Segunda parte
La semana anterior al viaje se habían reunido todos los participantes (cincuenta y dos), incluidos un representante de los profesores, un delegado de la Comisión de Padres y una enfermera del servicio de primeros auxilios del colegio.
El salón de actos bullía… todos hablaban al mismo tiempo, lo que dificultaba al Director su interés de establecer un poco de orden y permitirle así decir algunas palabras, antes del esperado viaje de Fin del Bachillerato.
Una vez que hubo silencio, y apurándose, pues no sabía cuánto tiempo duraría, expresó su deseo de que disfrutaran de la excursión y, además, les recordó que estaban representando al Colegio, por lo tanto solicitó encarecidamente que se desenvolvieran respetando las consabidas reglas de comportamiento.
Apenas escucharon la última frase –FELIZ VIAJE-, la batahola recomenzó y ya era imposible sofocarla…
El día previo al viaje programado al Norte, Ernesto estaba en la oficina del encargado, había ido a recibir la necesaria documentación pertinente, y para ultimar detalles. Durante la revisión comprobó que faltaba la ficha del examen final del micro, con la firma autorizada del Jefe del Taller. Sobre este punto llamó la atención a su superior y éste le respondió en forma bastante despectiva:
- Siempre buscando las cuatro patas al gato, Ernesto, ¡TODO ESTÁ EN ORDEN!, déjate de poner hincapié en menudencias.- y antes de escuchar respuesta alguna, agregó: - Ahhh, y si no quieres hacer este viaje, dilo ya, así tengo tiempo de buscar quien te reemplace…
Siendo las seis y media del martes quince, media hora más tarde de lo planeado, los eufóricos estudiantes empezaron a subir al micro de la Compañía “Nosotros en el camino”; Camila y Johana, apostadas a ambos lados de la escalerilla para ascender, controlaban en la lista preparada, los nombres de los que subían.
Aquello parecía una fiesta, risas y gritos, un batifondo infernal; los padres abrazando a sus hijos, aprovechando de darles los últimos consejos y recomendaciones.
Hubo un pequeño altercado entre uno de los alumnos que quería, a toda costa, subir al micro con su mochila, y el chófer le repetía, una y otra vez, que el equipaje debía acomodarse en las bauleras situadas a ambos lados del vehículo, en la parte inferior, y que podían subir solamente con un pequeño bolsito de mano.
Tuvo que intervenir García, de la Comisión de padres, para hacer entrar en razones al ofuscado jovencito, que ya había amenazado con renunciar a la excursión si no accedían a su pedido.
Después que se puso bien claro que no estaba obligado a viajar, y además, no por ello el viaje se suspendería, recapacitó, quizás no tanto por las explicaciones recibidas, sino por los gritos de varios de sus compañeros que lo acusaban de entorpecer la partida.
Con un retraso de una hora, según se había programado, Ernesto cerró las puertas y puso en marcha el micro. Afuera, en la estación, decenas de manos en alto despedían al contingente.
¡Estaban en camino!
El chófer observó la planilla, allí figuraba que debía llegar a San Salvador de Jujuy a las cinco de la tarde del día siguiente, contaba con un margen de apenas treinta minutos… y ya había perdido más de una hora entre una y otra cuestión. Si no cumplía con el horario estipulado le descontarían del sueldo el premio a la puntualidad. La empresa donde trabajaba era muy estricta a la hora de realizar descuentos en los salarios, no así en otros rubros. Y Ernesto tenía muchas bocas para alimentar.
Los chicos habían resuelto hospedarse primero en Purmamarca/Jujuy, recorrer sus maravillosos paisajes, entre ellos la Quebrada de Humahuaca y su Cerro de los Siete Colores, y además conocer el folklore de esa región del norte argentino. Llegado el cuarto día se trasladarían a Salta, donde visitarían sus lugares más emblemáticos, como por ejemplo el Tren a las Nubes y Cafayate. La duración total del tour, incluidos viajes de ida y vuelta más estadía, había sido establecida en diez días.
