La primera gran carta de amor se la envió el cantante estadounidense Johnny Cash a su esposa, la también cantante June Carter. Se conocieron en 1956, cuando June debutó en el Grand Ole Opry de Nashville, meca del country. Ambos estaban casados, pero se enamoraron profundamente y él terminó pidiéndole matrimonio públicamente, en un concierto.
En 1994, él le escribió: “Nos hacemos viejos y nos acostumbramos el uno al otro. Pensamos parecido. Nos leemos la mente. Sabemos qué quiere el otro sin preguntarlo. A veces, nos irritamos un poco el uno al otro. Tal vez, a veces nos damos por sentado. Pero hay ocasiones, de vez en cuando, como hoy que lo medito, me doy cuenta de la suerte que tengo por compartir mi vida con la mujer más extraordinaria que he conocido. Todavía me fascinas y me inspiras. Me influyes para mejorar. Eres lo que deseo, la razón número uno en la tierra para mi existencia”.
El boxeador Marcel Cerdan fue el gran amor de la cantante Edith Piaf. Vivieron el uno para el otro durante años: ella elegía la ropa de él, organizaba sus combates y lo seguía en sus viajes. Él rechazaba los contratos que le obligaban a alejarse de ella. Las cartas que ambos se intercambiaron son la prueba de su intenso y romántico amor, interrumpido trágicamente en 1963, cuando Cerdán murió en un accidente de avión en las Azores.
"Yo te amo irracionalmente, anormalmente, locamente, y nada puedo hacer para evitarlo. La culpa es tuya, eres magnífico. Abrázame con el pensamiento entre tus brazos y piensa que nada cuenta en el mundo aparte de tú y yo", escribió Edith Piaf a Cerdan el 20 de mayo de 1949. "Existe una sola Edith Piaf y yo tengo la suerte, yo, pobre boxeador bruto, de ser amado por ella (...)", respondió él.
La tercera carta es una de las que Ludwig Van Beethoven a su “amada inmortal”, una mujer desconocida que pudo conocer durante su estancia en un balneario en Bohemia. Esta carta se hizo mundialmente famosa gracias a “Sexo en Nueva York”: la frase romántica fetiche entre Carrie y Mr. Big, “siempre tuyo, siempre mía, siempre nuestros”, es un hallazgo literario del compositor alemán sacado de esta misiva que este escribió un 7 de julio de 1812. Decía así:
“Aunque sigo en la cama, mis pensamientos van hacia ti, mi Amada Inmortal, primero alegremente, después tristemente, esperando saber si el destino nos escuchará o no. Yo sólo puedo vivir completamente contigo y si no, no quiero nada. Sí, estoy resuelto a vagar por ahí, lo más lejos de ti hasta que pueda volar a tus brazos y decir que estoy realmente en casa contigo, y pueda mandar mi alma arropada en ti a la tierra de los espíritus. Sí, desgraciadamente debe ser eso. ¿Serás más contenida y prudente desde que conoces mi fidelidad hacia ti? A ninguna más poseerá mi corazón, nunca, nunca”.
¡Oh Dios! ¿Por qué tiene uno que ser separado de alguien a quien ama tanto?, y además mi vida es ahora una vida desgraciada. Tu amor me hace a la vez el más feliz y el más desgraciado de los hombres. A mi edad yo necesito una vida tranquila y estable, ¿puede existir eso en nuestra relación?
Ángel mío, me acaban de decir que el coche correo va todos los días, debo cerrar la carta de una vez y así podrás recibirla ya. Cálmate, sólo a través de una consideración calmada de nuestra existencia podemos alcanzar nuestro propósito de vivir juntos.
Cálmate, ámame, hoy, ayer, qué lágrimas anhelantes por ti, tú, tú, mi vida, mi todo, adiós. Continúa amándome, nunca juzgues mal el corazón fiel de tu amado. Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre nuestros.”