DULCE POESIA
A la fulgente y bella poesía,
dulce y sempiterna cautivadora,
quiero, nuevamente, llamarla ¡mía!
como el hombre a la mujer que adora.
¿Cómo no revelar en un poema
la incólume verdad de su hermosura,
si en la larga agonía de una pena
sus brazos me ofrecen su ternura?
Pues así, como se aman los amantes,
acudimos al lecho de las sombras
para envolvernos en silencio, a solas,
y enamorarnos mucho más que antes.
Desde este noble verso le dibujo
un suspiro inspirado en su belleza,
en su regazo se encuentra el refugio
y la mansión de todo poeta.
Le entrego la caricia de mis manos
entre el verso vivaz y moribundo
que acompañan al joven y al anciano
hasta el último rincón del mundo.
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