Hija mía, no existe dicha mayor que la de tenerte. Tu mirada me alumbra y por ti le florecen estrellas a mis momentos oscuros.
Hija mía, toda mi felicidad cabe en tu beso. Te arrullo y me siento poderosa. Una sonrisa y me derrites los miedos.
Hija mía, llegaste en medio del caos para poner esperanza. El televisor solo hablaba de contagios y curvas y número de fallecidos, mientras te sostenía en los brazos, adolorida.
Sentí miedo, miedo de haberte traído a un mundo tan roto. Ahí supe que siempre seré tu guardiana, y elevé una plegaria de protección al cielo.
Hija mía, tienes que saberlo, luchamos mucho para que nacieras sana. Tu historia está unida a la de los médicos que nos acompañaron. A todos ellos les debemos, en buena parte, que estemos aquí, vivas, después de tantas noches rogando salud para las dos.
Hija mía, naciste en un país hermoso, con luces y sombras, pero siempre, absolutamente siempre, siente el orgullo de pertenecer a esta tierra, porque nosotras somos más cubanas que las palmas.
Hija mía, no tendré mucho más que darte que mis principios y mi historia. Perteneces a una familia de mujeres fuertes, empínate.
Hija mía, en estos tiempos tan convulsos vuelvo al Apóstol. Como él le escribiera a su Ismaelillo, yo también, espantada de todo, me refugio en ti para poder seguir teniendo fe en el mejoramiento humano.