La remembranza de acontecimientos sobrecogedores encuentra, en su existencia, una permanente avidez por corroborar el modo y las circunstancias en que sucedieron, aun cuando hayan pasado 53 años, tal como ha ocurrido con el combate emprendido en la Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967, un lugar inhóspito y remoto de la geografía boliviana.
Ese día llegaron a la Quebrada del Yuro, 17 de los guerrilleros que habían iniciado, desde noviembre del año anterior, la lucha que vislumbraba la verdadera emancipación del pueblo boliviano, como parte de la estrategia concebida por el Comandante Ernesto Che Guevara dentro de su proyecto político de lucha de liberación de los pueblos tercermundistas y, de modo particular, para la América Latina.
De esos objetivos surge la guerrilla organizada en Bolivia, formada en ese entonces por hombres de tres de los países con antecedentes y experiencias revolucionarias para llevar adelante el proyecto: cubanos, bolivianos y peruanos; todos ellos, con vocación solidaria y militante, dispuestos a obtener lo que se les había negado en siglos de explotación.
Los perfiles que se han escrito sobre esos hombres, muchas veces han sido injustos, falsos y carentes de objetividad en sus apreciaciones, con el único propósito de desvirtuar el mérito que constituye entregar la vida, si fuere necesario, en aras de alcanzar la total liberación.
En ese día aciago, donde unos murieron en combate, otros fueron vilmente asesinados y, los menos, hechos prisioneros para después asesinarlos en el silencio y la complicidad de la fuerza bruta, se encontraba el más perseguido y vilipendiado de todos, el Che Guevara, llevado, maniatado y herido, hasta La Higuera, poblado perdido en el olvido, pero tristemente renacido después de esos acontecimientos.
El pequeño grupo de combatientes que ese día transitaba por los caminos que daban acceso a la Quebrada, lo componían, también, cubanos, bolivianos y peruanos, quizás por el azar de la historia en su intencionalidad de demostrar el valor de una página incuestionable de unidad y entrega. La ruta se les hacía difícil y agotadora por lo abrupto del lugar, sin vegetación ni agua, a lo que se sumaba su estado físico como consecuencia de la falta de alimentación, las enfermedades y el cansancio de las largas caminatas, tratando de evadir al enemigo que los perseguía como presas y “trofeo” de guerra, por la osadía de enfrentárseles y dar cara a una fuerza mayor manteniéndola en jaque por largos meses.
Esa verdad indiscutible causaba odio, resquemores y sed de venganza, sin olvidar ni pasar por alto que en toda lucha se muere o se vive y no deja de tener su ángulo doloroso en cualquiera de los bandos que se represente, elemento importante para aquel que suela analizar el hecho desde solo ese prisma. Por la misma causa, se ha tratado de eliminar o minimizar el número de combates en que ese pequeño grupo de hombres demostró el valor y la entrega, las probabilidades del accionar de ese tipo de lucha frente a un enemigo superior en número y armamentos y la valía de la moral y la conciencia del guerrero frente al adversario.
Por su puesto, sería necesario otro análisis y mayores detalles que lo confirmen, amén de todo lo que se ha reflexionado por estudiosos y especialistas de múltiples posturas e ideologías.
Los pocos testimonios confiables, sobre todo los recogidos en los diarios escritos por los combatientes, reproducen, en frases breves, la marcha hacia la búsqueda inminente de una salida para reponer las fuerzas, reorganizarse y encontrar una zona más segura de avituallamiento.
De esa forma llegan a la Quebrada, la que se convertiría en una trampa sin otra alternativa, al hacerse muy difícil la salida. No obstante, al analizar con detenimiento el lugar y detectar la existencia de una fuerza superior lista para eliminarlos, el Che y su pequeña tropa son capaces de organizar una estrategia digna de ser estudiada, aun cuando no lograran evadir al enemigo y los resultados no fueran los esperados.
