CASANDRA
Su nombre se escucha fuerte, sonoro. Alguien pensaría que se trataba de una mujer capaz de someter todo lo que interfiera en su vida. Impulsora, a la mejor de un gran evento social. Muy bien, podía ser una matrona, llena de hijos a su alrededor ¿Por qué no? una heroína de esas que mencionan las novelas románticas y trágicas. Sin embargo, no era así, su figura era grácil, con pocos atractivos. Aderezada por una tristeza profunda, la cual llenaba un espíritu, alejado de la realidad terrena. Su paso evocaba, a las personas que eran conducidas al paredón. Sería el motivo de que frecuentemente tropezara, en el camino, con personas u objetos. Solemne y conservadora, reservaba palabras adivinatorias, para quien la quisiera interpelar. Su rostro apacentaba un silencio indiferente. Tenía la obsesión de guardar cualquier sentimiento que pudiera delatar su intimidad. Quizá eso fue lo que me atrajo de ella. Aquel desdén por los incidentes diarios de la vida. Cuando la conocí, atravesaba por una racha de imponderables. Estaba a punto de perder su trabajo. Se sentía en conflicto, de manera inveterada pues, había vuelto a encontrar a su primer amor. En el banco le ofertaron un crédito por trescientos mil pesos. Semanas pasadas, viajando en transporte público, la asaltaron y le robaron su celular. Los domingos eran los días más propicios, para encontrarla en el parque, caminando sin rumbo fijo, tal vez, con el ánimo de perder el tiempo, alucinando soluciones, para las controversias que se le hacían presentes. He perdido la noción de las circunstancias que nos involucraron, sólo recuerdo, una llamada telefónica o una presentación con sus amistades. Lo cierto, es que comencé a interesarme, por sus fantasías acerca del fatalismo humano, la proximidad del invierno, la frecuencia de los sismos, el temor a que un meteoro se impactara en la Tierra. Me agradó, la forma en que ella, permitió que fuera ocupando sus espacios y tiempo. No ofrecía resistencia, para aceptar la próxima cita. Evadía contestar preguntas sobre su pasado. Hablaba de su madre, como una persona distante. La escuela y el trabajo no eran temas de su interés. Prefería hablar sobre la esperanza de tiempos más alentadores. Acerca del amor, soslayaba resquemor, telepáticamente me trasmitía que ella, no quería albergar certidumbre alguna sobre una relación de ese tipo conmigo. Todo iba bien, los mitos acerca de su personalidad se fueron desvaneciendo. Su presencia fue adquiriendo tonos adictivos. La buscaba, bajo cualquier pretexto. Ir a tomar un café. Visitar un antro. Aunque tuviera una miranda inexpugnable, donde no permitiera un avance, más que el que ella quisiera; fui acostumbrándome, a sus maneras, a veces dulces otras restrictivas. Al despedirme de ella, siempre dejaba un sello natural de sarcasmo interior. Lo que me hacía saltar una duda … sospecha. Tal vez, este gesto, propicio que quisiera más inquirir sobre ella. De pronto, en un santiamén, desapareció. No la volví a confrontar. Aun sabiendo, sus recorridos, se borró su presencia, una nube de polvo la se hizo ausente de mi vida. Así como llegó a mi vida, así se esfumó. Quede desconcertado, porque no hallaba motivos, para rompiera conmigo. Una desangelada conversación o un hasta nunca más, se profirió entre los dos. Hoy, entre los diálogos cotidianos, con las personas que rodean me han espetado ¿No sabías? ¿Te acuerdas de aquella muchacha? ¿Se distinguía, por su poca conversación? Se aislaba mucho, extraña, en nadie confiaba. Tú fuiste el único abriste la muralla. Existen varias versiones contradictorias. A mi tía le contaron que unos hombres la secuestraron a la salida del tren suburbano. Una vecina dice que una nave extraterrestre la encapsulo y se la llevo hacia el horizonte. Finalmente un pariente narra que esto son supercherías la verdad era que: ¡Se había colgado de las escaleras de su casa! Nadie sabe los motivos de su decisión. La familia estaba desconsolada.
Alejandro Cruz |