Pocos saben que el colombiano José María Vargas Vila (Bogotá, 1860-Barcelona, 1933), acusado de escandaloso, panfletario y políticamente incorrecto, fue uno de los escritores en lengua castellana más vendidos y difundidos de su tiempo. La editorial Ramón Sopena de Barcelona firmó con él un contrato para editar sus obras completas que, guardadas las distancias, haría palidecer de envidia a más de un escritor de nuestro tiempo. Fue un auténtico best seller. Todo lo que escribía era publicado al instante, y traducido con igual celeridad al francés, pues en Francia tenía miles de lectores.
Fue un autor de éxito. Vivía a cuerpo de rey. Habitaba un gran piso en la calle Gran de Gracia de Barcelona. Se paseaba por las Ramblas con exóticos y elegantes atuendos belle époque, con una constelación de anillos en los dedos de sus manos, refinados alfileres de corbata y bastones de ébano con sofisticadas empuñaduras. Le llamaban “el divino”.
Muchas de sus novelas fueron tachadas de eróticas, aunque no pasarían de subidas de tono en los tiempos actuales, y por lo tanto prohibidas. Sobre todo en Colombia, donde tenía muchos enemigos. Tantos que fue perseguido por libertino, anticlerical y librepensador. El presidente colombiano Rafael Núñez le puso precio a su cabeza por las críticas que recibía de Vargas Vila. Esto le obligó a abandonar su país con solo veintiséis años, en 1886. Se exilió en Venezuela, donde llegó a ser, en 1892, secretario privado y consejero político del presidente Joaquín Crespo. Dos años después, en 1894, y a raíz de la muerte de Crespo en la batalla de Mata Carmelera, emigra a Nueva York, ciudad en la que funda la revista Hispanoamérica. Allí entabla amistad con el cubano José Martí y el ecuatoriano Eloy Alfaro, dos grandes personajes de la época.
Eloy Alfaro llega a la presidencia de Ecuador y, a pesar de que Vargas Vila era colombiano, lo nombra ministro plenipotenciario de su gobierno en Roma. Es conocida la anécdota de que Vargas Vila se negó a arrodillarse ante el Papa León XIII con una célebre frase: “No doblo la rodilla ante ningún mortal”. Un año después, desde Roma, viaja a París para asistir a la gran Exposición Universal de 1899. En la capital francesa conoce a Rubén Darío e inicia una duradera amistad con el poeta nicaragüense, conocido como “el príncipe de las letras españolas”.
En 1900 Vargas Vila publica en Roma su novela Ibis con un éxito fulgurante, aunque esta publicación le acarrea la excomunión por la Santa Sede. Noticia que recibe “con regocijo”. En 1905 es invitado a Madrid, por recomendación de Rubén Darío, al III Centenario de la publicación de El Quijote, de Cervantes. A partir de entonces realiza numerosos viajes, incluida una larga estancia de tres años en Cuba, pero España, y más concretamente Barcelona, se convierte en su cuartel general. Ramón Sopena se hace cargo de todas sus publicaciones y comienza una carrera imparable de éxitos literarios.
Era tanto lo que publicaba Vargas Vila que entre 1914 y 1918, en Barcelona, su ocupación principal era conseguir papel para la edición de sus libros, pues a causa de la primera guerra mundial escaseaba esta materia prima. Vargas Vila movía cielo y tierra, aprovechando su amplia red de contactos, para ayudar a su editor a conseguir el ansiado soporte para la impresión de sus libros.
José María Vargas Vila murió en Barcelona en mayo de 1933. Su heredero universal y albacea fue su secretario durante muchos años, el venezolano Ramón Palacio Viso. Casado con una cubana, emigró a Cuba después de la muerte de su mentor y se llevó a la isla todos los archivos del escritor, entre ellos un “Diario Secreto”, escrito entre 1899 y 1932. Según Ramón Palacio, Vargas Vila en su testamento dejó bien claro que no deseaba que sus restos ni sus archivos fueran a parar a Colombia.
Por ironías del destino, ninguna de sus voluntades póstumas se realizó. Los archivos fueron entregados a Colombia por el gobierno cubano en 1984, gracias a gestiones de Gabriel García Márquez ante su amigo Fidel Castro.
En cuanto a los restos de Vargas Vila, fueron exhumados del cementerio de Barcelona para ser trasladados a Colombia en 1984, aunque no sin polémica. El gobierno colombiano consiguió una tumba en el cementerio de Bogotá, pero, horror, ésta quedaba junto a la de un obispo. El clero colombiano, aunque habían pasado varias decenas de años desde la excomunión del escritor, puso el grito en el cielo. Descubrieron entonces que Vargas Vila era masón y se le encontró un nicho en la sección dispuesta para los masones en el cementerio central de Bogotá. Allí descansa, ¿en paz?…