Es muy frecuente entre nosotros creer que lo más grande,
lo más aparatoso, lo más monumental es lo más importante.
Nos dejamos llevar fácilmente por esta idea, pero, a menudo,
es una idea equivocada.
Lo espléndido de una pintura no es su tamaño, sino la forma
casi perfecta de sus pinceladas. Hay pinturas monumentales
desastrosas y hay pinturas pequeñas importantísimas.
A veces, los pequeños detalles son los que le dan sabor,
profundidad y hasta emoción en todo momento a nuestra
existencia. Famoso es el ejemplo de que una sencilla flor
entregada con amor, vale más que tres docenas de orquídeas
enviadas por compromiso.
Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, al desfilar
victorioso en medio del ruido ensordecedor de la multitud
que lo aclamaba, tenía contratado un esclavo que iba
junto a él, gritándole una pequeña frase a cada momento:
"Filipo, acuérdate que eres mortal!".
Una brillante gota de agua, detenida en el hueco de una llave
en una noche lluviosa, dio la oportunidad al estudiante alemán,
Van Leewehoek de descubrir el mundo de los microbios,
inventando el microscopio, hace 300 años.
Se cuenta que el inglés Sir Alexander Fleming, descubrió
las propiedades del hongo penicillium fijándose en pequeñas
manchas verdes y amarillas que brotaban en un pedazo de pan
húmedo, olvidado por una enfermera en una ventana.
En una frase breve, en una gota de agua y hasta en un pedazo
de pan, pequeñas cosas al parecer, se pueden generar grandes
consecuencias. Y muy lejos de lo monumental, lo gigantesco,
lo grandioso, la vida cultiva a veces cosas pequeñas que resultan
muy, muy importantes.
Afirmaba una copla popular: "Para bien o para mal, tu vida entera
cabe en un dedal y en un minuto de amor sincero, puede caber
un mundo entero".
Puede ser que en este día y en todos los días que vivimos,
existan esas cosas pequeñas que, bien cuidadas, son pistas
para lograr lo mejor que queremos que suceda.
Y que sucederá, si lo visualizamos apasionadamente.
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