"No se moverían aunque el mismo Sultán pasara por allí", sentenció el escritor estadounidense Mark Twain
a mediados del siglo XIX. Se refería a los cientos de miles de perros que,
junto con otros tantos gatos, pueblan las calles de Estambul.
Los habitantes de la metrópolis del Bósforo no solo están acostumbrados a convivir con perros y gatos callejeros,
sino que los cuidan, los alimentan, les dan cariño e incluso los ayudan a veces a cruzar las transitadas avenidas.
Con siglos de historia, esta vinculación ha adquirido un carácter tan único que ha llegado hasta la literatura.
El escritor francés Joseph Pitton de Tournefort detalló en sus novelas en el siglo XVII
cómo algunos carniceros de Estambul vendían un tipo de carne destinada a alimentar a los perros de la calle.
"No sabemos con certeza cuándo empezó esta relación tan especial con los perros.
Quizás durante la época bizantina, aunque sabemos seguro que ya estaban aquí durante la conquista de Constantinopla en 1453", explica a Efe Ekrem Isin,
comisario de una exposición dedicada a la historia de los canes de Estambul.
Aunque desde entonces forman parte del paisaje urbano, no siempre han resultado amigables para sus habitantes.
"Para el islam, el perro es un animal sucio y debe mantenerse fuera del hogar", explica Isin.
A finales del siglo XIX, el sultán otomano Abdülaziz (1830-1876)
decretó que los perros debían ser capturados y deportados a Sivriada,
una isla cerca de Estambul en el Mar de Mármara.
Aún se conservan imágenes de decenas de perros escuchimizados en la orilla de la isla,
tras semanas sin probar bocado.
Algunas décadas más tarde, en 1911, el gobernador de Estambul liberó los animales,
que fueron luego repoblando la ciudad, y desde entonces cualquier otro intento de reducirlos
o eliminarlos es visto como una atrocidad por sus habitantes.
En la actualidad, los expertos creen que unos 100.000 perros viven en las calles de Estambul,
una ciudad de unos 15 millones de habitantes.
La mayoría han sido vacunados y llevan un dispositivo electrónico que registra su historial.
En los últimos siete años, el gobierno turco ha gastado unos 19 millones de liras turcas (unos 4 millones de euros)
en el registro y vacunación de perros, así como la castración y protección de gatos.
Si los perros pueblan las calles de varios barrios de Estambul, los gatos son los
"reyes" indiscutibles de la ciudad.
Se cree que más de 125.000 felinos viven en la ciudad del Bósforo,
bien alimentados y cuidados por los vecinos.
"Si matas a un gato, necesitas construir una mezquita para que Dios te perdone",
dice un dicho turco.
"Antiguamente las casas eran de madera y los gatos ayudaban a mantener a los bichos fuera del hogar.
Así empezaron a poblar la ciudad", comenta Irem, una activista que cuida de 38 gatos en un refugio vecinal en el centro de la ciudad.
"Son parte esencial de nuestras vidas en Estambul.
Con ellos nos comunicamos, nos damos cariño.
Es importante cuidar de los animales, ojalá ocurriera en todas las ciudades del mundo", explica.
Cuando llega el frío, es habitual que el Ayuntamiento de Estambul
y los vecinos preparen casetas de cartón,
madera y mantas para dar cobijo a los perros y gatos.
El Gobierno turco aprobó una ley en 2009 en la que se castiga a quién dañe a los animales callejeros,
y está muy mal visto retirarles la comida en la calle.
Tanto gatos como perros cosechan miles de "fans" no solo en las calles,
sino también en las redes sociales, donde ciudadanos
y turistas publican constantemente fotos de estos animales en grupos como Facebook e Instagram.
El científico austríaco Konrad Lorenz, premio Nobel de Medicina en 1973, identificó hace décadas una curiosa conducta de estos animales: tanto perros como gatos se habitúan a una familia y vecinos concretos,
y viven en esa área, aunque nunca hayan dormido en sus casas.
Un cariño y dedicación que explica también el éxito de un reciente documental de 90 minutos dedicado exclusivamente a los vecinos felinos de la ciudad eurasiática.
Lara Villalón