El boicot que algunos están promoviendo contra la revista Semana, puede terminar favoreciendo a portales basura con militancia política, que hacen un seudo periodismo activista y desvirtúan la idea lógica de que los periodistas son subjetivos por naturaleza. ¿Qué puede haber más activista que pedir que Rafael Uribe Noguera “se pudra” en la cárcel? ¿Qué puede ser más activista que criticar con dureza a un ministro que quiera gravar con IVA la canasta familiar?
Por: Ricardo González Duque
La salida de Daniel Coronell de la revista Semana ha generado un llamado a boicotear esa publicación –cancelando suscripciones y quitándoles seguidores en redes sociales– por la decisión que tomó su dueño, que como era de esperarse dividió nuevamente al país: algunos lo llamaron censura, otros autocensura o censura indirecta y unos más opinaron que el medio tenía todo el derecho de hacer lo que hizo en respuesta a la última columna.
Ante la andanada de críticas al periodismo “tradicional”, Carlos Hernández, uno de los periodistas de La Silla Vacía –portal que sugirió que Semana engavetó la información que sí publicó el New York Times sobre la amenaza de nuevos falsos positivos– escribió en su cuenta de Twitter:
“Que los que mueven eso de #SíAlPeriodismoIndependiente no pidan, en el fondo, un periodismo que sólo les sirva si les confirma sus prejuicios”.
Y dio en el punto.
En medio de la polarización que hay en el país, está haciendo carrera un “periodismo activista”, protagonizado por blogueros de izquierda y de derecha, de portales que emulan a los viejos pasquines, que sin mayor confrontación de fuentes y apelando a noticias falsas, diseminan supuesta información que en realidad está plagada de opiniones y no de hechos verídicos. Ese seudo periodismo está hecho para persuadir, confirmar o adoctrinar posiciones ideológicas de quienes los leen. Están acostumbrando a la audiencia a esa idea de que si el mensajero no da el mensaje que ellos quieren oír, “lo matan”.
El problema con quienes a modo de protesta social boicotean a medios de comunicación como Semana, no es solamente que se olviden del papel que la revista ha jugado en la democracia colombiana destapando escándalos tan graves como la parapolítica, la Yidispolítica o las chuzadas del DAS, sólo para citar tres casos emblemáticos; sino que dan espacio a que se robustezcan esos controvertidos portales que camuflados en el periodismo y apelando a la famosa “objetividad”, en realidad están en una militancia política.
Esa tal objetividad, como es bien sabido, la enseñan en las facultades de Comunicación Social y Periodismo desde el primer semestre y repiten ese trasnochado mandamiento por años. Una condición que, como escribía hace unos días, se convierte en una gigantesca contradicción semántica al considerar a los periodistas como objetos y no sujetos, que en últimas es lo que somos. El periodista, por obvias razones, se deja llevar por sus creencias, sus pasiones y por supuesto, su ideología.
Es innegable, entonces, que Daniel Coronell hizo periodismo activista en muchas ocasiones desde su tribuna en Semana, mientras al mismo tiempo demostraba con datos verificables no una opinión, sino un hecho. Pero no se puede comparar ese activismo que venía como agregado, con la forma irresponsable de ejercer de los portales basura, que mezclan mentiras con verdades a medias para construir un relato, sin aplicar la mínima enseñanza de las universidades –esta sí valiosa– según la cual toda información debe ser contrastada con la mayor cantidad de fuentes.
A pesar del daño que han hecho los blogueros militantes, en defensa del periodismo activista hay que decir que también se vuelve inevitable en el día a día de la profesión. Qué puede ser más activista que querer que la selección Colombia gane el partido contra su rival; el periodista deportivo no va a decir “esperemos que gane el mejor”. No. Claramente va a promover que gane su selección nacional. Qué puede ser más activista que pedir frente a un micrófono o en la página de un periódico que Rafael Uribe Noguera “se pudra en la cárcel” por su crueldad contra la pequeña Yuliana Samboní. Qué puede ser más activista que ponerse en contra de un ministro de Hacienda que quiera gravar con IVA a la canasta familiar.
Y los ejemplos pueden ser infinitos. El problema está cuando el activismo del periodista se choca, como resulta apenas normal, con posiciones divergentes a las de su audiencia (televidente, oyente o lector) a la que por supuesto no le gustará la expresión de subjetividad del periodista. ¡Pero es que es humano, no han entendido!
La realidad es que por cuenta del periodismo activista (digno como el Coronell, e indigno como el de esos blogueros basura) las ideologías e ismos se vuelven más intensos en nuestra sociedad y terminan en indignaciones selectivas. Digamos: Si Gustavo Petro fuera el presidente de Colombia y El Tiempo le quitara la columna a María Isabel Rueda porque hizo preguntas incómodas a su medio al no publicar un escándalo contra el gobierno petrista, ¿los que protestan hoy contra Semana harían lo mismo? Seguramente algunos sí, pero no todos.
El periodismo activista, el que es basura y militante, seguirá creciendo de la mano del éxito y la facilidad de las redes sociales, pero será responsabilidad de la sociedad no dejarse llevar por las pasiones para no acabar con los reductos de periodismo bien hecho que queda en el país. New York Times nos demostró que desde los medios se pueden cambiar realidades, pero nuestros colegas colombianos también lo han hecho.