¡Qué grandes son tus templos Tollan
y tus plazas y tus palacios!
¡Pero más grande es el silencio
de tus campos, su palpitar,
su aire acariciante y cálido,
como el aliento de una madre!
Así hablaba Quetzacóatl a sus hermanos,
cuando al grupo vino uno tambaleándose,
porque había ya mucho alcohol en su cuerpo
y el espíritu se le salía.
Y todos se apartaban dejándolo solo.
El se le acercó y trayéndolo al centro dijo:
¿Por qué niegan el calor a aquél que más lo necesita?
¿Acaso creen que ha tomado por otra cosa
que por olvidar la frialdad de la vida?
Porque ha habido debilidad en él, lo abandonan?
¿Porque ha querido soñar despierto
y ha tratado de salirse del sendero de su destino?
Y mirándole fijamente le dijo:
Hermano, no dejes que te venza la frialdad de la vida,
porque tú eres la Vida.
No dejes que te venzan las pesadillas, porque pasan.
Y no olvides que también el cobre, cuando se le golpea,
se retuerce y grita, protesta y llora.
Más después, cuando una vez moldeado
se convierte en un objeto bello y admirado,
todo él es alabanza para aquellos
golpes que antes maldecía.
Vete pues, a tu casa, medita sobre esto
y no tomes más.
Los golpes de la vida harán también de ti
una vasija donde algún día
pueda beberse la Luz.