La elección de Andrés Manuel López Obrador ha generado una amplia expectativa y no solo a nivel local. Desde un día antes de las elecciones se pudieron leer mensajes de apoyo en las redes sociales de distintas figuras internacionales asociadas con la izquierda. En Europa, figuras de oposición como Pablo Iglesias (España), Jeremy Corbyn (Reino Unido) y Jean-Luc Mélenchon (Francia) expresaron sus deseos por la victoria de AMLO. En Latinoamérica, Cristina Kirchner escribió que López Obrador representa una esperanza para toda la región y Rafael Correa también lo hizo en términos similares. Dilma Rousseff aseguró que la victoria del líder mexicano lo sería para toda Latinoamérica y el expresidente Lula da Silva se congratuló desde la cárcel por su triunfo.
¿Por qué la victoria electoral de AMLO representaría una esperanza para la izquierda internacional? ¿Será que su figura el surgimiento de un nuevo liderazgo latinoamericano? En 1999 la victoria de Hugo Chávez en Venezuela inauguró en el continente un giro hacia la izquierda. A principios de 2003 tomaba posesión en Brasil el líder sindicalista Lula da Silva y meses más tarde lo haría el peronista Néstor Kirchner en Argentina. En 2005 la ola de triunfos de movimientos populares se extendió con el líder cocalero Evo Morales, quien fue el primer indígena en ser electo presidente en Bolivia, y en años posteriores vinieron los triunfos de Michel Bachelet (2006) en Chile y Rafael Correa (2007) en Ecuador. Todo mundo hablaba sobre el péndulo que se movía a la izquierda en toda Latinoamérica.
López Obrador pudo pertenecer a este mismo movimiento en 2006, en su primera contienda, pero un fraude electoral en México lo impidió. Doce años después y en su tercer intento, ha alcanzado la presidencia mexicana. Pero el contexto latinoamericano es completamente distinto. Chávez ha muerto y Maduro enfrenta una de las mayores crisis económicas de la historia venezolana. En Brasil se dio una especie de golpe de Estado legislativo contra la presidente Dilma Rousseff a la vez que se encarcelaba a Lula para dificultar su participación electoral. Argentina y Chile son gobernados por empresarios que creen que la última palabra la debe tener el mercado mientras acatan disposiciones de organismos financieros internacionales. En Ecuador, Lenín Moreno está traicionando el legado de Correa y cada vez se muestra más dócil a los mandatos de Estados Unidos. El único sobreviviente de la década pasada que parece gozar de cierta estabilidad es Evo Morales en Bolivia. Por lo demás, la derecha parece estar en su esplendor o como establece el análisis más simplista: el péndulo oscila en dirección contraria a la del pasado inmediato.
Por eso la importancia de la victoria de López Obrador. México contó históricamente con un liderazgo regional, especialmente después de la revolución mexicana que fue inspiración para muchos países (Bolivia, Perú, Colombia principalmente) hasta el surgimiento de la revolución cubana. También la época del desarrollo estabilizador tuvo un importante eco a nivel internacional. Y, como había pasado durante la Guerra Civil española, durante los años setenta México se convirtió en un refugio para los perseguidos políticos y donde encontraron una segunda casa chilenos, argentinos y uruguayos, entre otros. Además, por años México votó en contra del bloqueo de Estados Unidos al pueblo cubano.
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Ese liderazgo regional se comenzó a perder a mediados de los 80s, cuando en México se impulsaron múltiples reformas neoliberales y volteó su mirada de forma casi exclusiva hacia el norte, firmando el Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) que entró en vigor en 1994. Es comprensible que Estados Unidos significa mucho para México y que existe una economía completamente ligada entre varias ciudades-espejo en la zona fronteriza pero nuestro país relegó al olvido a toda una región con la que comparte historia, lengua, cultura y muchas otras cosas. Esto nunca debió de haber ocurrido.
Hoy que son horas aciagas para la izquierda latinoamericana, el triunfo de López Obrador representa la posibilidad de que México vuelva a voltear al sur y tienda la mano hacia viejos aliados que representan la posibilidad de una agenda más progresista. Ya dio señales en este sentido al recalcar la importancia de la Alianza del Pacífico y mantener que sostendrá una agenda importante en cuanto a la cooperación para el desarrollo. Esta misma línea de cooperación es la que busca impulsar para la región de Centroamérica y que en vez que se atiendan los problemas migratorios solamente desde el punto de vista de la seguridad de Estados Unidos, se haga un programa de desarrollo económico y social (similar a la Alianza para el progreso que implementó Kennedy) que pueda brindar trabajo y bienestar en la región y el respeto a los derecho humanos de los migrantes.
