Cuando eras un niño pequeño y estabas aprendiendo a caminar, sufriste muchas caídas.
Cada vez que te caías, te levantabas y dabas unos pasos más, y volvías a caerte.
Aunque ahora caminar
te parezca algo muy natural y lo hagas sin pensarlo,
a verdad es que en alguna época de tu vida no sabías como hacerlo.
¿Que hubiera pasado si después de caerte, supongamos, veinte veces, te hubieras dicho:
"Yo no sirvo para caminar",
y no lo hubieras intentado más? En estos momentos estarías confinado a un lecho,
o andarías en una silla de ruedas.
Es cierto que en aquella época en que tan a menudo rodabas por el suelo,
tenías a unas personas, tus padres,
que por un lado te alentaban a seguir intentándolo y, por otro lado,
te consolaban cuando sufrías una caída.
Pero de todas maneras, es una suerte que, cuando todavía no tenías dos años,
no te hayas dejado vencer por el pesimismo.
Ahora que ya eres adulto, probablemente no tengas a una persona que te
aliente y te consuele, pero esa es
una de las consecuencias de la adultez. Llegar a adulto significa, entre otras cosas,
tener que convertirte en tu propio padre
(o madre, que para el caso es lo mismo). Cuando la persona es niña,
el padre la controla, la vigila,
pero también la alienta y la consuela.
Cuando llegas a adulto te independizas de tus padres, pero esto no
quiere decir que te descontroles,
sino que tú ejerces tu propio control.
Así como ahora ejerces la función paternal de controlarte a ti mismo,
también debes alentarte a seguir adelante y
consolarte cuando sufres una caída. Para ello debes saber que tener una caída no es fracasar,
que es lo que tus padres sabían cuando te incitaban a que lo siguieras intentando.
Ellos sabían que para que tú aprendieras a caminar tenías que caerte primero muchas veces
pero que a la larga lo ibas a lograr, porque millones de seres humanos lo habían hecho antes que tú.
En las vueltas de la vida intentamos a veces cosas donde el triunfo final no es tan seguro
ni tan claro como ocurre
con los intentos del niño para aprender a caminar.
Es en esas ocasiones donde nos sentimos más inclinados
a desalentarnos y a abandonar todo. El razonamiento consciente tiene
que indicarnos hasta donde conviene seguir insistiendo
y cuándo conviene abandonar. Lo que tienes que hacer ineludiblemente
es eliminar la palabra "fracaso" de tu vocabulario.
Si existe alguien que podemos llamar fracasado, es aquel que ha dejado de intentar.
Eso no quiere decir que tengas que seguir intentando lo mismo toda tu vida.
Es común encontrar en los libros que enseñan
como alcanzar el éxito, las historias de aquellos personajes que siguieron
intentando e intentando algo que parecía una locura,
hasta que consiguieron triunfar y demostrar que su locura no era tal.
Lo que no se dice en esos libros es que por cada de uno de aquellos
que después de mil intentos consiguieron triunfar,
existieron muchos más que después de mil intentos no llegaron a ninguna parte.
No hay que abandonar después del primer intento fallido, pero tampoco hay que persistir eternamente
en algo que no tiene posibilidades.
Como en todas las cosas, la razón es la que debe guiarte e indicarte la justa medida de cada cosa.