Cojo el tren.
Cojo el tren de la tarde con la mano,
con la mirada sola.
Sola, yo, cojo ese tren vacío que me acerca.
Que me derrama y grita en cada vía.
Que me aleja de ti sin la distancia.
Te veo en la ventana de la sombra
de este tren que ahora pasa y se lleva mi cuerpo
y solamente yo, la que no existo, grito.
Y me quedo sentada en la penumbra
-la verde cristalera de este tren que me conduce,
me zarandea, dice, va gritando tu nombre y sus palabras
son el último humo de la tarde-.
El paisaje, este último y verde y armonioso
paisaje de la tarde
-paisaje como un río de la nada-,
paisaje, en la ventana de invisibles ventalles donde me alojo sola.
Estoy flotando contra tu nombre solo que repite:
-Yo soy la sola tarde de tu vida.
Y, ahora, te amaría
-cuando me veo sola en este tren
y mi cuerpo es el cuerpo que te busca
y no sé ya de mí, porque te supe
y nada ha vuelto ya a ser de otra manera-.
Y ahora dejaría mis manos en tus ojos
y ese tren viajero que llevo entre mis dedos,
junto a tus labios verdes de paisaje.
Y ahora, yo, la sola, la deseante en ti
-esa mujer que mira en tu ventana y tu paisaje
vuelve hasta hacerle sombra-,
esa mujer de ayer -con el pelo más negro-,
la mirada encendida como casa,
la boca a dos vertientes, como un techado ardiente,
deja su rosa ahí, en medio del paisaje. Y ese tren
que la acerca y la aleja y no es el cuerpo,
el que tiene rendido contra un árbol
que ahora es un árbol solo donde ha escrito tu nombre
-con palabras de sangre, solamente, está escrito tu nombre-,
ese tren que la lleva a tu recuerdo solo y la destruye,
ese tren que ahora ella va dejando en tus manos
como un viejo juguete de hojalata -para que tú te rías,
le enciendas tus dos ojos y la beses-,
ahora mismo, ese tren, está abriendo sus puertas,
se para de repente y se detiene
y te invita a subir, y se detiene
y ahora ya ella está adentro y se detiene
y se posa en tus labios, se detiene,
te dice que es el tren y se detiene,
es el último árbol de la tarde -detenido-,
la última ventana de la vida. Y se detiene
hasta que tú la tomes,
la apreses en tus brazos. Se detiene
y no quiere más vida. Se detiene
sin más rostro que el tuyo. Se detiene
y se sabe parada en tu sonrisa. Se detiene
porque sabe que, al fin, es ella el tren
y te lleva a su cuerpo. Se detiene
ese cuerpo desnudo que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.