“Los disparos de los emboscados dieron en el cuerpo del Maestro, la luz cenital lo bañó, soltó las bridas del corcel, y su cuerpo aflojado fue a yacer sobre la amada tierra cubana. De su revólver, atado al cuello por un cordón, no faltaba ni un cartucho. Había acontecido la catástrofe de Dos Ríos”.
Rolando Rodríguez.
Las tropas españolas rechazan una y otra vez las embestidas de los mambises comandados por Máximo Gómez. Desde la retaguardia, José Martí ve las acciones y no puede quedarse quieto. Es su bautizo de fuego y no está dispuesto a esperar en el fondo mientras los hombres a los cuales hace solo minutos arengó combaten por Cuba. Espuela a Baconao y se lanza a la carga. Pasan pocos minutos desde la una de la tarde y una descarga de fusilería provoca el silencio del monte. Es 19 de mayo de 1895.
Como todo acontecimiento importante, la muerte del Apóstol está rodeada de mitos, manipulaciones e incluso intentos por ganar protagonismo a costa de uno de los sucesos más tristes de la historia del país. Una figura esencial de aquel momento fue Ángel de la Guardia, el único soldado cubano que presenció el momento final. ¿Quién fue? ¿Por qué cargó junto a Martí? ¿Qué ocurrió con él luego de aquella jornada?
Un Ángel al lado de Martí
Muchos piensan que Ángel de la Guardia era el ayudante de Martí y por eso fue con él al combate —una reciente encuesta en Twitter reflejó que el 52% de los votantes así lo creen—. Sin embargo, el joven había llegado a Dos Ríos solo un día antes como parte de las tropas del General Bartolomé Masó. Es muy posible que Martí le hablara solo minutos antes de morir. Asimismo, todo parece indicar que en la escaramuza no resultó herido, como muchas veces se ha dicho.
La versión más fidedigna de los hechos la ofrece el investigador Rolando Rodríguez en su libro Dos Ríos: A caballo y con el sol en la frente. Según dice, luego de cruzar el Contramaestre e iniciar el ataque contra las tropas del coronel español José Ximénez de Sandoval, Máximo Gómez le ordena a Martí permanecer en la retaguardia mientras él avanza sobre el flanco izquierdo. Entonces el Apóstol encuentra en el campo de batalla a Ángel de la Guardia y lo conmina a sumarse al ataque.
Ambos avanzan alrededor de 250 metros en diagonal hacia el flanco derecho, pero cuando pasan entre dos árboles los sorprende una descarga cerrada. Martí es impactado por tres disparos; el caballo de Ángel también recibe una tríada de balazos y cae sobre su jinete. La escena duele: Martí yace muerto en el suelo mientras de la Guardia intenta quitarse el animal de encima. Todavía no sabe que ha presenciado la muerte del alma de la Revolución.
Cuando Ángel logra incorporarse busca refugio detrás de uno de los árboles y dispara a los españoles. Intenta rescatar a Martí, pero el fuego es intenso y apenas puede moverlo. Todo sucede en cuestión de minutos. Su hermano Dominador de la Guardia narró en un libro publicado por el padre de ambos cómo vivió el momento.
“Angelito trató de cargar a Martí, pero no pudo lograrlo. Era demasiado niño. Entonces me hacía señas para que fuese donde estaba él, y yo, no comprendiendo qué hacía tan adelantado, lo llamé insistentemente para donde estábamos en línea de fuego. Apenas Ángel dio espaldas al enemigo para venir donde nosotros estábamos, iniciaron los españoles un movimiento de avance”.
Con su caballo herido, el muchacho tardó más en llegar hasta el sitio desde donde había partido al ataque. Encuentra a Máximo Gómez y le da la noticia de la caída del "Presidente", mientras casi al mismo tiempo las tropas ibéricas encuentran el cadáver y lo registran. Elegantemente vestido y con papeles a su nombre, enseguida descubren a quién han matado, recogen el cuerpo y se disponen a la retirada hacia Remanganaguas.
En una serie de tres artículos publicados por Juventud Rebelde en marzo de 2010, Ciro Bianchi arroja luz sobre aquella hora fatal.
“Máximo Gómez, desesperado por la infausta noticia, se lanza, prácticamente solo, al lugar del suceso a fin de recobrar a Martí, vivo o muerto. Tanto se arriesga el Jefe del Ejército Libertador que en un informe inicial sobre el combate el coronel Ximénez de Sandoval, jefe de la columna española, reporta su nombre entre las bajas contrarias”.
