Una primera imagen poderosa: la ministra de Justicia, Dolores Delgado, flanqueada por dos representantes del Estado, permanece inmutable en la puerta de la basílica del Valle de los Caídos, sobre una larga escalera de piedra, mientras que la familia del dictador introduce el ataúd con sus restos en un coche fúnebre. Ellos se van, la democracia se queda. Creo que esta y no otra debería ser la lectura que hacer de una jornada a la que por fin el apelativo histórico le cae de forma acertada.
La exhumación de Francisco Franco, jefe dictatorial del Estado en España de 1939 a 1975, cargo que consiguió tras una guerra civil y que mantuvo tras una cruenta represión que costó centenares de miles de muertos, ha despertado sensaciones encontradas entre muchos ciudadanos, contrarios a su figura pero también favorables. La mayoría del país, sin embargo, ha creído que el acto era de justicia y necesario, más por una cuestión de incongruencia con los tiempos que por un convencimiento político. Algo tan sólo bueno a medias.
La derecha liberal, PP y Ciudadanos, por un día, han creído oportuno hablar de economía y de las malas cifras en la creación de empleo, con el propósito evidente de vadear un conflicto obvio, el que les provoca enfrentarse a su historia común y relaciones íntimas con el franquismo. Una hipocresía clamorosa donde han hablado de futuro por no tener que hablar de un pasado que aún tiene relaciones con nuestro presente.
Es igualmente obvio que el PSOE aprovecha el momento para sacar réditos electorales, como cierto que cuando la medida fue anunciada por el presidente Sánchez lo fue más como una de esas grandes ideas que marcan el inicio de una legislatura desde lo simbólico. Lo cual no implica que la decisión ya haya dejado una huella –Sanchez, gane o pierda los siguientes comicios será el Presidente que sacó a Franco de su mausoleo– que en términos históricos es indudablemente positiva.
La izquierda ha criticado la escenografía del acto, a su juicio similar a la de un funeral de Estado, en lo que han considerado más un acto similar a un homenaje que a un desagravio. Los vivas a Franco de la familia y el ambiente grave no han ayudado a mejorar la opinión. Lo cierto es que un funeral de Estado es otra cosa en la que caben presencia de altas autoridades no para tomar acta notarial sino para dar una despedida de altura al cuerpo del fallecido. Salvas militares y la bandera nacional suelen completar la escena. Hoy nada de eso ha ocurrido.
Vistos los hechos creo que la izquierda debería centrarse hoy en explicar qué fue el franquismo y cuáles son sus relaciones con nuestro sistema político y económico, por qué no se ha podido exhumar al dictador hasta 2019, antes que magnificar detalles escenográficos mejorables. Parece que incluso cuando la izquierda gana, y esto es una victoria indudable no sólo para esa parte del espectro político, sino que debería serlo para todo demócrata, no sabe celebrarlo y colocar su relato en el debate público, más que uno que popularmente se entiende como "los que se quejan por todo".
En el aspecto más tragicómico del asunto, ese que no puede faltar nunca en un país que inventó la Zarzuela y tuvo como hijos a Goya y a Berlanga, han estado los lazos con la bandera de España que los familiares del dictador llevaban sobre la tela negra de sus abrigos. En el tiro largo de cámara el único color que destacaba de la enseña era el amarillo, justo el utilizado en sus lazos por los independentistas catalanes. El abogado de la familia hablando de volver a "los tiempos del NoDo" en referencia a la señal de televisión única proporcionada por el Estado han completado la pintura negra que las redes sociales han seguido ya con su habitual ironía.
Mientras que unas decenas de fascistas folclóricos y pintorescos se han congregado en la inmediaciones de la salida del Valle y el cementerio de Mingorrubio, donde a partir de ahora yacen los restos del dictador, miles de personas compartían mediante sus sistemas de mensajería digital imágenes de Franco bailando el Thriller de Michael Jackson o acompañado de frases del estilo de "hoy se sale", frase de doble sentido al ser ya la noche del jueves un momento de ocio nocturno. La gente en España mantiene, por fortuna, una sana inclinación a mofarse de sus dirigentes y figuras históricas.
Pero detrás de todo esto hay una frase que leída en su tono más preciso hiela la sangre, la pronunciada por el presidente Sánchez con la intención de dotar de ecuanimidad a su decisión, aquella que decía que a Franco se le iba a exhumar "cuando fuera posible, ni un minuto antes ni uno después". Y ese es justo el problema, la triste descripción del sistema político en España, que sólo ha sido posible en la mañana del 24 de octubre de 2019, ni un minuto antes, 44 años después de la muerte del dictador.
El franquismo fue mucho más que un individuo, un momento histórico o una ideología, fue la manera en que el gran capital se enfrentó en España, con el apoyo del fascismo europeo y la connivencia de las democracias liberales, al aumento de poder del movimiento obrero en los años treinta. Posteriormente, una vez que los aliados del franquismo perdieron la Segunda Guerra Mundial, una vez que comenzó la Guerra Fría, la manera en que los norteamericanos leyeron la estabilidad para sus intereses contra la URSS. En su final el franquismo no fue derrotado por una revolución, sino que en un complejo momento histórico, la Transición española, dio paso por un equilibrio de debilidades a la actual democracia, impregnándola de buena parte de sus postulados, estructuras y fines.
Es cierto que España es un país muy diferente al de 1939 y distinto al de 1978, fecha oficial del fin del franquismo. Pero no lo es menos que aunque Franco ha sido exhumado de su mausoleo de homenaje, propiedad pública, aún el franquismo no ha sido exhumado por completo de la sociedad española.