No me pregunten
Tengo el corazón pesado con tantas cosas que conozco, es como si llevara piedras desmesuradas en un saco, o la lluvia hubiera caído, sin descansar, en mi memoria.
No me pregunten por aquello. No sé de lo que están hablando. No supe yo lo que pasó.
Los otros tampoco sabían y así anduve de niebla en niebla pensando que nada pasaba, buscando frutas en las calles, pensamientos en las praderas y el resultado es el siguiente: que todos tenían razón y yo dormía mientras tanto. Por eso agreguen a mi pecho no sólo piedras sino sombra, no sólo sombra sino sangre.
Así son las cosa, muchacho, y así también no son las cosas, porque, a pesar de todo, vivo, y mi salud es excelente, me crecen el alma y las uñas, ando por las peluquerías, voy y vengo de las fronteras, reclamo y marco posiciones, pero si quieren saber más se confunden mis derroteros y si oyen ladrar la tristeza cerca de mi casa, es mentira: el tiempo claro es el amor, el tiempo perdido es el llanto.
Así, pues, de lo que recuerdo y de lo que no tengo memoria, de lo que sé y de lo que supe, de lo que perdí en el camino entre tantas cosas perdidas, de los muertos que no me oyeron y que tal vez quisieron verme, mejor no me pregunten nada: toquen aquí, sobre el chaleco, y verán cómo me palpita un saco de piedras oscuras.
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