Para prepararnos para un viaje, damos los pasos necesarios para que nuestro camino sea seguro y claro: revisamos mapas, verificamos reservaciones, empacamos cuidadosamente, y más.
Bien vaya de vacaciones fuera de mi ciudad o viaje localmente, me envuelvo en la luz y el amor de Dios. Tomo tiempo para imaginar el fluir libre y claro de mi viaje. Afirmo que el orden divino se expresa en todo el camino y me guía para tomar las decisiones correctas.
Visualizo que el poder protector de Dios aclara mi sendero. Todas las personas que viajan conmigo están a salvo y en paz. A lo largo del viaje, me esfuerzo por ser una bendición para todos con quienes me encuentre y abro mi corazón para recibir las bendiciones de los demás.
Los caminos torcidos serán enderezados, las sendas dispares serán allanadas.—Lucas 3:5
El filósofo Ralph Waldo Emerson describió la oración como “el soliloquio de un alma contemplativa y jubilosa”. El Espíritu divino siempre me invita a contemplar y celebrar el amor en mi corazón. Nací con una capacidad infinita de gozo y amor, así que me es fácil vivir como el alma jubilosa que Emerson describió. Al orar reconozco la expresión de la Verdad en mi ser mismo.
Reconozco lo divino en todo lo creado. Dejo ir cualquier imágen o idea preconcebida acerca de personas o situaciones y, en su lugar, honro lo sagrado en cada una. Desde este punto de vista más elevado puedo apreciar la bondad. Con un corazón alegre, fomento mi disposición para ver lo divino a mi alrededor y en mí.
Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos. Ya algunos poetas entre ustedes lo han dicho: “Porque somos linaje suyo”.—Hechos 17:28