Si Cuba fue en el pasado el tema más controvertido en el continente, hoy lo es Venezuela. Parece ser que en política exterior México se regirá por lo que dice el artículo 89 de la Constitución, según lo expresado por López Obrador. Autodeterminación de los pueblos, la no intervención y la solución pacífica de las controversias, es lo que guiará la diplomacia internacional. En 1962, cuando la OEA a petición de los Estados Unidos expulsó a Cuba de su seno, México siguiendo los principios arriba enunciados votó en contra y fue junto a la propia nación afectada, el único país en hacerlo. En vez de seguir siendo el testaferro de los Estados Unidos en las reuniones latinoamericanas, quizás México pueda recuperar el lustre del pasado con episodios similares al de Punta del Este en 1962.
Incluso, ante la inestabilidad del gobierno de Trump, México puede jugar un papel de bisagra en el contexto internacional, más allá de Latinoamérica. Ya el Primer ministro canadiense Justin Trudeau ha establecido una relación directa sin tener que pasar todo con Washington. Por otra parte, Jesús Seade, el economista que nombró López Obrador para renegociar el TLCAN es un experto en temas asiáticos, lo que puede ser muy positivo en futuros acuerdos con China, Japón y otros países del Pacífico. En Europa, Angela Merkel se ha mostrado muy optimista de su relación con México que parece podría mejor de forma proporcional a la velocidad con la que empeora la relación entre Europa y Estados Unidos.
Por el tamaño de su economía y la posición estratégica que tiene en la geopolítica del siglo XXI (comercio en el Pacífico), México está llamado a ser un actor muy importante a nivel internacional en los siguientes años. Aunado a eso, las dificultades que viven los liderazgos progresistas en Latinoamérica pueden abrir la puerta para que López Obrador y México retomen un liderazgo regional. La clave está en hacer respetar su soberanía frente a los Estados Unidos y en respetar la soberanía de otros países, particularmente los de nuestro propio continente.
El reciente fin de semana el gobierno electo realizó una consulta entre la ciudadanía para determinar si seguía construyendo el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) o se cancelaba este proyecto y se optaba por un sistema aeroportuario (Ciudad de México, Santa Lucía y Toluca), con un menor costo económico y medioambiental aunque más limitado en el flujo aéreo y en el tiempo. La consulta fue clara y ganó la segunda opción, con un 70 por ciento de las preferencias, y aunque fue un ejercicio que se puede mejorar en muchas maneras también es cierto que es la primera vez que busca involucrarse a la ciudadanía en el debate y la toma de decisión de proyectos de alto impacto social.
Los argumentos técnicos, económicos y medioambientales se han discutido por casi dos décadas, desde que Vicente Fox lanzó el proyecto del aeropuerto en Atenco en 2002, y tomaron un segundo aire en el último año al ver los altos costo económicos y medioambientales del proyecto de Texcoco. A favor del NAIM estaba el poder político y económico que fue derrotado en las urnas en julio y la "racionalidad" del mercado neoliberal. En contra, los habitantes de Texcoco y la mayoría social que hizo una diferenciación entre el "costo" y el "valor" de las cosas, en este caso principalmente en términos medioambientales y de sustentabilidad.
Pero la consulta fue más que eso. AMLO ha lanzado su primer mensaje a todo el que lo quiero escuchar: este gobierno pretende ser un cambio de régimen, no solo un cambio de administración. Las reglas del juego político y económico van a cambiar en México. Y eso no es la decisión autoritaria de un solo hombre, es el deseo de más de 30 millones de mexicanos que le otorgaron un triunfo arrasador y contundente a ese candidato. México no quiere más de lo mismo, no quiere más la política económica neoliberal de los gobiernos priistas y panistas que mantuvieron los niveles de pobreza y desigualdad durante décadas a la vez que sumergieron al país en la mayor violencia y caos desde los tiempos de la revolución mexicana, hace casi un siglo.
López Obrador está siguiendo el mandato que le dio democráticamente en las urnas más de la mitad del país. No más continuismo. Hay que romper con el Antiguo Régimen y hay que hacerlo ya, pronto. El 1 de julio el tsunami del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y de López Obrador arrasó con el PRI y con el PAN, las expresiones políticas de ese viejo orden. Ahora debe transformar a su poder económico, que se manifiesta en el capitalismo de cuates que ha vivido México en los últimos ochenta años y en el neoliberalismo de las pasadas tres décadas. El NAIM, y sobre todo el negocio inmobiliario que se pretendía hacer en los terrenos aledaños donde se construiría una 'Aerotrópolis', eran la encarnación del capitalismo de cuates que tanto mal le ha hecho a México por décadas. Significaba extender la corrupción y el poder económico de las élites transexenalmente por casi medio siglo.