El cadáver de Martí comenzará un peregrinar de varios entierros y exhumaciones hasta su descanso final en Santa Ifigenia. Gómez, por su parte, continuará sus intentos por ganar fuerza y tropas en los inicios de una guerra que él sabe una mezcla de instantes de “ligero placer”, seguidos por otros de “amarguísimo dolor”. Mientras tanto, Ángel de la Guardia jamás podrá olvidar aquella tarde en la que el azar lo puso junto al más universal de los cubanos.
Espíritu y valor
Ángel Perfecto de la Guardia Bello nació 20 años, 3 meses y 3 días antes de la fatalidad de Dos Ríos. Entonces la Jurisdicción de Jiguaní —en el corazón del Oriente cubano— era una zona con poco más de 20 mil habitantes dedicada fundamentalmente a la ganadería.
Aquel martes 16 de febrero de 1875 todavía perduraban entre los pobladores las durezas impuestas un quinquenio atrás por la Creciente de Valmaseda, así como el recuerdo de la presencia en la zona de hombres como Máximo Gómez o Bartolomé Masó.
Tres años después la Guerra Grande terminó en frustración y Ángel de la Guardia apenas tenía edad para conocer sobre Carlos Manuel de Céspedes o Ignacio Agramonte, las dos mayores bajas de la contienda. Sin embargo, varios investigadores coinciden en señalar su formación como parte de una familia culta a pesar de su pobreza. Sus padres enseñaban en el colegio del lugar y de ellos recibió los primeros conocimientos.
De acuerdo al periodista Pedro Mora, a los cuatro años Ángel ya sabía leer y a los doce ayudaba a su padre en las labores como maestro. Los baños en los ríos del lugar, la exploración del monte y la confluencia entre las llanuras y las montañas marcaron su infancia. No obstante, a los 15 años tuvo uno de esos encuentros que marcan toda una vida.
Ocurrió en 1890 en la ciudad de Manzanillo. Antonio Maceo había regresado a Cuba en enero de ese año para preparar la conspiración conocida como La Paz del Manganeso, uno de sus intentos por reanudar las luchas mambisas. En una de las actividades de homenaje organizadas para camuflar los verdaderos propósitos del Titán de Bronce, el joven Ángel se le acercó y le habló sobre el deseo de combatir un día a sus órdenes por la libertad de la Isla.
No resulta difícil imaginar la escena. Por aquellos días las multitudes rodeaban a Maceo allí donde estuviera, los jóvenes se amontonaban para conocerlo, su voz retumbaba en cualquier escenario. Curtido por la guerra, el machete y las balas, el héroe debió encontrar en la aspiración de aquel muchacho una de las muestras que lo hacían soñar aun con la independencia. Recio y elegante, de seguro le estrechó la mano y agradeció el gesto, pero semanas después España expulsó a Maceo y la conspiración quedó allí.
Ángel permaneció en Manzanillo y el 15 de junio de 1894 se graduó de maestro en la Escuela Elemental Completa para Varones. Solo impartió clases por pocos meses, porque en febrero de 1895 estalló de nuevo la guerra y esta vez él no dejaría pasar la oportunidad de luchar por Cuba. A inicios de abril de ese año —a solo días del desembarco de Maceo y Flor Crombet por Duaba— llegó a un lugar conocido como San Miguel del Chino y se unió a las tropas de Bartolomé Masó.
Según el historiador Rolando Rodríguez, enseguida encontró el bautismo de fuego durante la captura de un convoy español, una acción que también le valió su primer ascenso militar. Entonces “su espíritu y valor” le propiciaron la designación como ayudante de Masó.
Con su jefe entró el entonces alférez al Campamento de Dos Ríos en la tarde del 18 de mayo de 1895. Por esas coincidencias del destino, ante su llegada Martí interrumpió la carta que escribía a Manuel Mercado y en la cual le aseguraba ya estar “todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber”. Menos de un día después Ángel de la Guardia se convirtió en el último mambí testigo de las palabras del Apóstol.
