Flor de loto, uno de los símbolos de Oriente.
En Occidente nos gustan las rosas. A veces hay lirios, orquídeas, camelias, jacintos, margaritas, lilas, azahar o flores de lis, pero dominan las rosas. Los poetas las celebran, las mujeres las desean, y todavía muchos declaran así su agradecimiento o su amor.
En Oriente, la flor por excelencia es la de loto. Dicen que es la flor más bella, la más perfecta, la que mayor plenitud es capaz de expresar. Pero eso, claro está, es cuestión de gustos. No es menos bella la rosa.
Pero mientras que la rosa es símbolo de un esplendor pasajero tan delicado que conmueve, de una juventud tan efímera que el Carpe Diem parece la única escapatoria, la flor de loto nos habla de eternidad. No es una flor delicada. Y no nace en cuidados jardines. Surge, como por arte de magia, del lodo.
La rosa simboliza el amor. El amor de la juventud, el amor que no hay que dejar escapar, el amor que siempre tiene sus espinas, el amor que anhela una belleza siempre teñida de dolor. El amor a una persona elegida, una sola, por un tiempo. El amor que sólo tiene una estación, y que sin cesar nos recuerda, cuando observamos consternados con qué rapidez se aja la flor, que pronto será tarde. La rosa es un himno a la vida terrestre, la vida de la carne con sus formas efímeras devoradas por el tiempo. La rosa celebra la vida, la belleza, el amor. Pero la celebra con las ansias de quien se sabe condenado. Su perfume evoca placeres sofisticados y decadentes que saben a muerte.
El loto, en cambio, nos habla de eternidad.
Así, en el Antiguo Egipto simbolizaba la reencarnación: la flor, al parecer, vuelve al agua por las noches, para renacer a la mañana siguiente, a imagen y semejanza del dios Sol. El libro egipcio de los muertos incluía encantamientos para transformar a una persona en flor de loto, permitiéndole de este modo la resurrección, incluso la inmortalidad.
En el Budismo, se asocia con la pureza de la mente, la fidelidad y el despertar espiritual. Es uno de los ocho “signos auspiciosos” que aparecen frecuentemente en los templos, y la palabra (padma) está presente en los mantras más importantes.
Al igual que las rosas tienen su lenguaje, y que no transmiten el mismo mensaje una casta rosa blanca y una de un rojo apasionado, también las flores de loto son diversas entre sí:
El loto azul se asocia por ejemplo con la sabiduría, y el rosa se considera el “loto supremo”, la flor del Gran Buda.
El Hinduismo prefiere en general el loto blanco. Es en esta tradición cultural donde su significado está más ligado a la espiritualidad y a la religión. La diosa Lakshmi siempre es representada sentada sobre un loto abierto, y las virtudes de ella, de plenitud, fertilidad y prosperidad, impregnan también la flor.
Cuando los pétalos están cerrados, simbolizan el potencial para llegar a iluminarse. Cuando la flor está plenamente abierta a la luz, la pureza es total: El viaje ha culminado.
Si el loto hablara de amor, no sería un amor humano. Sería divino. Sería una infinita compasión que emanaría hacia todos, al igual que para todos brilla el sol. Una bondad incondicional y para siempre. El barro pestilente, la negra inmundicia subterránea de los apegos, los instintos, los deseos de una atracción animal, se transmutan en una benevolencia incondicional de aérea pureza, más allá del ego.
La vida de la flor simboliza el viaje del alma encarnada, su metamorfosis. El loto viaja del lodo a la luz, transformándose como una oruga se convierte en mariposa, tras un viaje oscuro, a veces doloroso, hacia la libertad. El loto nace en el fango, en el hedor de aguas estancadas. Hunde sus raíces en turbias profundidades, se alimenta de ellas, las digiere, las transmuta. Y, poco a poco, de esa espesa negrura, va emergiendo algo hermoso, algo puro, inmaculado, que ningún barro puede ya manchar. El loto, a través de las aguas de la vida, liberándose del fango del materialismo y del samsara, rompe la superficie y flota, abriendo poco a poco sus pétalos a la luz.
¿Rosas o flores de loto? Ambas son hermosas. Pero el que una civilización entera prefiera una u otra es profundamente revelador. Creo que es una de las diferencias primordiales entre dos formas de concebir el sentido de la vida:
En Occidente nos gustan las rosas. La vida es breve y la muerte acecha, Carpe Diem.
En Oriente, siguen soñando con la eternidad. @HelenaCosano