UN DICTADOR HABITA EN MÍ
(…o cómo poner nombre a la autodestrucción)
Su única meta era la de saber posicionar las miradas. Servirlas en bandeja con gestos y desplantes; con calculada y medida elegancia. En el fondo; el más puro vacío existencial.
Tenía claro que lo único importante era que nada raro se notase. Mas al contrario; que siempre pareciera que no.
Un ser humano ladino e inconsistente; expuesto a cualquier tipo de vaivén emocional.
Poner fin a una vida, quemar los colchones en los que agonizaron sus últimos recuerdos activos de la infancia. Y mirar a la llama llorando, sentado; sujetándose fuerte las piernas.
Preguntándose cuántos minutos habría perdido escuchando canciones que abusan sin sentido del concepto de “días grises”.