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PLEGARIA DESDE AMÉRICA
Me llamo Carlos, soy nuevo, soy de América, vivo en el sur de América con un hijo reciente, mis pies son claros y anchos como la madrugada, mi rostro es matinal, todo mi cuerpo es verde, sobre mi pecho pastan búfalos y caballos y el sol abre amapolas con su mano caliente.
Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes, me gusta ver un pueblo estrenando palomas, siempre espero una carta con noticias del mundo, espero el pan, la paz, el amor, los manteles, espero con mijo junto a las estaciones y pienso que el futuro va a llegar en los trenes: defiendo mi esperanza, amo mi juventud, pongo un beso en la puerta de mi casa, lo pongo con amor de centinela, después me voy, me voy de bala en bala, de granada en granada deshojando la guerra.
¿Quién que tenga mi edad no me acompaña, quién con mis dulces años no me sigue, quién que vea brotar espigas de su pecho no se pone del lado de su espigada juventud? ¿Quién en Colombia, en mi país dorado quién en cualquier país agricultor, quién en toda la América, en sus mares,
quién en toda la tierra, en la espaciosa tierra, no defiende las vidas que recién amanecen y le arranca las muertes a la guerra?
Yo sé que somos muchos, que somos casi todos, somos millones de hombres y de pájaros, millones de mujeres y de auroras, somos una familia mundial de resplandores y no hay un solo hermano que quiera ser soldado ni hay un solo soldado que quiera disparar sobre las flores.***
Nadie quiere trincheras, todos queremos surcos, queremos tallos dulces en lugar de fusiles, y en vez de municiones queremos dulces granos y graneros repletos de marzos y de abriles.
El carpintero de veinte años se niega a fabricar culatas y armamentos, y su hermano que vende manzanas en la calle prefiere hablar de frutas que conversar de muertos. El joven del taller y el muchacho del trigo se niegan a marchar con un tambor de fuego, y el uno se defiende con chispas de su fragua y el otro con espigas y explosiones del suelo. Jóvenes labradores y jóvenes canteros construyen una casa de bueyes y de piedras y se niegan a abrirla cuando pasa la guerra y llama a las ventanas y a las puertas.
Oh juventud, aroma de altos cedros, perfume de entusiastas geologías vivas, espeso movimiento de toros y de árboles, furioso amor, preñez de cordilleras. Oh juventud, océano de soles, mar de cantos, rumorosa y profunda madera de guitarras, piel numerosa y fértil contra las bayonetas, piel fértil que floreces en donde te desgarras.
Allí donde la carne se abrió, donde la carne recibió los mordiscos de la pólvora, ha brotado una flor dura y cicatrizada y aquellos que volvieron, los muchachos que volvieron ayer de las trincheras, se tocan esa flor y se prometen golpear con ella el odio y los cuarteles, golpear la casa de los generales, hasta que se desplomen las espadas entre un clamor de orquídeas y metales.
Todos están de pie, todos estamos de pie junto a los años fornidos que tenemos y como leñadores trabajamos y con una corteza de amor nos defendemos.
En la China el muchacho que cultiva arrozales y esparce por el campo su cara de semilla, devuelve los cañones a medida que avanza envuelto en el relámpago de su carne amarilla.
El joven de Alemania reconstruye sus cúpulas, azota sobre el Rhin su camisa de sangre, y siente que en sus manos retoña la blancura como si la camisa se volviera más grande.
El negro de Abisinia, el nocturno mancebo que rompe la envoltura de la noche africana, ignora que en sus dedos va a florecer el mundo y que en sus dientes lleva sonriendo la mañana.
Muchachos argentinos se dan cita en la pampa, jóvenes bolivianos se juntan en las minas, y levantan la frente del pasto y el estaño y la llenan de noble sudor las golondrinas.
En bandadas los hijos menores de las patrias, vuelan de patria en patria y apagan la candela que el pastor descuidado deja entre sus rebaños y que la oveja negra propaga por la tierra.
Hasta el viejo que tiene una muleta joven defiende el porvenir, guarda el campo sembrado, y le dice a sus nietos que su barba madura es mucho más hermosa que un cerezo incendiado.
Ninguno se abandone ni se quede abandonado en medio de su frente, acudan todos a escoltar la vida y a quitarle las armas a la muerte. Acudan de la India, de sus ríos sagrados, acudan de los ríos musicales de Italia, a inundar los caminos que Dios puso en la tierra con el pie florecido en la joven sandalia. Acudan a mi casa de América, a mi casa, a decir con mi lengua mundial esta plegaria:
Señor, queremos paz sobre los montes y paz sobre los río y los mares, Señor,
pacíficas estrellas en el cielo y en los ojos del buey lunas pacíficas,
mansedumbre en el pecho de los hombres y en el de las mujeres mansedumbre,
silencio para el sueño de los muertos y para el de los vivos más silencio,
amor bajo la piel de las naciones y encima de la piel cicatrices de amor,
congregantes campanas en los pueblos y en las aldeas Domingos congregantes,
una paloma al pie de Norteamérica y en los hombres de Rusia otra paloma, una sola bandera en los armarios y en los días festivos una sola,
pan en la mesa de los panaderos y en la mesa de todos vino y pan,
libertad para amar, para creer, y para hacer la vida libertad,
música en el oído del obrero y en las fábricas pájaros y música,
pinturas en los muros, en las piedras, y en los libros poemas y pinturas,
alegría muscular en los estadios y en las camisas verdes alegría,
esperanza sin sombra por la noche y por el día andamios y esperanza,
misericordia para los vencidos y para el vencedor misericordia,
piedad, justicia y besos para todos y para todos madre y más piedad,
por un rifle un millón de tulipanes y por cada soldado otro millón,
sinfonías a cambio de batallas y a cambio de explosiones sinfonías,
coraje entre las manos juveniles y entre los corazones más coraje,
fuerza para creer en el futuro y para perdonar mucho más fuerza,
paz hasta que se arruguen los cuchillos y hasta que caiga el odio paz, y paz,
paz en el alma, paz en la mirada, y paz mil veces, y mil veces paz
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CARLOS CASTRO SAAVEDRA
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