China se prepara para afrontar la semana próxima una nueva era. A partir del miércoles, el Partido Comunista iniciará una reunión a puerta cerrada en la que debe reforzar la figura de su líder y presidente del país, Xi Jinping, para un nuevo mandato de cinco años y elegir a los dirigentes que le secundarán. Se trata de un cónclave decisivo en el que se debe plasmar la influencia de Xi, que tras este congreso aspira a convertirse en el presidente más poderoso del gigante asiático desde los tiempos de Mao.
El comité central del Partido Comunista culminó ayer los preparativos para la celebración del XIX congreso de esta formación, que arrancará el próximo miércoles y que tiene como objetivo nombrar a los nuevos miembros del politburó y del todopoderoso Comité Permanente. Trascendió muy poco de la reunión, pero lo suficiente para dejar entrever que la influencia de Xi Jinping quedará reflejada en la Constitución de la organización, según se desprende del comunicado final, en el que subrayó que se había aprobado una propuesta de enmienda a la Carta Magna del partido para su aprobación formal.
Bajo esta fórmula tan aséptica se esconde la influencia que tendrá a partir de ahora Xi Jinping en la dirección del partido, así como en la marcha del gigante asiático. No obstante, existe incertidumbre, tanto dentro como fuera de China, por conocer el estatus que tendrá.
CHINA (Josep Ramos)
El año pasado se le atribuyó un nuevo título y se le designó como “líder central”, una nominación que ya le sitúa por encima de su antecesor, Hu Jintao. Pero Xi aspira a más. Por el momento, en los últimos meses, la televisión estatal lo define como “el líder supremo” y la agencia oficial Xinhua como “el comandante supremo”.
En este sentido, la forma en que se incorporen sus pensamientos a los textos fundamentales de la organización comunista marcará esta posición, que puede significar una verdadera revolución, ya que nunca se ha hecho con un líder en activo. Hasta ahora, y desde los tiempos de Mao, los grandes dirigentes chinos sólo vieron reflejada su influencia en la ideología rectora de esta formación al término de su mandato.
Xi, sin embargo, ha estado trabajando y poniendo a sus peones en los puestos adecuados en los últimos cinco años para ser designado presidente del partido, un cargo que tras la muerte de Mao no se ha vuelto a atribuir. Él, sin embargo, se considera legitimado para acceder a tal honor por ser un líder heredero de los héroes revolucionarios que lucharon junto al Gran Timonel.
Una iniciativa que le colocaría al mismo nivel que los grandes líderes históricos, como Mao Zedong y Deng Xioping, y supondría el retorno a la figura de un gobernante todopoderoso en China. Semejante concentración de poder Deng la intentó diluir a partir de 1978, tras el desastroso mandato de Mao, y los siguientes líderes comunistas lo habían respetado hasta ahora, apostando por un poder colectivo.
El peligro de un retorno a los tiempos de Mao es, sin embargo, enorme. A lo largo de sus primeros cinco años de mandato, Xi Jinping ha barrido todas las fórmulas de equilibrio interno del partido y se ha erigido como único líder de referencia. Ha vaciado de contenido los comités existentes y el propio Consejo de Estado (Gobierno en China) y ha creado una docena de organismos paralelos presididos por él, a través de los que ejerce su poder.
Xi ha utilizado una feroz campaña anticorrupción, alabada como el logro más importante de su primer mandato, para desmantelar todo tipo de oposición a sus iniciativas. Una guerra sin precedentes en la que han caído más de 200 altos funcionarios y se ha castigado a 1,4 millones de cuadros dirigentes, y que ha sido usada por Xi para desarticular las facciones del partido. El poderoso grupo Shanghai, del expresidente Jiang Zemin, ha pasado a mejor vida, y la influyente Liga de la Juventud, de su antecesor Hu Jintao, ha visto laminado su poder.
La reciente caída y expulsión del partido del miembro del politburó Sun Zhencai, que era visto como un futurible primer ministro, ha sido la señal más fuerte y diáfana de que Xi Jinping no está dispuesto a aceptar las decisiones de sus predecesores.
En este sentido, el XIX congreso supondrá la gran oportunidad del actual líder chino de reestructurar la cúpula del partido a su medida, con políticos fieles a su línea de pensamiento. Una acción que le permitirá comenzar su segundo mandato con un equipo de confianza. Y su capacidad para colocar a gente de su confianza en los veinticuatro puestos del politburó y los siete (en principio) del Comité Permanente revelará el verdadero alcance de su poder y la forma en que podrá aplicar su agenda política en los próximos cinco años.
Sin embargo, la composición de los dos principales órganos de dirección del Partido Comunista no serán los únicos elementos que despierten expectación tanto dentro como fuera de China para averiguar el rumbo que tomará el gigante asiático en los próximos años. El planeta entero está inquieto por saber si el líder comunista designará a un posible sucesor, como hicieron sus dos antecesores en la presidencia del país.
La ausencia de cualquier heredero sería interpretada como un signo de la intención de Xi Jinping de romper con la norma tácita de las dos últimas décadas y permanecer al frente del país durante un tercer lustro. Esta interpretación es contestada por algunos expertos, que sugieren que Xi evitaría así cualquier desviación sobre su autoridad y podría dedicarse a asuntos más urgentes que preparar a su sucesor.
Otro factor clave que definirá el poder de Xi es si también rompe la norma no escrita de permitir que un dirigente siga en puestos de responsabilidad más allá de los 68 años. Este sería el caso del zar anticorrupción, Wang Qishan, un fiel aliado de Xi y el hombre que podría impulsar las reformas económicas que precisa China. Unas incógnitas que los 2.300 asistentes al cónclave comunista desvelarán en los próximos días.