En un reciente artículo recién publicado en ese medio titulado Contradicciones de la izquierda en EEUU , que se apoya en controvertidas opiniones de una profesora y activista de aquel país, aparecen afirmaciones de la misma sobre las que deseo expresar una apreciación diferente.
El intentar la formación de un nuevo partido y desechar como inviable la vieja idea de renovar desde dentro al Partido Demócrata es una cuestión legítima que es debatida actualmente en los círculos progresistas. Pero es un enfoque muy alejado de las posibilidades y el contexto de la realidad estadounidense actual eso de decir que se puede crear allí un “partido de la noche a la mañana”, en una sociedad donde las reglas de la política electoral son poco claras, cambiantes, muy manipuladas y extremadamente restrictivas; y cuando, como la historia ha mostrado, el sistema tiene mañas y ha articulado múltiples obstáculos para impedir la formación de algún nuevo partido que resulte viable.
Están ahí, aunque desprestigiadas, las poderosas maquinarias del duopolio republicano-demócrata y su entrelazamiento con los grandes negocios y los grandes medios de difusión, así como por los hábitos políticos y la ideología de las masas, influida en los últimos lustros por un conservadurismo fortalecido. Y también están las prácticas legales e ilegales que se aplican para marginar a los terceros partidos, entre estas:
- Artificios al diseñar interesadamente y a su gusto el contorno de los distritos electorales; emisión de leyes y decretos para dificultar la inscripción de tales partidos, exigencia de números excesivos de firmas para ello; acciones y decisiones sesgadas o torcidas por parte de funcionarios y juntas electorales (que en cada uno de los estados del país están controladas bien por los demócratas, bien por los republicanos); reglas que posibilitan mayor acceso a fondos federales a los dos grandes partidos y otras.
- Se han aplicado acciones ilegales como marginación por los medios de difusión, exclusión para participar en los debates televisados, campañas difamatorias y hasta el sabotaje y la violencia. Incluso, la forma misma como se formulan las encuestas de opinión socava la capacidad de los terceros partidos para participar en la justa.
Ante esas y otras dificultades, un electorado frustrado y apático opta por abstenerse o votar “por el menos malo”, es decir, supuestamente, los demócratas. Un partido cuya función en el sistema es manipular a sectores de trabajadores y las llamadas minorías al presentarse falsamente como representantes de sus intereses, pero que ha abandonado a sus votantes para cortejar a sus donantes ricos.
El debate sobre un nuevo partido se ha renovado sobre la base de la extensa movilización y el entusiasmo que se generó detrás del candidato Bernie Sanders, quien corrió como independiente en las primarias demócratas. Sanders quien tiene una larga trayectoria vinculada a agrupaciones socialistas estadounidenses, se ha desempeñado durante las últimas décadas como miembro del Congreso, y desde su condición de independiente ha debido desarrollar su quehacer en el difícil marco de un legislativo abrumadoramente conservador y donde perennemente se le trató de marginar. Se le considera una persona que lucha por lo que cree y con integridad, que conoce los enormes recursos del sistema para mantener el status quo pero también las fracturas actuales de la sociedad estadounidense.
Sanders representa una de las más alentadoras tendencias en el bastante sombrío panorama político estadounidense. Desarrolló una sorprendente y hábil campaña y efectivamente atrajo a millones de ciudadanos con un equipo que se fue nutriendo en torno a él. Ha enarbolado una agenda de temas concretos que preocupan y afectan la vida de la gente, asuntos bien a tono con el momento, cuando las grandes mayorías se encuentran frustradas con el estado de cosas del país.
Actualmente es considerado en los círculos progresistas como el político más influyente y prestigiado, y efectivamente, como es citado en el artículo al que hacemos referencia, en la reciente campaña intentaba esencialmente generar “un movimiento conducente a una revolución para la cual él trataba de crear conciencia política”, probablemente como paso hacia empresas mayores.
Cuenta con un caudal de prestigio y apoyo, que creció explosivamente durante su campaña, inicialmente menospreciada, gracias a que fue percibido como un político ajeno a las componendas en Washington, pero es un caudal que no puede dilapidar con movidas que no estén todavía maduras o que puedan resultar aventureras. Muchos consideran que tal habría sido el caso cuando se pretendió que Sanders rompiera lanzas contra Hillary Clinton después que las maniobras del liderazgo demócrata le arrebataron la nominación, lo cual probablemente habría servido para crucificarlo y achacarle ahora haber causado el triunfo de Trump –quien lo logró en buena medida como resultado de las insuficiencias de la Clinton, de su personalidad y del rechazo a lo que ella representa.
En los pasados lustros, “la izquierda”, o más apropiadamente “el progresismo”, no ha estado – ni tampoco lo está ahora - constituido por un movimiento vibrante o significativo más allá de centenares y centenares de grupos mayormente locales y casi sin coordinación los unos con los otros; admirables en su dedicación a temas muy diversos y causas locales, pero en buena medida desconectados de, digamos, “las clases vivas” en grandes porciones del país. Mayormente se agrupan en torno a “grupos de identidad” (mujeres, ambientalistas, homosexuales, negros, latinos) y a causas monotemáticas, que les proveen motivación, pero que por lo general genera rígidas fronteras entre grupos oprimidos y hace más complejo lograr acciones conjuntas, máxime en el contexto de un movimiento obrero muy débil y con dirigencias cooptadas por el sistema.
Entre los millones de jóvenes que lo respaldaron, pero también de los que se abstuvieron estuvieron los llamados “millenians”, es decir los de la generación del nuevo milenio que por supuesto abarca jóvenes de distintos estratos y posiciones sociales, muchos de ellos seguramente impacientes políticamente.
Muchos, este autor incluido, consideran que el P. D. no es reformable y que el sistema bipartidista está en crisis, por lo que no es descabellado pensar en el surgimiento de un nuevo partido que le desplace. Ello seguramente no ocurrirá “de la noche a la mañana” ni estará basado solo en los mencionados sectores de izquierda, aun en la esperanza de coaligarlos detrás de una figura como Sanders, u otra que asuma su bandera, sino que deberá atraer también fuerzas políticas reformistas, liberales y desgajamientos de la actual coalición demócrata. De momento las opiniones sobre qué hacer divergen en la difusa y amplia base de Sanders.
En ese sentido podrían existir alternativas a mediano plazo. Aunque los dos partidos del sistema constituyen entidades bien conectadas con quienes detentan el poder económico-financiero, son a su vez coaliciones bastante cambiantes y deshilvanadas; incluyentes, heterogéneas y multi-clasistas. El Partido demócrata está en problemas; en muchos de los estados más pobres del país no existe o no cuenta con estructuras y en otros cuentan con maquinarias electorales regionales, compuestas por pequeños grupos de abogados, consultores mediáticos y recaudadores de fondos nucleados en torno a los congresistas, alcaldes y otros políticos de esta o aquella región. Pero está fragmentado y con disidencias internas y no es descartable que parte de esos sectores puedan verse atraídos hacia una coalición detrás de alguien como Sanders. Pero esto, a la distancia, no deja de contener también algo de especulación.
La Habana, 26 octubre 2017