Y llegaste a tu soledad, sudoroso de engaños,
para dialogar con tu conciencia,
para hablar con Dios,
para pensar y soñarnos
con la imaginación iluminada
por tu casa empozada en el mar.
Hablaste a Dios con voz sincera,
llena de sonoridad
por el peso denso de las cosas reales.
Le hablaste con palabras verticales.
¡Ah cómo te gustaron las palabras!
Las unías en una red de equívocos,
las alzabas contra los tonos cansados,
las hilabas en mentiras de haciendas gitanas.
Hay algo de mi sombra en tu sombra,
hay algo de mi sueño en tu sueño,
hay algo de mi frío en tu invierno.
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