Las medias blancas
Tengo unas medias blancas de encaje que me pongo cuando me visto el traje negro de los recuerdos. Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.
Las piernas, penetradas por estas bocas blancas, levemente se abren con signos vegetales. Los hilos amanecen mi piel, brotan, perdiéndose, entre los elevados pensamientos más íntimos.
En derredor: imágenes de ocupación pelviana, soberbias latitudes desde el puente atestiguan la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.
¡Qué holgada está la tela de la falda de flores, la rodilla suavísima con olor a naranjas!
Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos, son copos invisibles calcinando altas cumbres. Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas, tan finas son las mallas que saltan los engarces y hasta el ocre desierto los poros me rezuman feroces destinos, presagios entreabiertos.
Siento flores y manos crecer entre las piernas y más arriba el musgo tapando el azulón vellón de la albufera.
No podía ponerme estas medias sabiendo la gracia que se esconde, generosa en tu boca. Espomosas persisten, sin causa me rodean, temibles de tu roce, sin fatiga, explorando
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