Apreciar la ciencia como un factor asociado al progreso en el devenir humano es criterio de probable intuición general, pero identificarla y esgrimirla como herramienta para la transformación social y la dignificación de las personas no ha sido nada común. Tal es sin embargo, como se puede demostrar, uno de los rasgos sobresalientes de Fidel Castro Ruz como luchador revolucionario.
Cuando se le destaca con justicia entre los grandes revolucionarios y estadistas del siglo XX se mencionan ante todo su extraordinario talento político, su enorme capacidad de persuasión e infatigable espíritu de lucha, a lo cual se suma, como en pocos otros casos, una singular capacidad para la dirección militar.
A estas virtudes básicas vendría a sumarse, con el paso del tiempo, una inusual capacidad para estudiar, analizar e interpretar complejos fenómenos de la contemporaneidad, con profundidad no habitual entre los dirigentes políticos mundiales.
Los factores mencionados son de tal relevancia que no debe producir extrañeza el hecho de que se pase por alto, a menudo, la faceta sobre la que pretendo ganar la atención del lector: su clara comprensión de lo que significa la ciencia utilizada como herramienta al servicio del progreso social.
Lejos de la tendencia de aquellos que han recelado y aún recelan del avance científico, avizorando en él únicamente peligros y amenazas para el futuro de la Humanidad, Fidel percibe desde temprano en el conocimiento un instrumento de liberación y un factor potencial contribuyente de primera importancia para la dignificación y al bienestar de la gente y a la promoción de la equidad y la justicia social, dentro de una proyección de transformación revolucionaria.
Es bastante conocida su temprana intuición del futuro de Cuba como uno “de hombres de ciencia, de hombres de pensamiento”, contenida en su célebre discurso del 15 de enero de 1960. Ahora bien, el alcance de esa visión se aprecia en todo su alcance al repasar otras reflexiones contenidas en esa misma intervención.
En fecha tan temprana como aquella, reclamaba que “hay que despertar el interés de nuestra juventud, para que investigue, para que conozca, para que se entrene, ya que esos conocimientos tienen valor en todos los órdenes” (1960).
Ese reclamo tiene lugar en un contexto histórico de especial trascendencia, en el cual “Cuba necesita mucho de los hombres de pensamiento, (…)porque vivimos (…) momentos en que el papel del pensamiento es excepcional, porque solo el pensamiento puede guiar a los pueblos en los instantes de grandes transformaciones y en los momentos en que se emprenden grandes empresas como esta” (1960).
Según avanzaba en el país la obra revolucionaria, su llamado al dominio de la ciencia y la técnica se fue afirmando, en especial hacia los jóvenes. A mediados de los 60, al dirigirse a miembros de las brigadas técnicas juveniles, fue enfático al afirmar que “ninguna revolución social podría conducir al socialismo sin una revolución técnica” (1966).
El compromiso con la verdad científica incluye en su concepto la labor de los que dirigen la sociedad. Fue absolutamente claro al afirmar que “es obligación de cualquier hombre de responsabilidad pública tratar de disponer del mínimo de conocimientos para poder evaluar lo que los científicos, los técnicos, los especialistas, puedan indicar en un sentido u otro” (1969).
El quehacer científico–técnico tiene un rol que va más allá de los asuntos meramente domésticos. Así desde mediados de los 70 reflexiona que:
“La humanidad del futuro tiene retos muy grandes en todos los terrenos. Una humanidad que se multiplica vertiginosamente…que ve con preocupación el agotamiento de algunos de sus recursos naturales… que necesitará dominar la técnica, y no sólo la técnica sino incluso hasta los problemas que la técnica pueda crear, como son los problemas, por ejemplo, de la contaminación del ambiente” (1974)
Sólo la actuación social comprometida éticamente, unida al avance científico y tecnológico, podrán sacar adelante a la Humanidad. En sus palabras:
“Para tener acceso a la producción moderna y dominar las tecnologías avanzadas es imprescindible instruir a los hombres y mujeres que las van a manejar, formarlos para el mayor conocimiento de sus especialidades y dotarlos de una conciencia social, patriótica e internacionalista que permita realizar tanto los proyectos económicos y sociales propios como contribuir al desarrollo de la parte de la humanidad más urgida y que sufre en peor grado las consecuencias del pasado colonial” (1981).
En los hechos, la concepción fidelista del papel de la ciencia, del pensamiento, se ha venido expresando no sólo en las trascendentes realizaciones de los científicos cubanos en diversos campos sino se ha manifestado también, multiplicada, en el uso humanitario, altruista, del conocimiento científico y las herramientas tecnológicas, sean estos propios o de cualquier origen, de los cuales se han servido las legiones internacionalistas cubanas en campos como la salud y la educación.
Su profunda convicción revolucionaria y su confianza en la ciencia se reafirman en su histórico discurso ante la llamada Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro. De él me permito entresacar, en aras del espacio, algunas ideas esenciales que ilustran la profundidad de su pensamiento acerca de los dilemas mundiales y sus posibles salidas:
“Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación” (1992).
