Cuando mantengo mi atención enfocada en lo divino, mi mente funciona a un nivel más elevado. Mis pensamientos son claros y mis palabras expresan mi divinidad.
La claridad surge cuando aparto mi mente del mundo físico y entro en un tiempo de quietud y silencio. La paz y la calma que surgen de este espacio callado limpian mi mente de pensamientos no productivos y hacen lugar para la inspiración. Escucho con todo mi corazón a medida que comulgo con el Cristo en mí. En este momento encuentro la claridad que busco.
Con esta claridad viene la sabiduría para proseguir de manera positiva. Mis pensamientos y palabras son inteligentes y reflejan la seguridad de mi fe. Mis acciones son el resultado natural de este proceso.
Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.—Gálatas 2:20
Tengo mucho por aprender de la vida y de las palabras de Jesús, el Maestro supremo. Sus palabras para quienes lo perseguían: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” hablan del poder increíble del perdón. Jesús sabía que quienes lo perseguían no vivían ni actuaban partiendo de su naturaleza verdadera.
Como un ser espiritual, como creación de Dios, tengo la capacidad de perdonar. El perdón incluye dejar ir percepciones que no promueven el bien. Al perdonar, dejo ir perspectivas limitantes y tengo una visión más elevada de la situación. Mi mente y corazón comienzan a ver más claramente. Contribuyo a resultados positivos en cualquier situación difícil. Yo soy liberado a medida que perdono.
Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.—Lucas 23:34