Lo que durante décadas, después del fin de la Segunda Guerra, parecía imposible, es un hecho:
más y más gente joven en Europa acoge los prejuicios que durante siglos hicieron carrera en contra
de la población judía y que en menos de diez años culminaron con el asesinato de más de seis millones de personas.
El Holocausto, un concepto que debía ser apropiado por la civilización justamente para no ser repetido,
está en duda, bien por ignorancia o desconocimiento de los hechos, bien porque los movimientos
políticos que promueven el antisemitismo en Europa se sienten hoy cómodos revisando la historia.
No es para tanto, qué exageración, parecen decir. O peor, se lo merecieron.
Parece, por lo tanto, que el dicho aquel de que hay que conocer la historia para no repetirla,
no parece aplicarse de todo en este caso.
La polvareda la levantó una encuesta contratada por CNN en la que se entrevistó a más de 7.000
personas en siete países europeos en septiembre de este año: Gran Bretaña, Francia, Alemania,
Suecia, Polonia, Austria y Hungría. Casi todos pertenecientes al club de las naciones de alto ingreso
y sin excepción, todos, escenario, en menor o mayor medida, de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial.
Población bien educada que se esperaría, comprendería los peligros del cultivo
del antisemitismo y, en general, de la xenofobia.
Los resultados de la encuesta de CNN son aterradores. El marco general: el Holocausto es una
figura histórica que se desvanece. 34 % de los encuestados jamás escuchó hablar del Holocausto
o tiene una lejana referencia del mismo, sin saber de qué se trató. Desagregando, más del 40 %
de los encuestados consideran que el antisemitismo es un problema en alza en sus países.
Si se examina el asunto por países, el cuento es asustador: en Alemania, el 55 % de la población,
según la encuesta, cree que es un problema que crece. Y en Francia, el 48 %.
Lo de Alemania es gravísimo. Durante décadas hubo un silencio en los hogares que hacía
imposible que hijos y nietos preguntaran por lo que había ocurrido durante el período de Hitler
y, especialmente, durante la guerra. En casa no se podía preguntar, por ejemplo, por la noche
de los cristales rotos en el 38, cuando fueron linchados ciudadanos judíos y asaltadas
sus propiedades, quemadas sinagogas a lo largo y ancho de Alemania y que fue preludio
espantoso de la intolerancia nazi en los hornos crematorios. Buena parte del
pueblo alemán se hizo el de la vista gorda.
Solo hasta los 70 del siglo pasado empezó a desempolvarse el atascamiento de
la memoria colectiva, a conocerse, de parte de las nuevas generaciones alemanas,
lo que había ocurrido. Y parecía un hecho que el nazismo y cualquiera de sus formas
jamás aparecería, de nuevo, en la escena política. De hecho el código penal alemán
prohíbe la incitación al odio en contra de cualquier sector de la población.
Hoy el asunto haría palidecer a los demócratas alemanes, de derecha o centro izquierda,
de hace algunos años. Movimientos como el AfD (Alternativa para Alemania)
campean en el Bundestag y jóvenes políticos no temen decir lo que muchos piensan:
que están en contra de la inmigración, que ven a los musulmanes como contaminantes
de su cultura europea occidental y que, de paso, tienen prejuicios en contra de los judíos.
Cerca del 30 % de los encuestados asume como cierto que los judíos
tienen exceso de influencia en los negocios y las finanzas,
y que ellos utilizan el concepto del Holocausto para beneficiarse de su uso
Volviendo a la encuesta: cerca del 30 % de los encuestados asume como cierto que los judíos
tienen exceso de influencia en los negocios y las finanzas. La tercera parte de los jóvenes
entre 18 y 34 años residentes en Auschwitz, Polonia, sede de uno de los más letales campos
de concentración, desconoce el Holocausto. La ignorancia, pese a la supuesta buena educación,
es rampante: la sexta parte de los europeos entrevistados cree que la población judía representa
actualmente el 20 % del total mundial (cuando es, en realidad, el 0.2 %) y la tercera parte
cree que los judíos usan el concepto del Holocausto para beneficiarse de su uso.
Nacionalismo, antisemitismo, xenofobia, intolerancia, van de la mano. Prejuicios empaquetados
que son utilizados por los movimientos de extrema derecha, empoderados en Polonia, Hungría,
Austria, con gran potencialidad en Francia y Alemania, apoyados por gente de distintas condiciones
sociales y económicas, incluyendo muchos de supuesta buena educación.
Con Trump se han multiplicado las profanaciones a cementerios judíos en los EEUU; el antisemitismo
al que Philip Roth se refirió en varias de sus novelas (Conjura contra América),
parece moldearse en estos años de intolerancia.
El nacionalismo no equivale al patriotismo.
Amor a la patria sin respeto por la diversidad es una mentira.