El miedo
es una de las emociones humanas más primitivas que existen, debido a que está orientado a la supervivencia del individuo, es decir, es una respuesta natural a un desafío.
Se trata de un mecanismo de defensa que genera el propio cuerpo ante situaciones de peligro inminente. En efecto, el miedo nos alerta ante la presencia de riesgos que atentan contra nuestra vida: un perro de aspecto amenazador, el campo abierto durante la noche, un sonido que no sabemos de dónde proviene, un auto que se acerca a toda velocidad.
Los ejemplos podrían ser miles y, si bien existen acontecimientos que generan temor en la mayoría de las personas, los miedos son algo bastante subjetivo y dependerán de cada persona en particular.
Veamos entonces qué es el miedo y cómo se manifiesta en las personas.
El miedo: respuesta bioquímica y emocional
Dado que se trata de una respuesta natural, innata al ser humano, no existe persona que no tenga algún miedo. Generado por alguna situación particular, inducido por la palabra de alguien o por una película, concebido desde nuestra propia imaginación: el miedo es una reacción a algo desconocido o que puede amenazarnos.
En la actualidad, la psicología y la neurología han clasificado el concepto en dos tipologías o modos de respuesta: bioquímica y emocional.
La respuesta bioquímica generada por el temor es de carácter universal. Ante una situación de peligro, ciertos signos físicos mensurables prueban que tenemos miedo: aumenta inmediatamente el pulso cardíaco y la sudoración, se dilatan las pupilas, al mismo tiempo que se elevan los niveles deadrenalina en sangre, (una hormona que secreta el organismo para controlar el miedo).
En conjunto, este haz de respuestas bioquímicas se conoce como “pelea o vuela” –en inglés, fight or flight-, proceso complejo y automático gracias al cual el cuerpo se prepara para pelear o huir rápidamente.
En cambio, la respuesta emocional es mucho más personalizada que la anterior. Algunas personas manifiestan adicción a la adrenalina, lo que se refleja, por ejemplo, en la práctica de deportes extremos o la exposición voluntaria a situaciones riesgosas. Otros, por el contrario, tienen una respuesta negativa ante la sensación del miedo: evitan a toda costa las situaciones de peligro, e incluso tratan de no enfrentarse a ningún tipo de problema.