Hacer Patria cueste lo que cueste
Luego del fatídico 19 de mayo Ángel de la Guardia continuó unas semanas más en las tropas de Bartolomé Masó, hasta que pasó al mando de Antonio Maceo, el hombre al que cinco años atrás le había expresado su deseo de pelear bajo sus órdenes. Con él participó el 13 de julio de 1895 en el Combate de Peralejo, una de las victorias más impactantes de los primeros meses de la Guerra Necesaria y donde obtuvo el grado de Capitán.
Cuando el 22 de octubre de ese año el Titán de Bronce utilizó el histórico Mangos de Baraguá como punto de partida de su columna invasora para ir al Occidente de Cuba, Ángel de la Guardia marchó junto a él. En la ruta de más de mil kilómetros hasta Mantua, el joven mambí participó en 22 combates importantes y ganó el calificativo de “Capitán más valiente de la brigada oriental”.
Una vez conseguido el objetivo de extender la guerra a toda la Isla, Maceo inició una serie de acciones entre Pinar del Río y La Habana. Una de las primeras fue la Batalla de Paso Real de San Diego, un combate donde además del éxito cubano Ángel de la Guardia recibió el grado de Comandante. Casi a punto de cumplir 21 años aquel muchacho derrochaba inteligencia y coraje entre las tropas mambisas.
De regreso a la región de Oriente se colocó bajo las órdenes del General Calixto García, otro de los más grandes héroes mambises. Ciro Bianchi menciona su participación junto al veterano mambí en la Toma de Guáimaro y de Cauto Embarcadero, aunque el periodista Andrés García Suárez también señala su presencia en el ataque a Jiguaní, en marzo de 1897.
Por su valor en esos y en otros combates recibió el grado de Teniente Coronel, pero casi al mismo tiempo Calixto García lo incluyó como parte de su escolta, “para evitarle acciones de estoicismo extremo que le troncharan prematuramente la vida”. Experimentado luego de tres guerras, quizás el jefe insurrecto intuyó el valor de un hombre que en apenas dos años ya había visto la Invasión a Occidente y tenía fogueo junto a Bartolomé Masó y Antonio Maceo.
Así ambos llegaron el 28 de agosto de 1897 hasta el Combate de Las Tunas: el líder pleno en sus capacidades militares e ideológicas; el joven con habituales muestras de arrojo. De acuerdo a Víctor Manuel Marrero Zaldívar, historiador de la ciudad, allí Ángel de la Guardia dirigió la toma del Hospital de Sangre, el Fortín Aragón y el Fuerte 11, tres puntos estratégicos para rendir la urbe.
Por otro de esos simbolismos inexplicables, en el campo de batalla también se encontraba José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo del hombre a quien vio morir en Dos Ríos. De la Guardia tenía apenas 22 años; el Ismaelillo solo 18. El 29 de agosto, mientras Ángel pasaba de una trinchera a otra, un disparo lo alcanza y le provoca la muerte al día siguiente. Es la última baja mambisa antes de tomar la casa del telégrafo. Ya habían aprobado su ascenso a Coronel.
Según las propias palabras de Calixto García, su muerte significó la pérdida de un hijo, “pues como tal lo miraba”. Así se lo hizo saber al Comandante Dominador de la Guardia en una carta firmada el 23 de septiembre de 1897.
“No te escribo para darte el pésame de la muerte heroica de tu hermano, el coronel Ángel de la Guardia, pues el pésame debía recibirlo yo y no darlo, ya que he perdido un gran jefe y un hijo querido (…) El asalto lo dieron mis tres hijos, Carlos, Ángel y Calixto, y la desgracia me privó de uno de ellos para dar el triunfo a Cuba”, aseguró el curtido patriota.
Mientras tanto, el padre Miguel Ángel de la Guardia Góngora también recibió condolencias por la pérdida de su hijo. En respuesta a una misiva enviada por Federico Henríquez y Carvajal, amigo de Martí, el progenitor del muchacho resumió con asombrosa dignidad la vida de su hijo.
“Mi hijo Ángel cumplió con su deber de cubano. Aun me quedan tres hijos en la manigua. Tengo otros dos en condiciones ya de empuñar las armas y otros tres en la reserva que tienen 14, 10 y 8 años de edad, respectivamente; no hay dilema, hay que hacer Patria cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Yo me consuelo en el dolor cuando veo la firmeza de los patriotas cubanos en armas, porque sueñan con una Patria Libre, y la idolatran”, escribió.