La historia, caprichosa ella, regala el reencuentro de Rafael Nadal y Roger Federer en las semifinales de París, cuando hace no demasiado tiempo hubiera sido poco menos que inimaginable. Llega el primero después de batir al japonés Kei Nishikori (6-1, 6-1 y 6-3, en 1h 51m), cargado a priori de razones para contemplar con optimismo el futuro más cercano porque la estadística arroja un dato aplastante: solo dos veces, en 15 cruces, pudo vencerle el suizo en un duelo sobre arcilla. Las dos quedan lejos, lejísimos: la segunda, hace 10 años en Madrid. Sin embargo, asiste Federer (7-6, 4-6, 7-6 y 6-4, en 3h 35m) a una oportunidad de oro por delante: pocos contaban con él a estas alturas y nunca inclinó al balear en su reino, luego una victoria suya supondría un golpe maestro a la rivalidad más longeva y hermosa del tenis.
El suizo y un peaje inevitable
Mientras tanto, el campeón de 20 grandes transmitía un mensaje con pliegues en la sala de conferencias. “Al igual que contra cualquier jugador, siempre hay una oportunidad”, apuntó Federer, que a su vez recordó que de camino al choque se ha medido a cinco rivales diestros, de ahí que deba pensar estos dos días de transición en una preparación específica contra zurdos, por más que conozca de sobra los efectos diabólicos del drive de Nadal.
“Contra él siempre va a ser duro, pero nunca sabes… Él quizá pueda tener un problema o ponerse enfermo. Quizá el viernes haya un viento increíble, quizá llueva y haya 10 suspensiones… Para mí llegar hasta Rafa no ha sido sencillo. Han sido necesarios cinco partidos y ahora estoy contento de jugar contra él, porque si quieres lograr algo en la arcilla, inevitablemente tendrás que pasar, en alguna etapa, por él. Rafa es muy fuerte y sabes que estará allí. Cuando decidí volver a la tierra sabía que podía cruzarme con él; si hubiera querido evitarlo, entonces no debería haber regresado a esta superficie”, zanjó Federer.
Él y Nadal se midieron por primera vez en París hace 14 años, cuando tenían 23 y 19 respectivamente. Entonces eran dos melenudos extraordinarios que tenían toda la vida deportiva por delante y ahora, en un una suerte de guiño celestial, vuelven a coincidir en la arena de la Chatrier. “Todos nuestros partidos han sido especiales, pero este, a estas alturas de nuestra carrera, lo es un poco más”, apreciaba Nadal ayer. El Bois de Boulogne, cuando parecía haber olvidado el viejo clásico, lo recupera en su versión más evolucionada. Y mientras tanto, los aficionados al tenis ya se frotan las manos.