Por lo descrito a través de los testimonios existentes, el Che decide dividir el grupo en tres flancos: derecha, centro e izquierda, organizados de tal forma que los hombres de más experiencia cubrieran la zona con más posibilidad de salida y de defensa para cubrir asegurar las acciones acordadas; el otro, en un cañón lateral con iguales fines, pero supuestamente de menor intensidad en el fuego enemigo; y el centro, encabezado por el Che, con el objetivo de cubrir a los combatientes enfermos para que pudieran salir del cerco y avanzar a lugares más seguros.
Sin que medie cualquier valoración extrema, esa decisión tomada por el Che enaltece el humanismo que lo caracterizó siempre porque, dejando a un lado su seguridad individual, decide establecer una línea que permitiera salvar a los más indefensos y enfermos, para después proceder a la ruptura del cerco.
Esas decisiones nunca se han resaltado con el sentido de verdad, porque el vencedor trata siempre de minimizar al adversario, pero lo cierto es que lo ocurrido en la Quebrada del Yuro y la estrategia desarrollada por el Che y los combatientes merece tenerse en cuenta por su propio desenlace, más allá de lo adverso, su apresamiento y la decisión de asesinarlo.
El recuento de lo realizado permite concluir, entre otros elementos, que la confianza depositada por el Che en los más experimentados fue en extremo positiva porque, a la larga, fueron los que lograron romper el cerco y convertirse en los únicos sobrevivientes de la guerrilla. El grupo de los enfermos pudo evadir a los soldados y escapar, siendo salvajemente asesinados cuando se encontraban ocultos a la espera de un momento adecuado para trasladarse a un lugar más seguro. Por último, el Che y el boliviano Willy (Simón Cuba) —después de haber enviado al boliviano Aniceto Reinaga a revisar otras posiciones, momento en el cual es detectado por el enemigo y muere―, son vistos por los soldados e irremediablemente apresados. La sobresaliente actitud de Willy, quien intenta sacar al Che de la Quebrada, ya cercado, con el fusil inutilizado y con una herida en la pierna, resume el respeto y la admiración por el jefe que llegó a reafirmar que esa lucha brinda la posibilidad de convertir a los hombres “en el escalón más alto de la especie humana”, la verdadera esencia de ser revolucionario.
El relato de lo acaecido, posterior a su apresamiento, nunca ha sido un relato del todo cierto al ser contado por protagonistas presenciales o testigos bolivianos, en un primer momento llenos de temor por futuras represalias ante las conductas impropias puestas en práctica, la sed de venganza sin freno y un triunfalismo pírrico; y después, empleado para intentar borrar el salvajismo y la barbarie, digna de lo más cruel de los torturadores nazis.
Es cierto que la guerra deja secuelas amargas en cualquiera de los bandos, con la presencia de hombres dispuestos a defender su honor, pero eso no elimina la crueldad empleada con el enemigo apresado, llevado a la humillación y al ajusticiamiento desproporcionado. La narración de las particularidades ni su esencia impide juzgar lo sucedido, al saberse de combatientes a quienes se les negó auxilio mínimo y se les dejara abandonados hasta el último aliento, sumado al acoso humillante para con el Che y el trato recibido, en el que sobresale la actitud viril de ese último sin amilanarse ni ceder ante la presión y la indignidad de la vanagloria del prisionero en su poder, para concluir con un vil asesinato, sin mediar juicio, solo un ajuste de cuenta por decisión de la fuerza bruta.
Ese es el final de una decisión que, muchos de los protagonistas la han sentido por años como una persecución implacable, en su afán de ocultar y falsear la verdad, con el ánimo de enterrarla. Solo pudo sacarse a la luz pasado 30 años, cuando, después de una minuciosa investigación científica, se descubren los restos de los compañeros caídos en la contienda. En una de las fosas abiertas por el ejército para enterrarlos, en el poblado de Vallegrande, aparecen los restos del Che junto con 6 de los guerrilleros, con el detalle singular de que estuvieran las tres naciones hermanas en su último acto ante la historia, tal como aconteció en la Quebrada: cubanos, bolivianos y peruanos, corroborándose así la dimensión de la estatura de hombres dispuestos a luchar por la emancipación definitiva de los pueblos.