En ese complicado contexto mundial, el dominio de la ciencia y la técnica, junto a la decisión de lucha, resultaría un escudo de la nación en tiempos difíciles. Con las primeras sombras del periodo especial, tras el derrumbe del campo socialista europeo, se renovaba su llamado a aplicar el talento creador.
Afirmó así, ante los participantes del Foro Nacional de Ciencia y Técnica que: “La supervivencia de la Revolución y del Socialismo, la preservación de la independencia del país, depende hoy, fundamentalmente, de la ciencia y la técnica. Es decir, este esfuerzo de la ciencia y la técnica requiere de una premisa política, que es la voluntad de luchar y de vencer.”(1991)
No se trata, en lo absoluto, de una concepción coyuntural. Por el contrario, en tiempos tan difíciles como aquellos se reafirmaría una visión de muy largo alcance del papel del avance científico en el desarrollo del país: “La ciencia y las producciones de la ciencia deben ocupar, algún día, el primer lugar de la economía nacional. Tenemos que desarrollar las producciones de la inteligencia. Ese es nuestro lugar en el mundo, no habrá otro…” (1993).
Es así como, sobre la base del audaz empeño iniciado desde la década de los 80, que, en medio de las enormes dificultades internas y externas del Período Especial, con éxitos y reveses, la ciencia cubana devino en los noventa un bastión de la resistencia de nuestro pueblo y tiene lugar desde entonces, de manera gradual, el surgimiento de un creciente sector exportador de productos y servicios de alta tecnología.
No es que sea esta una época fácil. En coincidencia con el advenimiento del Milenio, la situación global de la humanidad se ha ido tornando más y más compleja, y no es posible pensar en vías de solución improvisadas para tan graves problemas. De nuevo se muestra en el pensamiento de Fidel la confianza en el valor resolutivo del conocimiento científico:
“Las nuevas generaciones van a tener realmente muchas más dificultades, más problemas, más desafíos que esta generación. Hay que pensar en el siglo XXI en términos de la lucha que hay que librar contra todos estos fenómenos, desde los fenómenos de tipo político, de tipo social, hasta los de tipo económico; nuevas enfermedades surgen, se extienden; el cambio de clima impone a los hombres una lucha tremenda y muy especialmente a los científicos…” (1997).
Para Cuba es preciso no obstante abrirse paso en ese complicado contexto mundial y para mejor lograrlo hay que luchar por sanear las reglas del juego global. En un discurso en el último año del siglo anterior, sostendría la necesidad de “conectarnos al conocimiento y participar en una verdadera globalización de la información que signifique compartir y no excluir, que acabe con la extendida práctica del robo de cerebros,… un imperativo estratégico para la supervivencia de nuestras identidades culturales de cara al próximo siglo” (1999).
Ante las sombrías predicciones de hambre y agotamiento del planeta, Fidel levanta la voz para afirmar que ello no habrá de ocurrir de modo inexorable. A su juicio: “las capacidades científicas, tecnológicas y de salud —si se apoyan en las necesarias voluntad política y cooperación internacional y son movilizadas por políticas sociales y económicas apropiadas— pueden producir un progreso sustancial en las dos décadas próximas hacia un futuro humano sostenible” (1999).
Tal sería, en primer lugar, la responsabilidad de los dirigentes políticos y de una opinión pública suficientemente informada y comprometida. Pero en el enfrentamiento a estos enormes desafíos hay también tareas “de choque” para los científicos. Dentro de ese marco de referencia, la confianza en el valor del conocimiento, aplicado en consonancia con ideas justas, se mantiene inalterable: “El ser humano necesita aferrarse a una esperanza, buscar en la propia ciencia una oportunidad de supervivencia, y es justo buscarla y ofrecérsela” (2007).
En Cuba, en particular, se dan en la actualidad condiciones que le confieren trascendencia especial al desarrollo científico-técnico. Por un lado, la condición de “país pequeño” hace imposible basar el desarrollo en el poder de atracción de la demanda doméstica, que es y será pequeña, por lo que el desarrollo tiene que basarse en exportaciones de bienes y servicios de alto valor añadido. Por otro, la reconocida escasez de recursos naturales, especialmente energéticos, limita cualquier desarrollo exportador de productos primarios.
A lo expresado se une la transición demográfica que experimenta nuestra población, la cual implica una fuerza laboral envejecida y por ende potencialmente más productiva en los sectores que dependen de la tecnología y la experiencia.
No obstante, nuestra patria tiene que construir su futuro, que ha de ser prosperidad y sostenibilidad, aún en medio de esas limitaciones. A falta de otro tipo de recursos, existe siempre la capacidad, resaltada desde el discurso de enero del 60, de “abrir oportunidades a la inteligencia”. De nuevo destaca ante nuestra vista la vigencia de la visión expresada por Fidel, apoyada en la obra revolucionaria, hace ya un cuarto de siglo:
“Lo que tengamos en el futuro tenemos que crearlo nosotros, tenemos que conquistarlo con nuestros brazos, con nuestro sudor y con nuestra inteligencia. Podemos llegar a hacer mucho y podemos llegar muy lejos, porque tenemos lo que no tienen otros: la cantidad de talento acumulado en nuestra sociedad, la cantidad de inteligencias desarrollada. Con lo que tenemos podemos alcanzar lo que queramos.”