Jesús, abogado, sacerdote, el cordero de Dios entregado por mi causa
El gran misterio de la deidad y la humanidad de Cristo ha sido uno de los debates de los teólogos durante muchos siglos. No obstante su perfecta naturaleza humana y divina a la vez penetran en el ámbito racional de nuestras vidas y se nos escapa el hecho de profundizar en el aspecto relacional y emocional de estas incomprensibles naturalezas.
Jesús es mi amigo abogado. Es el gran amigo íntimo en quien confío a ciegas, quien me conoce mejor que nadie, en el cual no hay barreras, no hay dudas, no hay fronteras. Jesús, en sí mismo, el único punto de apoyo absoluto de mi vida.
Jesús, es el Dios encarnado, el Dios cercano, el Dios amigo que se me presenta con un cariño impresionante, que ha de tomar mi lugar, que ha vivido mi vida dura, que ha conocido mis luchas, mis tentaciones, mis frustraciones y mis agonías. Jesús me enseña a llamar a Dios, Padre y me siento amado y querido por Dios sólo por medio de Jesús. (Filipenses 2:6-8)
Es Jesús y sólo Jesús, el abogado amigo, el más conocido, quien me toma de la mano en su naturaleza humana y me presenta ante la misma presencia del Padre Celestial en su naturaleza divina. Es Jesús, el quien tiene las dos naturalezas perfecta y absolutamente bien compenetradas. La humana y la divina entrelazadas. Es Jesús, el mediador quien me rescata. El lado humano y el lado divino se afirman los dos, en adsoluta danza, con la sola meta de la salvación de mi alma.
El que conoce todas mis maldades, todos mis dolores, mis llagas y mis aflixiones (Isaías 53:3-12); pero que a su vez coexiste con el Padre en pura deidad, y me representa y me lleva a su presencia, abogando por mí, defendiéndome, salvándome de la condenación eterna. (Juan 1:9)
El existe desde las edades eternas en perfecta sintonía con El Padre, y los confundo y no los entiendo, no lo comprendo del todo; pero es Jesús y solo Jesús el Dios hombre que me ama en el día más tenebroso y más oscuro de mi alma. (Salmo 23:4)
Es Jesús, quien regresa a la diestra del padre, y continua en pie de lucha, intercediendo, abogando, representando, rescatando a un vil pecador como yo que nada tiene para presentar defensa ante el Padre totalmente y puramente santo, santo, santo. (2 Corintios 5:21)
Es Jesús, el amigo incalculable y el compañero inseparable. El único que puede responder por mí ante el Padre. El que nunca he tenido ni principio ni fin, el que es Alfa y Omega, quien siempre ha estado desde las edades eternas abogando, intercediendo, en plan eterno por mi alma. Declara derechos y hace garantías para que pueda morar en una eternidad con Dios, el Padre, El Espiritu Santo y su comunion santa.
Es el mismo Jesús, quien está en guerra constante con mi enemigo. Con Satanás mismo, con mi carne, con mi naturaleza pecaminosa y adámica. Es Jesús y sólo Jesús quien batalla constantemente sin tregua por mi alma, porque el diablo no la lleve en sus garras y en sus trampas. Porque la salvación es de Jesus, él la ha planeado, él la ha conquistado y es Jesús quien termina y quien gana la batalla. (Salmo 110)
Es Jesús mi amigo, y más que eso. No encuentro palabras en el léxico hispano cómo describirlo y calificarlo. A Jesús, le hablo, le escucho; me quedo en silencio y no le hablo. Lo indago, le cuestiono, me pongo bravo, me ofendo y le reclamo; pero él me ama, porque él sabe cuento tengo y cuanto llevo yo, dentro del alma.
Incluso puedo bromear con él, de vez en cuando. El es el amigo que yo quisiera presentar a todos en el mundo para que los salve. Todos los demás amores no podrán compararse al suyo, porque él está por encima, más allá de las estrellas, de las galaxias y todos los demás amores están subordinados. Todo mi amor se centra en Jesús porque él es el tema de mi alma.
Y siento que no soy aun lo que él quiere que sea. Y quiero cambiar y me cuesta y no acabo de conseguirlo; y a pesar de ello, soy consciente de que no pierdo ni su cariño ni su confianza. Sigo sintiéndome amado y querido por él como desde la eternidad de los mundos cuando él me habla.
No me siento reprimido. Y me arrepiento constante; pero sin desesperanza. Y veo que él tiene paciencia y me aguanta; y eso me estimula más y sigo en su compañía y quiero estar más cerca y más amado. Entonces quiero conocerle más y aún amarlo, desde el fondo de mi alma.
Y me habla claro y percibo su voz. Y su voz, es la voz de Dios, y las confundo y no puedo diferenciarlas. Y es mi amigo, es un hombre y es un Dios que me respalda.
¿Quieres seguir teologizando? ¿Cuál será? ¿Su divinidad absoluta o su naturaleza humana quien sobre salga? El tema es largo, es basta la materia y nuestra mente no entiende, se disocia y descarta.
Me quedo con Cristo, con ese amigo sincero del alma. Un amigo carne y hueso; pero él es Dios, conmigo está y es quien me trata. Tengo un secreto: (termino la teología). Tengo a un amigo humano y tengo a un Dios que es mi amigo.
Su nombre es, Jesús.
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