede estupefacto.
Frente a la mirada de la anciana no pude decir nada ni sonreír tan siquiera. Sólo mis ojos hablaban brillantes con las tres o cuatro lágrimas que de mi pecho brotaban.
Aquella viejecita linda sonriente —como toda una mujer— con un fuerte y tierno abrazo al instante me dijo al oído: "Lleva entonces estas rosas blancas pero al entregárselas sólo mírala no digas nada. Y ahora vete que estoy ocupada".
No sé cuánto tiempo he caminado Pero ahora estoy frente a la puerta de tu casa hablando solo (contigo) esperando que abras la puerta para entregarte las rosas blancas del jardín de aquella anciana quien me dijo que al ofrecértelas no te dijera que te amo..
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