POEMAS DE LA CULPA
Yo la amé, y era de otro, que también la quería. Perdónala Señor, porque la culpa es mía. Después de haber besado sus cabellos de trigo, nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo mis labios están dulces por ese amor amargo. Ella fue como un agua callada que corría... Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala Señor, tú que le diste a ella su frescura de lluvia y esplendor de estrella. Su alma era transparente como un vaso vacío: yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.
Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera turbadora y fragante como la primavera? ¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío sobre la hierba seca y ávida del estío?
Trataré de rechazarla, Señor, inútilmente, como un surco que intenta rechazar el simiente. Era de otro. Era de otro que no la merecía, y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.
Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño: las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño. Y ella me dio su amor como se da una rosa como quien lo da todo, dando tan poca cosa...
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco: ella no fue culpable, Señor... ni yo tampoco La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella y me diste los ojos para mirarla a ella.
Sí, nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar y si es culpa de un río cuando corre hacia el amar. Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara, que sería pecado mayor si no la amara.
Y por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella, que tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella, tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre, tú también la amarías, ¡si pudieras ser hombre.
RESPUESTA AL POEMA DE LA CULPA
(EL OTRO)
Señor, yo soy el otro que también la quería, y vengo a confesarme, porque la culpa es mía. Ella tuvo la gracia fatal de nacer bella: quien la mira, ya nunca será bueno sin ella.
Me duele soportar que alguno la haya amado, pero hay cosas tan bellas que no tienen pasado; y ella sólo mañana dejará de ser pura: cuando el roce del tiempo desgaste su hermosura.
Ella se me dio toda, como yo me di a ella, ella me dio su flor y yo le di mi estrella; porque de su perfume trascendiendo en mi llama, no quedó un solo beso de los que él me reclama.
Tal vez ella lo quiso, pero él lo dudaría, si la viera en mis brazos tan felizmente mía. Si le viera los ojos al sentirse gozada, cuando todo mi sueño le llena la mirada.
No existe culpa en ella, ni en él, ni en ti Señor; y si es mía, ¡bendigo la culpa de mi amor! Hay que ser algo malo si se busca el poder, que domina la tierra sutil de la mujer.
Ni demasiado malo, ni demasiado bueno, enfermé, sin morir, de su dulce veneno. Mi amor es el de un hombre, sencillamente humano, que sueña de limosna, sin extender la mano.
¡Ah! Pero él se redime, sólo a ti te condena, él te arroja su amor, para esquivar su pena. Perdónalo, Señor... Di quién la merecía, pues yo soy el culpable: ¡la quiero todavía!
JOSE ANGEL BUESA
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