En China, los grandes acontecimientos políticos y económicos del país van acompañados casi siempre de un buen tiempo inusual. Los métodos que el Gobierno chino usa para asegurar un cielo azul en las citas más importantes son conocidos. Comenzó a utilizarlos con los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 y ha vuelto a emplearlos en desfiles militares y grandes cumbres multilaterales.
En concreto, lo que hacen las autoridades es modificar el tiempo a su antojo rociando las nubes con yoduro de plata. Este elemento, combinado con otros, propicia la precipitación de lluvias. O de nieve, como sucedió en 2009, con una de las nevadas más copiosas registradas en la capital china en un mes de noviembre, que fue provocada por 186 cohetes cargados con estos químicos. La técnica, denominada sembrado de nubes, no es nueva, ya que países desérticos como Israel llevan desarrollándola y experimentando con ella desde la década de 1970.
La diferencia es que, ahora, el gigante asiático se ha propuesto dejar de utilizarla exclusivamente de forma puntual para instalar una gigantesca red de chimeneas que permitan modificar el clima del Tíbet, región controlada por China al noreste del Himalaya, ‘el techo del mundo’. El proyecto, denominado Tianhe [Río en el cielo], es el mayor plan de geoingeniería del mundo –cubrirá una superficie de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, tres veces la de España–, y tiene como objetivo lograr entre 5.000 y 10.000 millones de metros cúbicos de agua adicionales para las regiones norteñas del país. Esto supone incrementar la capacidad hídrica del país hasta un 7%.
De momento, la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial, que desarrolla también proyectos militares para China, ha instalado más de 500 chimeneas que sirven para diseminar los químicos en el aire. “El plan se encuentra en una fase de prueba, pero los resultados están siendo muy prometedores”, comentó uno de los científicos del proyecto al diario de Hong Kong South China Morning Post.
Si todo continúa como está previsto, en un futuro cercano se instalarán varios miles de estas chimeneas por diferentes puntos del Tíbet, y su funcionamiento será controlado por una red de satélites que controlará los efectos en tiempo real. “Es una innovación crítica para resolver la escasez de agua en China. El proyecto supondrá una contribución importante no solo para el desarrollo de China sino también para la prosperidad del mundo”, justificó Lei Fanpei, presidente de la corporación.
Un proyecto con efectos impredecibles
“Solo unos pocos países son capaces de llevar a cabo este tipo de modificación climática a gran escala”, comentó hace unos años Cui Lianqing, meteorólogo de la Fuerza Aérea, tras la celebración del espectacular desfile militar en conmemoración del 60º aniversario de la proclamación de la República Popular. Los cielos azules de Pekín asombraron a todo el mundo, acostumbrado ya a ver la capital china tras una cortina de contaminación, pero tenían poco de naturales.
“Si el cambio climático comienza a ponerse verdaderamente feo, muchos países comenzarán a buscar medidas desesperadas para mitigar sus efectos. Eso podría llevar a la implementación de proyectos unilaterales de geoingeniería”, añadió entonces al diario The Guardian David Victor, un experto en política energética de la Universidad de Stamford. Sus palabras se han demostrado proféticas con los nuevos planes de China.
El problema radica en que el agua es un recurso cuya cantidad permanece invariable en el planeta. Es decir, si el norte de China recibe más, otros lugares pueden sufrir sequía. El Tíbet es, además, el territorio en el que nacen los principales ríos del continente asiático: el Yangtsé y el Río Amarillo recorren territorio exclusivamente chino, pero el Mekong es la principal arteria fluvial del sudeste asiático, y el Ganges o el Brahmaputra son clave para India. En total, el Tíbet es el origen de gran parte de los recursos hídricos de la mitad de la población del planeta.
Así, el proyecto ‘Sky River’ preocupa a los países que surcan estos ríos. Los científicos afirman que el plan puede tener consecuencias impredecibles tanto en China, como en el resto de los países de la región. En primer lugar, porque el caudal de los ríos, que ya está afectado por niveles graves de contaminación y una interminable sucesión de presas hidroeléctricas, podría verse afectado. Y, en segundo lugar, porque la lluvia provocada por los agentes químicos puede dañar la fauna acuática.
“Cuando el yoduro de plata cae a tierra disuelto en el agua su toxicidad no es elevada, pero sí lo suficiente como para modificar el ecosistema”, afirmó Faye McNeill, ingeniero químico de la Universidad de Columbia, en declaraciones a Asia Times. Los productos químicos no son suficientemente perniciosos como para afectar a los peces, pero sí a los microorganismos que viven en el agua, y esto podría tener consecuencias en el ciclo de los nutrientes de la fauna.
De momento, el proyecto se desarrolla con la opacidad propia de los secretos de Estado y muy pocos han levantado la voz contra él porque es poco conocido. Uno de ellos es el ministro de Finanzas del estado indio de Assam, Himanta Biswa Sarma, que ha urgido al Gobierno de India –cuyas relaciones con China son siempre tensas – a que exija más información y estudie las consecuencias que puede tener en el país. Pero parece poco probable que Pekín, envalentonada por el poder que le confiere haberse convertido en la segunda potencia mundial, cambie de opinión y dé su brazo a torcer.