Pero dadas las condiciones políticas latinoamericanas y mundiales, la Casa Blanca no puede cristalizar ese proyecto por sí sola. Necesita el aval de otras fuerzas. Entre éstas, desde luego y en primer lugar, la Organización de Estados Americanos (OEA), su antiguo Ministerio de las Colonias. Y a conseguir ese aval se está dedicando el titular del organismo, el dócil siervo del imperialismo, Luis Almagro. Si lo consigue será el aval de una entidad putrefacta que, bien se sabe, sólo representa la voluntad de EU y sus vasallos latinoamericanos, como por ejemplo, los gobiernos de Colombia, Honduras y México.
Sería ideal también, por supuesto, contar con el aval de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Eso está mucho más difícil, pues Washington tendría que ser capaz de engañar nuevamente a la Asamblea General, como lo hizo con aquella patraña de las armas de destrucción masiva de Irak.
También podrían cumplir el papel de valedores de la invasión militar los gobiernos de España y los nuevos gobernantes de Argentina y Brasil. Pero las cuentas no salen: no parece haber una mayoría internacional en favor de la agresión armada.
Suponiendo que, incluso con un muy precario aval internacional, Washington emprendiera su segundo Irak, el éxito de la operación es muy incierto. Porque una cosa es derrocar al gobierno bolivariano y otra, muy distinta y mucho más difícil, dominar el país. La oposición antichavista, demandante de la invasión, piensa que desatada la intervención de las tropas yanquis todo será coser y cantar.
Hay, sin embargo, otros escenarios en la agenda intervencionista. El primero, la resistencia a la invasión extranjera por cuenta del pueblo y de las fuerzas armadas venezolanas. La guerra nunca es amable. Y entre las iniciales víctimas deberá contarse a los mismos promotores internos de la agresión: la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Los bombardeos con misiles Tomahawk pueden pegar aquí y allá. Y no distinguen entre niños proletarios y niños burgueses: matan y destripan por igual. Otra vez la imagen de Irak. Y a los heridos, muertos, destripados y mutilados deben agregarse los desplazados, que en el caso de Venezuela sumarían millones de personas. ¿Eso pretende la MUD? Eso parece.
“La guerra -dice la sentencia clásica- es una fuente infinita de sufrimientos para el pueblo”. La guerra debe ser evitada a toda costa. Y como ha dicho Fidel Castro más de una vez, la única manera de ganar la guerra es evitarla.
¿Estará la MUD, sin saberlo, invocando la consigna guevarista de crear dos, tres, muchos Vietnam? En el país asiático un millón de muertos. Otros tantos en Irak. ¿Cuantos muertos pondrá la MUD? ¿O pensarán sus líderes dirigir la guerra -y ganarla- desde sus lujosos departamentos en Miami?
Pedirle sensatez a la MUD (y a la oligarquía venezolana) es como pedirle peras al olmo. Pero también se sabe que no hay borracho que coma lumbre. Sensatez debe ser la consigna. Justificar falazmente a través de los medios de comunicación del imperialismo y de la oligarquía criolla la intervención militar yanqui es cosa fácil. Y ya lo están haciendo. Pero cómo justificar, cuando se produzcan, los ríos de sangre y las montañas de muertos.