Camila y otros compañeros pretendían abarcar también la provincia de Tucumán, pero no les alcanzaba el tiempo y tampoco el presupuesto… el norte se hallaba muy lejos de Buenos Aires, su punto de partida.
Ernesto esperó el ingreso a la ruta para pasar a otra velocidad, sabía que llegando a la altura de Catamarca no podría hacerlo, dadas las condiciones del camino. Debía recuperar la hora perdida durante la salida y ése era el momento.
A medida que transcurría el tiempo el fervor de los chicos se iba apaciguando. La azafata ya les había repartido la vianda con la cena, era de noche y algunos reclinaron sus asientos para dormir. El profesor de Geografía, que viajaba en el primer asiento del micro junto a García de la Comisión de padres, se ponía de pie de vez en cuando para controlar que todo estuviera en orden. La enfermera se hallaba ubicada al fondo de todo, al lado de la camarera, y cuando esta última disponía de tiempo libre, se ponían a conversar.
Al tomar un poco de velocidad, Ernesto notó en el volante un cierto vibrar, en especial cuando giraba a la izquierda; al principio no le dio importancia, pero después de unos cuantos kilómetros decidió revisar el posible desperfecto; avisó a los encargados de la excursión que se desviaría un poco de la ruta asignada, para comprobar el estado de las ruedas del micro.
Llegaron a una estación de servicio, muy cercana a la ciudad de Tucumán, la mayoría de los alumnos continuaban durmiendo y algunos levantaron sus cabezas… ¿qué pasa, por qué paramos?... ¿ya llegamos?... La camarera, acostumbrada a problemas durante el viaje, caminaba por el pasillo y calmaba a los preguntones… todo está bien, sigan durmiendo, nos paramos para cargar nafta, quédense tranquilos…
De acuerdo con su experiencia, Ernesto creyó conveniente cambiar la rueda delantera izquierda, que era la problemática; calculó que ello demandaría unas dos horas, pues deberían esperar la llegada del gomero, a quien habían llamado para efectuar el trabajo.
Para entonces más de la mitad de los jóvenes pasajeros estaban despiertos, y el silencio nocturno se retiró para dejar lugar a un inesperado amanecer, que se presentaba lleno de sorpresas.
La estación de servicio contaba con un pequeño autoservicio y algunos aprovecharon la pausa obligada para descender del micro. Los chicos compraron snacks, golosinas y gaseosas, mientras que García obtenía un café cortado de la máquina expendedora. El profesor de Geografía permaneció en el micro para controlar a los que continuaban en él, en especial a Bermúdez, que había sido el que protagonizó el altercado con el conductor, y quien se mostraba molesto por la demora.
Transcurrieron más de dos horas hasta que el vehículo estuvo en condiciones de reiniciar la marcha. Ernesto cedió su lugar a Abel, el chófer de relevo, y se dispuso a descansar para recuperar energías.
El sol se insinuaba con timidez en el horizonte, una densa capa de nubes amenazaba con desplazarlo de un momento a otro. Mientras más avanzaban hacia el norte, el cielo se volvía más gris y desafiante. El viento traía un inconfundible aroma a lluvia… y ésta no demoró en llegar con toda su fuerza.
Abel quiso poner en funcionamiento el limpiaparabrisas, pero éste no respondió y el vidrio frontal del micro pronto se vio tapado por una cortina de agua, que impedía por completo la visión exterior. De inmediato dio aviso del problema a su compañero, quien se incorporó enseguida y le aconsejó desviarse hacia la banquina.
Los ocupantes de los primeros asientos manifestaron su inquietud ante lo que estaban presenciando y la azafata les solicitó mantener la calma, como si eso fuera posible.
La calzada se hallaba resbaladiza y, pese a que Abel había comenzado a disminuir la velocidad con intención de detenerse, no pudo evitar el impacto. Un animal de gran porte se apareció de repente y nada pudieron hacer, ya lo tenían encima.
CONTINUARÁ
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Autores
Laura Camus (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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*Registrado/Safecreative N°1708133282315
*Imágenes de la Web
*Música de fondo: THOMAS NEWMAN/Next Place/by Joe Black