Te tuve en mis manos
Con tu borde dorado te tuve en mis manos,
Estalló el brillo de la imaginación.
Hubo risas y llantos,
catedrales silenciosas en tinieblas,
jorobados enamorados de princesas.
Hubo tormentas y arrebatos.
Caminé por jardines de nubes decoradas de estrellas.
Me escondí del bullicio para gozarte,
Eras mío, solo mío,
Y valoré con el alma tus historias de magias y de guerras,
cada cuento de brujas y de elfos,
de sátiros hirviendo de deseos.
Tuve horas de espasmos y de risas,
muchas noches de intrigas y desvelos,
preguntándome que hay que hacer para encontrarle.
Encontrar a ese duende del que hablas,
a ese cofre rebosante de perlas negras,
con oropeles repletos de locuras y tinieblas,
o tal vez el perfume escondido en los capullos de la espera.
Te tuve en mis manos desde niña.
Quizás por eso he caminado enarbolada,
sintiendo en mis huesos la soledad ajena,
mirando de cerca las pecas de la luna,
buscando la sangre en el tobillo de Aquiles,
el látigo cruel en el calvario,
o disparando flechas envenenadas
al mestizo en la espesura de las selvas.
Soy tu esclava en plenitud,
aquí estoy,
soy caminante erguida contigo de mi brazo,
sabiendo que me brindas cada día
rumbos florecidos de quimeras.
Eres poderoso, fuerte,
tal vez coloques este cuerpo
en trincheras de dolores mortecinos.
Será entonces cuando deje de leerte.
Carmen Amaralis Vega Olivencia