Un gobierno que busca ser un cambio de régimen no puede quedarse en ser simplemente una nueva administración para ese capitalismo de cuates. La consulta, con todas sus deficiencias técnicas, ha sido un golpe en la mesa que muestra el cambio de timón que habrá en la política económica. Anuncia que no buscará nadar de muertito ante decisiones difíciles ni es la intención emular el gatopardismo que caracterizó la alternancia democrática de Vicente Fox. Para que la transición democrática pueda concluirse de manera exitosa deben de darse las transformaciones de fondo que demanda la ciudadanía. En el 2000, en México se votó por el cambio y todo siguió igual. No otra vez. López Obrador sabe que sus electores, que son más de la mitad del país, quieren un cambio verdadero y, aunque toda transición es dolorosa y provoca la resistencia activa del status quo, debe darse de forma activa y decidida.
Obras de construcción en el NAIM, Texcoco, México, 29 de octubre de 2018. / Henry Romero / Reuters
Para los que piensan que esto es el inicio del autoritarismo de AMLO o parte de las derivas de la izquierda, harían bien en recordar cómo las élites económicas y empresariales suelen ejercer presión y poner el grito en el cielo ante cualquier iniciativa que modere la avaricia de sus ganancias. Cuando en 1960, en el contexto de la revolución cubana y que México no había cortado lazos diplomáticos con la isla caribeña a petición de los grupos empresariales, hubo un campaña de hostigamiento contra el presidente López Mateos, al que falsa y maliciosamente se le acusaba de inclinarse hacia al comunismo o un socialismo de Estado. Ante la presión que pretendía disminuir su autoridad política, López Mateos respondió provocativamente que su gobierno era "dentro de la Constitución, de extrema izquierda". Eso enardeció a los empresarios que lo cuestionaron y presionaron públicamente con el desplegado titulado "¿Por cuál camino, Señor Presidente?", en el que le reclamaban la política económica del Estado mexicano y le preguntaban que si México se dirigía a un socialismo de Estado.
López Mateos era un priista hecho y derecho, represor de varios movimientos obreros y fiel guardián sexenal del capitalismo de amigos. Nunca fue de izquierda y mucho menos socialista. Pero cualquier acción, o incluso declaración, era cuestionada y reprobada por las élites económicas que no permitían ni la menor insinuación que pudiera atentar contra sus privilegios. Hoy, el poder económico del Antiguo Régimen rechaza las acciones de López Obrador y las etiqueta de autoritarismo o del inicio del socialismo de Estado. Igual que en 1960 con López Mateos; muestran poca imaginación en sus ataques.
¿López Obrador propone un socialismo de Estado?
Para nada. Hasta el momento solo se ha manifestado contra la corrupción y el capitalismo de amigos. La cancelación del aeropuerto también significa que la racionalidad del mercado no es, ni remotamente, la única que se debe tener en cuenta para tomar decisiones. En un régimen político que aspire a ser verdaderamente democrático, el bien común y la racionalidad que se deriva de él debe estar por encima de la lógica neoliberal del capital cuyo fin es maximizar los beneficios para unos cuantos. He leído en alguna columna de opinión que el mercado, todopoderoso, venció a todo aquel que intentó desafiarlo, por lo que entonces parecería que no hay más camino que someterse a él.
Los mercados internacionales y las bolsas de valores reaccionaron positivamente al triunfo de Bolsonaro en Brasil, mostrando que el autoritarismo y el fascismo son bien vistos por la racionalidad económica y del mercado. Por eso hay que saber distinguir. La racionalidad política de la democracia y del bien común de la sociedad choca muchas veces con la racionalidad económica del mercado y de la noción de bien privado que impera en las élites económicas neoliberales. Tal vez nos haga falta releer a Max Weber para entender estas sutiles pero importantes diferencias.
En el 2000, México votó por la alternancia democrática y favoreció la llegada al poder de un gerente de la Coca-Cola, el panista Vicente Fox. Ese gerente administró el mismo modelo económico y México fue un ejemplo perfecto de la política lampedusiana donde todo cambia para que todo siga igual. La verdadera transformación democrática que exigió la ciudadanía en las pasadas elecciones radica en separar el poder económico del poder político. Que la vida pública no sea un "quítate tú para ponerme yo" eterno y recurrente. Y para eso se necesita un cambio de régimen y no nada más de administración; se necesita de un presidente y no solamente de un gerente.
López Obrador ha mandado la primera señal de su gobierno, esperemos que esto signifique una verdadera transformación de la vida pública en México.