Hay poco que añadir a la fotografía del reportero argentino Carlos Bosch (Buenos Aires, 1945). Pertenece a la serie El huevo de la serpiente [catálogo en PDF], una crónica de las liturgias franquistas y fascistas en los años de plomo que siguieron a la muerte de Francisco Franco, el dictador militar de escasas luces y voracidad de lobo que apagó la luz de España después de quedar henchido de carne de rojos.
Sus lobeznos, creyendo que la transición democrático-monárquica que pactaron los poderes fácticos a espaldas de la población era un camino hacia el libertinaje, ladraban libremente y pedían sangre. La foto de arriba fue tomada en el primer aniversario de la muerte del caudillo en una cama hospitalaria y sin responder por crimen alguno.
Huido de Argentina, donde le esperaba la muerte, con seguridad precedida de espantosas torturas, a manos de los militares de Videla —adoradores de Franco, por cierto—, Bosch se estableció en Madrid en 1976. Casi por casualidad y contando una mentira (“soy argentino y vengo porque mi padre peleó en la batalla del Ebro y ahora tiene un cáncer terminal. Se está muriendo, pobrecito, y a mí me gustaría llevarle un recuerdo”, dijo a los fascistas a los que retrataba), el periodista gráfico vivió insertado entre quienes deseaban ahorcar, quizá usando como garrote el collar de perlas de la furiosa dama de la imagen, a cualquiera que no supiese de españolidad racial.
Las imágenes de Bosch, poco conocidas y merecedoras de mayor difusión como material didáctico, fueron expuestas en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti de Buenos Aires, una de esas organizaciones tan necesarias como escasas empeñadas en que el olvido no sea posible.
El fotógrafo, que logró introducirse en las peligrosas filas de los falangistas y activistas de extrema derecha durante varios años, explica con claridad la intención de mostrar las imágenes ahora:
Esta serie de fotografías fue realizada entre 1977 y 1979.
Muchos de los jóvenes que fueron fotografiados en ese tiempo son hoy militantes del Partido Popular y algunos de ellos ocupan cargos de responsabilidad en el Estado Español.
El resurgimiento de la extrema derecha (fascismo) en Grecia, Francia, Italia, Portugal y España, entre otros, vuelve a alarmar a la democracia.
Argentina no está en esta situación pero preocupa la existencia de grupos ligados a la Internacional Fascista.
El objetivo de esta muestra es recordar y hacer visible frente a los jóvenes el peligro de un movimiento antidemocrático que aún sigue latente.
Vistas como un banco de identidad de seres humanos de alta peligrosidad retratados hace casi 40 años, provoca escalofríos calcular que parte de esos jovenzuelos marciales dispuestos a matar y morir están entre nosotros, son adultos quizá bajo apariencias honorables. Aún concediendo posibilidades al cambio y la reforma personal, ¿es posible la rehabilitación?, ¿puede un protonazi desintoxicarse?, ¿alguien se ha encargado de reprogramar los cerebros enfermos?
Con los redobles del neofascismo añadiendo percusiva música fúnebre a lo largo del continente Europeo —Der Spiegel acaba de publicar un censo sobre los ataques incendiarios contra exiliados políticos en Alemania, con una media de uno al día, y el desentendimiento político y policial sobre el asunto—, la visión retrospectiva de la extrema derecha española es saludable y, aunque algunas fotografías sean ridículas por la gestualidad de vodevil de los participantes en las charadas, el fotógrafo quiere alarmarnos: siguen entre nosotros, camuflados, dice cada imagen.
Jose Ángel González